En una página web dedicada al tema político leemos lo que el autor Juan Torres López desarrolla como una interesante reflexión: “Veo a mi alrededor que cada vez más gente rechaza la política y el espacio de los poderes representativos. Dicen que todos los políticos son iguales, que la política es simplemente corrupción, que la democracia no funciona porque los poderes públicos están al servicio de los negocios”.
Muchos ciudadanos, decepcionados de tanta promesa incumplida, de tanta manipulación del discurso, de tanta retórica hueca y contradictoria, llena de expresiones vacías, vulgares, estúpidas, absurdas, superficiales; en fin, de tanta corrupción descarada e impune, le están dando la espalda a los líderes y sus partidos y se han replegado a sus propios intereses personales y profesionales, marginándose de los mecanismos de la participación ciudadana, también por desgracia mediatizados y desvirtuados. Con o sin razón, se puede aplicar la afirmación consistente en que en nuestras sociedades no se puede hablar de ciudadanos, dentro de la dimensión y profundidad que tal concepto representa, sino de consumidores de imágenes, spots, jingles y promesas recicladas. Ahora son prosumidores dentro de los espacios del chisme politiquero y los shows que anidan en Facebook y otros sitios de las redes sociales digitales, transformando a la política en un mero espectáculo.
Torres López señala sobre el tema: “La actividad política se ha convertido en una cloaca y la representación de los intereses ciudadanos a través de los actuales sistemas de representación es apenas una caricatura; no se puede hablar de democracia cuando no hay igualdad de oportunidades. Todo eso es verdad en la inmensa mayoría de los casos y no me extraña que mucha gente reaccione a eso con desilusión y rechazo”.
En su libro Ética de urgencia, el filósofo hispano Fernando Savater habla sobre la irrupción de los ciudadanos en la sociedad contemporánea, frente a quienes han venido manejando la política como su negocio particular. Se trata de que los partidos y liderazgos políticos, tanto los tradicionales como los populistas emergentes, ya no pueden seguir disponiendo a su antojo de la voluntad de los ciudadanos. Y es que no se pretende asumir posiciones identificadas con la antipolítica sino reivindicar el papel que debe desempeñar la ciudadanía en la democracia. Eso es hacer política.
Con sobrada razón manifiesta Savater en el mencionado libro: “Es muy importante abrir los ojos a que somos una sociedad cuyos asuntos públicos debemos gestionar entre todos. Se llama sociedad por eso, porque somos socios, y no hay ninguna empresa de la que te puedas desligar, no es conveniente dejarlo todo en manos de los ejecutivos. No es práctico ni inteligente”.
En muchos países europeos y latinoamericanos, el enojo de los ciudadanos frente a quienes asumen representarlos es claro y notorio, haciéndose patente en los resultados electorales o en manifestaciones públicas que reclaman transparencia en el desempeño público. Ser ciudadano no es una ficción sino una realidad que cada día se hace más tangible. Ser ciudadano es sentirse parte de una estructura social y política y sobre todo es aceptar responsabilidades y obligaciones en la construcción de una sociedad.
Ser ciudadano es asumir el poder de realizar actividades con plena autonomía, tomando decisiones responsables en el contexto social al cual cada quien pertenezca. Ser ciudadano es tener la capacidad de hacerse cargo de obligaciones frente a la sociedad en diferentes ámbitos, siendo uno de ellos, por su importancia, el político, lo cual le privilegia de ser parte de un núcleo social en el cual se tiene participación.
Es lo que se denomina como participación ciudadana que lejos de ser un mero enunciado teórico, se ejerce no solo únicamente mediante el ejercicio del voto cada cierto tiempo, sino se amplía hacia diversos espacios públicos y a través del ejercicio de la libre opinión sobre los diferentes temas que tienen que ver con quienes ejecutan los papeles de gobierno y oposición, en la búsqueda del bien común y de una mejor calidad de vida. Es ejercer la contraloría ciudadana en la gestión de los actores políticos.
En su obra Discursos políticos, el dramaturgo, novelista y político Václav Havel, quien luego de su experiencia de haber confrontado el totalitarismo comunista fue elegido primer presidente de Checoslovaquia y luego de la república Checa, expresó con mucha claridad el deber ser de la política y su relación con las necesidades y expectativas de una ciudadanía cansada de ser burlada: “Enseñémonos, y enseñemos a los demás, que la política no solo debe ser el arte de lo posible, en especial si esto implica el arte de la especulación, el cálculo, la intriga, los tratos secretos y las maniobras pragmáticas, sino también incluso el arte de lo imposible, el arte de mejorarnos a nosotros y mejorar el mundo”.
Así, Havel, desde su vivencia como líder de organizaciones de la sociedad civil que se enfrentaron al comunismo en su país y luego como dirigente político advierte en el libro citado: “El mejor gobierno del mundo, el mejor parlamento y el mejor presidente no pueden lograr mucho por sí solos. Sería igual de erróneo esperar un remedio general que tan solamente procediera de ellos. La libertad y la democracia implican la participación y, por tanto, la responsabilidad de todos nosotros”. ¿Ciudadanos o votantes? Es el dilema…