Aunque estrenada en octubre del año pasado, la película Cónclave ha cobrado revuelo a propósito de la actual celebración de una elección papal tras la muerte de Francisco I. Dirigida por Edward Berger, la historia está basada en la novela homónima de Robert Harris, publicada en el 2016.
En semanas recientes la película ha recibido algunos comentarios entre despectivos y condenatorios por parte de quienes dicen defender a la Iglesia Católica. Hasta cierto punto es comprensible que, siendo la Iglesia un blanco de ataques, hay quienes no duden en salir a protegerla. Me pongo en su lugar y ciertamente, hay temor con el impacto de los mensajes mediáticos. En esta época donde hay quienes no diferencian entre el desaguisado reality show y un documental o entre un relato histórico y una novela, es aterrador que la audiencia termine en una espiral de confusiones. Sin embargo, lo preocupante es que entre los paladines hay quienes tampoco lo tienen claro o no les importa. Lo digo porque al despachar con desdén la película a cuenta de que es “ficción” y no refleja “la realidad”, le hacen un flaco favor a la Iglesia.
Es por ello que antes de dar mi opinión sobre Cónclave, veo necesario aclarar la diferencia entre ficción y realidad. Lo que en el presente se llama ficción es, entre otros géneros poéticos, lo que los antiguos llamaban imitación o mímesis. La mímesis es una cualidad que le es natural al ser humano desde la infancia. Además de darnos regocijo, nos ayuda a interpretar la realidad circundante. Ahora bien, sobre la diferencia entre la poesía y la historia, en su Poética, Aristóteles establece lo siguiente:
La tarea del poeta es describir no lo que ha acontecido, sino lo que podría haber ocurrido, esto es, tanto lo que es posible como probable o necesario… La diferencia reside en que uno [la historia] relata lo que ha sucedido, y el otro [la poesía] lo que podría haber acontecido. De aquí que la poesía sea más filosófica y de mayor dignidad que la historia. (Capítulo IX) |
Al imitar se pone uno en la situación de qué podría ocurrir y entender hacia dónde y cómo se dirigen los personajes. La película gira alrededor de la escogencia de la máxima autoridad de una institución con influencia y poder, y el Vaticano no es la excepción. Hay intereses que compiten por el mando y no faltan las tensiones entre las distintas nociones de poder. A lo largo de la película hay movimientos para crear una coalición que responda al acomodo de cada facción o candidato. Sin embargo, el peligro estriba en escoger estabilidades engañosas o malas tomas de decisión que puedan desviar a una institución de sus más preciados objetivos. De Cónclave se desprende una y es que los humanos somos fallidos por malsanos o inconscientes o por falta de juicio y que las instituciones salen del atolladero gracias a esos seres conscientes y preclaros en sus decisiones. A mi modo de ver, la historia muestra la importancia de siempre poder apelar a los propios fundamentos éticos.
Reconozco no obstante que la historia tiene sus cortos circuitos. Aun cuando el desenlace brinda una solución si se quiere plausible al problema del elegido, hay quienes ven en ella la mano peluda del liberalismo de Hollywood. Vale recordar la Poética, la mímesis crea una historia de lo probable, pero tampoco que ha de ser la única. Por ejemplo, si en otra película se elige a un cardenal conservador, un pecado podría ser que en su juventud era un jugador compulsivo. En eso andamos. Entonces el poeta tendría que coronar el desenlace con una imagen extraordinaria, reveladora, inspiradora, y ésta pudiese ser atacada por la audiencia de aquí o de allá. Bienvenidos a la discusión.
Para eso están los clubs literarios o de cine. Hacen falta.