@OttoJansen
El caso del profesor Edgar Sarabia, detenido a mediados del mes de diciembre del año pasado, de manera arbitraria, por la negación que hace el régimen revolucionario a la realidad que supuso el 28J pasado con las elecciones presidenciales que otorgaron el triunfo a Edmundo González Urrutia y confirmaron el liderazgo único de María Corina Machado en Venezuela. Al igual que todos los otros cientos de encarcelados (o perseguidos inclementemente por idénticas razones), integrado por ciudadanos de todos los estratos sociales del estado Bolívar, supone un episodio de repercusión política latente. Es factor directo del destino de la región, en la que el desgaste de las dirigencias y el descrédito de los partidos no es ninguna novedad y que al contrario, en la simple mención del análisis -aun cuando obligada y pertinente-, se convierte en verdadera llaga, insolente, insoportable y repetida hasta el hastío.
Por cierto, de la manera más pasmosa el chavismo “selecciona” candidatos a sus elecciones locales, en escenografía y opereta de un montaje sin público; acompañados por la corte de mendigos políticos, reductos de gremios y pasquines de propaganda que ellos mismos sostienen con mendrugos y espejitos. Personajes que, sin excepción, no han tenido en los municipios y desde el ejecutivo estadal, acción alguna de referencia que pudiera aproximarse al desarrollo de una gestión pública o de inquietud de lucha social. Obras y programas de los organismos de gobiernos, pulverizados, unos y otros, para darle pasos a fiestas con mensajes publicitarios que son piezas todavía más grises de querer convencer al colectivo. Propaganda vacía de exclusiva utilidad de los funcionarios incondicionales, a manera de justificación de las cuotas de poder de sus jefes nacionales. La farsa de participación continúa sumando atropellos a la crítica, envalentonando en cifras superiores a la corrupción, y hacia un obsesivo control social que, desde el punto de vista del Estado-Partido-Gobierno, viene deshilachándose, más aceleradamente, después de las presidenciales de julio.
Pero denominamos la presente coyuntura regional con el nombre del profesor Sarabia, coordinador municipal de Vente Venezuela en Angostura del Orinoco -antiguo municipio Heres-, para dejar sentado el hecho que quizás siendo esa nueva generación o movimiento de guayaneses (de la que Edgar es, uno de sus más formados guías) que se levanta pero a su vez de momento encarcelada. No significa, por eso, que desaparecerá el sentimiento de impugnación política expresada mayoritariamente en Guayana. Mucho menos significa que las comunidades no sabrán distinguir entre lo que hoy es una jugarreta de los actores revolucionarios, por demás gastados y sin atractivo para la reivindicación de los derechos. Como tampoco no se ha de llegar a creer que pueden hacer historias quienes definiéndose “demócratas”, solo han sido peleles del proceso revolucionario. Esos que no pueden mostrar, más allá de su epiléptico ejercicio burocrático, lo que han aportado en la representación popular supuesta, como concejales y diputados locales o nacionales.
Los guayaneses lo murmuran: ¡Qué sinvergüenzas! los que se dicen ganadores, cuando perdieron por paliza en todas las barriadas, pueblos y ciudades. Que sinvergüenzas aquellos que, ante la persecución y las desapariciones que hace el régimen, andan escondidos o buscando las riquezas, con dineros otorgados por el gobierno, mediante organizaciones impuestas o los creyentes de la nada política, que por las agendas personales de algunos capitostes nacionales (desestimando la mirada mayoritaria que los observa en silencio), se lanzan al abismo de las anunciadas camisas de fuerza del Estado comunal chavista.
Cuando la propuesta no es un rito
La región ha visto a lo largo de todos estos años la demolición completa de sus ciudades y de su estructura económica. En áreas de transporte, aseo domiciliario, electricidad y agua. Espacios recreacionales o mejoramiento de barrios que dejaron de tener posibilidades de inversión y crecimiento. No hay sector que no signifique un drama cuando la ciudadanía hace uso de ellas: el sistema de salud o la educación sostenidas por la voluntad de la población. De allí que ante el caos de la moneda, la pérdida de poder adquisitivo, la ausencia de plazas de trabajos, derrumbe de industrias y empresas, el panorama es poco a poco un desierto que ha minado incluso los escombros y ruinas esparcidos. Ante estas realidades, duras y en las que la condición de orfandad individual y colectiva, es mayúscula, los guayaneses tienen mucha claridad de la necesidad de empezar prácticamente desde cero en la totalidad de las áreas. Las empresas básicas que marcaron y aún subsisten como nostalgia empecinada en la cultura social del estado Bolívar, son un ejemplo gráfico y elocuente. Es imperativo comprender que hay que salir de los nichos de telarañas, inútiles para el porvenir. Desterrar la mentalidad solazada en datos de un pasado que no volverá. Posibilitar a las nuevas generaciones, curtidas de esfuerzos en el presente o a las que podrán regresar del exterior con otras experiencias, puedan formarse en criterios consistentes y que ellas, por sobre visiones personales (válidas y legitimas), construyan el pacto por la Guayana ávida de transformaciones, prosperidad, derechos y valores.
El capítulo de los presos políticos, al que honro con el nombre de Edgar Sarabia, no es una simple verruga fea a la convicción civilista. No es tan solo una dolorosa afrenta a las ideas, empeños y sacrificios de las mayorías. Es necesario, al reconocer los hechos de los que hemos sido testigos, valorar el tiempo injustamente perdido para sus vidas de un buen número de compatriotas, luego de vivir el terror y la incertidumbre de la cárcel. Esa entrega comporta elementos solidos de la historia viva hacia la constitución de un programa de justicia y derechos para la Guayana modernista y democrática del futuro.