martes, 21 enero 2025
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Campanas tañen determinación libertaria en tierras foráneas

Describe el sentir que Venezuela es una sola dentro y fuera de sus fronteras, sumando el sonido de las campanas, cuyo tañido navideño resuena a determinación por la libertad.

@OttoJansen

José se desplaza con confianza por la Plaza La Democracia situada, quizás de símbolo, al lado del edificio de la Junta Electoral Nacional de Perú y de la estación La Colmena, del transporte Metropolitano, en el centro de Lima. Muestra la bandera venezolana que cuelga como una capa en su espalda, lleva en las manos banderitas y gorras, todas alusivas al tricolor de la patria lejana. En uno de los bancos tiene la exhibición de franelas y el resto de la mercancía. “A 30 soles los polos”, les responde a un par de señores que se fijan en las ofertas y preguntan si también tiene las de bicolor peruana.

Es de Los Teques, llegó hace siete años. “Todo ha cambiado mucho para los venezolanos; antes había trabajo, ahora no. Este ha sido un año muy duro. Apenas consiga me regreso al país; lo único que he vendido ahora fue una gorra a una muchacha que se marcha esta noche a Venezuela y quería llevarse algo de aquí”. José tiene confianza en que vendrán los venezolanos a la movilización de la plaza, así garantiza la venta. La conversación tiene de singular que es con alguien fuera de lo que pudiera ser el activismo regular de este tipo de actividades. Sin embargo él maneja, a su modo, lo que ocurre en nuestro país y las terribles situaciones luego del 28 de julio con las elecciones presidenciales. “Al regresar ya no me muero de hambre. He aprendido muchas cosas por aquí”, añade.

Nelly M. debe estar llegando a Cúcuta, en la frontera con San Antonio del Táchira. Al final no me dijo si consiguió pasaje por avión o hizo el viaje por tierra. Se fue porque cree que después de enero las cosas van a cambiar. Porque el pequeño negocio de refrigeración que mantenía con su esposo, en uno de los distritos populares de Lima, ya no le permite sino muy ajustadamente pagar el alquiler y la comida. Luego de casi diez años se sienten agotados y el destino venezolano, pese a las incertidumbres de la presente hora, les parece esperanzador. Medina, compatriota de Guayana que encuentro en un evento también de venezolanos, en un corto intercambio repite cosas parecidas a los anteriores: “Tengo siete años. Quiero regresar y estoy seguro que a partir del 10 de enero podremos hacerlo. Tuve un accidente aquí y pude reponerme por la solidaridad de un amigo peruano y su familia”. En la mayoría de los trabajos periodísticos o informes sobre la materia inmigratoria, referido al caso de Venezuela, se pone de relieve que esta: “…es un fenómeno que debe ser visto más allá de las cifras y condiciones de vida…” Sin embargo en la práctica, tal vez porque somos debutantes de esta problemática, el enfoque que hace la literatura existente es sobre las dificultades y padecimientos individuales; sigue condicionado, además, a las estadísticas de los formatos de las organizaciones internacionales, al lenguaje esencialmente técnico y a los alcances de algunos proyectos financiados por esas agencias. Es la percepción que tenemos del proceso venezolano en tierra inca.

Idea a la que llegó su hora

A Brasil llegan muchos y no son pocos los que ya están en la vía de retorno a Venezuela, me asegura un compatriota que hace vida en Sao Paulo. Los sentimientos encontrados sobre los sentimientos y expectativas del próximo enero marcan las decisiones. Ahora, como un sopor que se posa con casi tangible grosor, el tema de la libertad y de la felicidad en el acontecer nacional está anclado ampliamente en el imaginario de días previos a la Navidad.

El modelo chavista revolucionario con sus espejismos, manipulaciones y crueldad, ha permitido a los venezolanos, adentro y afuera del país, descubrir las más feas taras y las mejores energías creativas. La inmigración, al menos la que contemplamos en Perú, ha sobrevivido a las malas intenciones, a desfavorables regulaciones internas que en estricta legalidad pueden ser pertinentes pero carecen de sensibilidad social y grandeza. Ha sobrevivido en primer lugar por la inmensa mayoría de la población del país receptor que, por sobre las campañas interesadas o mezquinas, ha apoyado al ser humano que ha tocado a sus puertas en situaciones deplorables; aun con las verrugas de ruidosos episodios trágicos ocasionados por la vileza. Ha logrado hacer aportes de conocimiento y de cultura modernista (un legado valioso de país petrolero entre tantas deformaciones que arrastramos), porque ha sido un colectivo grande que sin organización funcional como por ejemplo, una narrativa sistemática carente de espíritu de cuerpo, impulsa aportes incluso en el informal y difícil quehacer económico (500 millones de dólares de aporte para el 2024, según Organización Mundial para las Migraciones) de esta nación andina con innegables potenciales.

Las clases sociales de los venezolanos en Perú son diversas; existe una mayoría popular que aun sin parámetros ni recuerdos de lo que fue el mejor país, está empeñada, por sobre incomprensiones y empinadas dificultades, en tener protagonismo estelar y productivo. Es el punto de familias completas que llegaron y están construyéndose desde donde sienten a la Venezuela que anhelan. Es por esto que cuando desde la cotidianidad inmigrante palpamos la convicción de que Venezuela se encuentra en un proceso imparable de definiciones y de logros (no exentos de dolor y angustias) en la lucha por la democracia, comprobamos que tenemos en las manos un dato trascendente. Que ha de resaltarse, no aparece en los números de las agencias internacionales ni en los análisis de las ablandadas elites criollas venezolanas.

Describe, en fin, el sentir que Venezuela es una sola dentro y fuera de sus fronteras, sumando el sonido de las campanas, cuyo tañido navideño resuena a determinación por la libertad.