Concepción Acevedo fue la primera mujer periodista de Venezuela y también la primera graduada como telegrafista. Nació en Upata en 1855 en un hogar muy pobre. Tanto que no fue a la escuela y aprendió a leer y a escribir gracias a sus hermanos. Aquello no fue óbice para que se convirtiera en una ferviente lectora desde los 7 años. Escuchemos sus propias palabras para entenderla mejor: “Desde niña fue la lectura mi pasión dominante. Dejaba mis juegos infantiles para oír leer a mis hermanos. A los siete años me apoderaba de los libros, y allá, bajo la sombra del huerto devoraba ansiosa, conmovida y febril aquellas páginas”. También le confesó a esa otra gran periodista, Carmen Clemente Travieso, que leyó todo cuanto caía en sus manos. “La pequeña instrucción que poseo la debo no a esfuerzos de los profesores, sino a los autores antiguos y modernos”.
Roger Vilain, otro upatense, destaca: “Su sensibilidad y disciplina la convierten en una autodidacta, cuya formación y audacia harán de ella una mujer con el temple suficiente para forjarse un nombre protagónico en el panorama de las letras y del pensamiento de finales del siglo XIX en Venezuela”. Y mira que le sobraba temple, hasta para incursionar en el mundo editorial -exclusivamente masculino- al fundar no una sino tres revistas.
La primera, Brisas del Orinoco la fundó en Ciudad Bolívar con 21 años, cuando se casó con Roul Lefranc de Taylhardat -un exsoldado e ingeniero francés, quien sirvió en el ejército de Napoleón III- quien se vino de su Francia natal, siguiendo el camino de El Dorado.
Nuestro inolvidable Ángel Romero habla de un periódico cuando se refiere a Brisas del Orinoco y la investigadora Mirla Alcibíades advierte que se trataba de un decenario, que se prometía para los 7, 17 y 27 de cada mes. En todo caso, su entrega inaugural se materializó en Ciudad Bolívar el 7 de marzo de 1888. Y no es irrelevante destacar que se trataba de una publicación en y del interior de Venezuela, liderado por una upatense en la capital del estado Bolívar.
Queda dicho que las dificultades económicas de esta intelectual tampoco fueron obstáculo para desarrollar su proyecto editorial en la provincia, lo que le permitió elevarse a niveles que la colocan en paridad con otras letradas del continente. En este sentido Alcibíades subraya: “Es importante marcar su diferencia con muchas colegas nacionales y continentales de su tiempo, que gozaron de los beneficios de pertenecer a clases económicas privilegiadas o a sectores que eran expresión del patriciado de las letras”.
27 ediciones de Brisas del Orinoco reposan en la Biblioteca Nacional. Rebeca fue el seudónimo usado por Acevedo para rubricar su trabajo creativo, que abarcó tanto poesía como narrativa y crítica literaria. Se deja constancia que no fue una revista educativa, pues no se propuso moldear conciencias. Alcibíades concluye, con relación a las secciones que dan forma a Brisas del Orinoco, que “son expresión de una mirada atenta, de una actitud reflexiva, de una posición vigilante que da cuenta del compromiso asumido ante la realidad, no sólo nacional sino latinoamericana”.
En las páginas de Brisas del Orinoco encontramos textos de Víctor Hugo, de Rubén Darío con su modernismo, el movimiento literario del escritor nicaragüense que tuvo un reconocido impacto en Europa, y de otros destacados escritores. La política o el problema limítrofe con el Esequibo tuvieron un importante centimetraje en esta publicación, al igual que eventos como la Exposición Universal de París. Acevedo dejó su impronta en cada número: en forma de relato, poema, carta o ensayo, etc. Brisas del Orinoco se publicó hasta marzo de 1889.
Esta última fecha coincide con un viaje del señor Taylhardat, quien abandonó a Acevedo con sus cuatro hijos. Entonces Caracas se convierte en su destino. Allí llega en 1890 y es nombrada inspectora de escuelas federales. En la capital profundiza su formación como linotipógrafa y en 1892 funda otro medio impreso que bautiza como La Lira y que dirigirá durante 30 años. Desde 1909 ejerció como directora de la Escuela de Artes y Oficios. Veinte años se mantiene en ese cargo y se jubila en 1928, tras cumplir 50 años de servicio.
Dos de sus hijos murieron. Miguel Ángel falleció a muy corta edad en 1887 en Ciudad Bolívar. En tanto que Leopoldo Augusto fue torturado en una cárcel de martirio y suplicio -el castillo Libertador- durante la dictadura de Cipriano Castro. Leopoldo -coronel de artillería- sirvió a las órdenes de Ignacio Andrade y más tarde del propio Castro. Pero luego se incorporó a la revolución encabezada por Manuel Antonio Matos. Lo detuvieron y encarcelaron en las tenebrosas bóvedas de aquella ergástula, donde murió aherrojado al cadáver de otro prisionero, cuyas carnes se desprendían a pedazos. El joven artillero enloqueció de dolor hasta morir.
Una ciudadana como Concepción Acevedo hizo lo imposible para salvar a su hijo, pero está visto que todo resulta infructuoso cuando te enfrentas al poder omnímodo y brutal de una tiranía. Adheridas siempre a tesis conspiranoicas, convierten en enemigo a todo aquel que disienta, que exprese una crítica o que tenga pensamiento propio.
Concepción Acevedo también fue fundadora de El Ávila y de La Lira. Publicó Flores del Alma su primer poemario, el segundo fue Arpegios. Recibió reconocimiento como colaboradora de El Cojo Ilustrado, igual lo hizo Nicanor Bolet Peraza en la revista Las tres Américas en 1894, también fue incluida en el Primer libro de la literatura, ciencias y bellas artes. Muere en 1953 en Caracas a los 98 años.
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