El ecocidio etnocida que perpetran en nuestro estado Bolívar clama al cielo, porque no hay institución nacional que reciba denuncia alguna, debido a que la cúpula tiránica es beneficiaria y cómplice de este crimen contra la naturaleza y contra los seres humanos. Participan -muy diligente y activamente- miembros de los altos mandos militares, terroristas de varias nacionalidades, gobernadores y hasta José Luis Rodríguez Zapatero tienen sus propias minas. Lo cierto es que hay saqueadores y ecocidas de todo pelaje, pero de ideología socialcomunista, que es su tarjeta de presentación. Cuántos depredadores -nacionales e internacionales- estarán contaminando, explotando y destruyendo a este estado que lleva el nombre del libertador, es algo que seguramente nunca sabremos.
La destrucción es global. Todo debe ser devastado hasta que no quede piedra sobre piedra, como acostumbra hacerlo el socialcomunismo. Este estado, asentado sobre el macizo guayanés, no podía quedar indemne a pesar de su firmeza y de su fuerza telúrica, al ser una de las primeras formaciones en el planeta. Para las ambiciones de la camarilla corrupta aquello es irrelevante, por lo que es obligatorio demolerlo no sólo en la superficie sino en sus capas más profundas, donde la naturaleza aloja el oro y otros minerales: justo lo que a ellos les interesa.
De lo que está sobre el terreno lo único importante para estos Atilas del siglo XXI son ellos mismos, sus intereses, ambiciones, codicias y sus infinitas ansias de riqueza que no se agotan jamás. No tienen límites. Por ello, si hay que arrasar con un país, con sus habitantes, con sus ciudades y caseríos no les temblará el pulso. Lo harán. Les costará un poco más acabar con selvas y bosques, con llanuras y mesetas, con tepuyes y montañas, con lagos y lagunas, con mares y ríos, pero si tienen tiempo lo harán.
No tengo que ir muy lejos para ver que la capacidad de arrase de los socialcomunistas no se puede describir con las palabras de todos los días. Lo que escriba hoy será superado mañana por estos bárbaros del siglo XXI. Nuestro estado Bolívar es hoy un erial por donde le metas el ojo. Sus ciudades y pueblos son como las Casas Muertas de Miguel Otero Silva: conglomerados que otrora fueron prósperos hoy son parajes fantasmales, derruidos, hundidos, abandonados. Sin el alma y el espíritu de lo que está vivo.
Porque la gente -que es la savia que le da vida a los espacios- ha huido por las trochas con el estómago pegado del espinazo. Otra ha muerto de hambre, por falta de medicinas o por la epidemia de soledad que invade a los que se quedan. Algunos jóvenes no se han querido ir, pero en Venezuela estudiar, formarse y tener una profesión es algo que dejó de tener sentido para este grupo etario.
Tienen la vida por delante. Deberían tener más futuro que pasado. Pero ellos no pueden verlo, porque este socialismo del siglo XXI le bajó la celosía a todas las ventanas que la educación le abrió a las generaciones precedentes. En vez de alumbrarles la juventud con sueños e ilusiones y la certeza de una vida mejor, le cerraron todos los caminos y les impusieron un mundo de obscurantismo e ignorancia.
En mi estado natal lo confirmo a diario, cuando veo que los pupitres de escuelas, liceos y universidades están vacíos, con pandemia y sin pandemia, los muchachos merodean por las calles, son reclutados por el delito o se van a las minas, que es más o menos lo mismo. Y se sumergen en aquellos placeres, en el sentido geológico del término, que es: “Yacimiento formado por la sedimentación selectiva de partículas detríticas de un mineral como consecuencia de las acciones de las aguas corrientes o el viento…Este tipo de yacimiento se produce únicamente para metales pesados, como el oro, diamantes, casiteritas, etcétera”.
Los jóvenes -casi niños en plena adolescencia- escuchan los cantos de sirena que produce el tintineo del dinero fácil y se van tras esa búsqueda de placer, que es goce hasta que son aventados al interior de las minas. La explotación del hombre por el hombre la sufren en carne propia. El ultraje, el desprecio, el agravio son moneda común. El castigo se ceba en el cuerpo y en el alma de esos muchachos, porque allí sólo reina la ley del más fuerte con apoyo oficial. Juguetean con el mercurio porque ignoran sus letales consecuencias y se “mina-matan”* sin saberlo, mientras la selva se los traga y sus familias no sabrán nunca más de ellos.
*Enfermedad de Minamata. Porque en esa ciudad de Japón se descubrieron las consecuencias del uso del mercurio. Se trata de un desorden neurotóxico, cuyos síntomas son: trastornos sensoriales, ataxia, contracción concéntrica del campo visual y desorden auditivo. También afecta al hígado y a los riñones.