El tiempo parece agotado para la presente forma del poder político en Venezuela. Ya no hay espacio para errar en la gestión pública, para “comerse el elefante a rodajas” que era recurso democrático con lo que podía acumularse fuerzas para llegar al gobierno. No pueden buscarse atajos como los de seguir dándole concesiones al modelo chavista, o de entregarse a espejismos como la realización de una primaria que no contenga una propuesta con un plan de trasformaciones. Venezuela se desbarata y con esto los mecanismos del poder formal. Brota una “inventiva” horrorosa, de laboratorio social y político con el afán de controlar el “reino”, esa porción de territorialidad que se asume propia de las castas que, por medio de la revolución bolivariana, se han hecho dueños de la nación.
El espectáculo debe continuar dijo hace años el comandante muerto y así continúa el latiguillo del guión de los exabruptos, la acción grotesca, el desarrollo de los amorfos de la gestión como contraparte al “malvado capitalismo”. Se vale todo, con tal de aniquilar al enemigo -que son todos-, empezando por la propia existencia del pueblo, que ha perdido el estatus de humanidad. Lo del episodio del salario, su desaparición práctica, como otros tantos beneficios de la “democracia burguesa” es una exquisitez socialista que va a continuar en el tiempo de pesadillas.
Ahora ¿dónde residen las respuestas o tareas para detener el aluvión de la miseria y la imposición tiránica? El sentido común y el compromiso de luchas se perdieron hace varios años. Cuidado si desde el comienzo del proceso de la revolución, las dirigencias y los partidos políticos no estaban extraviados -como los ciudadanos de a pie-, sobre el quehacer que ahora toma ribetes de maremágnum. Las respuestas no pueden ser las clásicas que por muchas décadas se dieron a la presencia de los nudos políticos, económicos y sociales de Venezuela. Esta afirmación que hemos visto en distintos análisis o diagnósticos no encuentra la voluntad necesaria para confrontar las distorsiones más abyectas, proyectando en la realidad el juego de intereses en el que se hace más “sensato” pactar con los propulsores del secuestro de las instituciones y el Estado, que encausar luchas en función de hacer valer la Constitución y las leyes. De esta forma, no es descabellado -por lo que vemos-, que luego de una implosión del régimen actual con manifiestos síntomas en ese sentido, las cúpulas de los sectores, empezando por los actuales partidos políticos, terminen pactando la coalición con los verdugos en un gobierno, que pospondrá, una vez más, los anhelos populares y los profundos cambios que el país requiere hacia el estado de derecho, mecanismos de profundización democrática y la vigencia de la libertad plena.
Luchas por la Constitución
En escenarios de tenaza dictatorial y persecución, como el que tenemos y del que no podemos descartar se profundice, las luchas por los derechos y la vigencia republicana no pueden estar atados solo a las organizaciones políticas, aun en condiciones de eficiencia y ejemplaridad que no es el caso nuestro. Pero contamos, además, con cuadros de deterioro económico graves, de infraestructura en ruinas, abandono de áreas y comunidades, estas que con la involución de las ciudades se ven impedidas de servicios públicos de manera dramática. Por otra parte, los gobiernos locales se han convertido en azotes con medidas desproporcionadas que vistas de cerca, tienen como fin la riqueza particular y no la calidad de vida de las poblaciones. Una caricatura de la práctica del régimen y sus organismos centrales.
El panorama es integral, por lo que exige que las tareas de lucha sean abordadas como un todo. De allí que la organización de resistencia social desde lo laboral, al tema de las ciudades, derechos, acción comunitaria, institucional y protagonismo ciudadano, sean bases organizativas para los avances, sin tantos desaguisados como lo vemos desde las organizaciones partidistas, definitivamente congeladas en el pensamiento, penetradas por las conductas del pragmatismo más vulgar. Las luchas por elecciones libres y justas, son un elemento importante; más cuando quienes se asumen en representación del sector democrático se encuentran bajo sospecha y cuestionados, salvo muy contadas excepciones, y cuyo prestigio personal por sí solo no garantiza posibilidad de decepciones en ese proceso de negociación. La conjunción de sectores, de las más diversas índoles es obligatoria hoy; quizás lo planteado sea un Frente Ciudadano por la Constitución, que integre a todo aquel que se opone al actual estado de cosas. Lo que si hay que desechar por ser una farsa, un objetivo insincero y hasta “pavoso”, es la fulana unidad, que es la mayor mentira y es la promesa más inútil con la que los políticos tradicionales y los candidatos perennes se regodean.
Un ciudadano en cada rincón, cada rincón como puerto de conexión de la resistencia organizada para que el cambio se acerque y sea propiedad del espíritu de justicia de los venezolanos. La cruzada civilista no puede quedar solo en jefes de partidos desacreditados, sostenida por organizaciones sin grandeza, y por esas “fuerzas vivas”, cuyas apuestas están centradas en sus bienes, mientras siguen los males para las mayorías.