La esperanza de un año 2019 de cambios y hasta de posibilidades de que Venezuela salga de la pesadilla revolucionaria, es probable que quede definido con el desarrollo de los acontecimientos de estos primeros días de enero. Analistas, especialistas de la opinión pública y políticos coinciden en que la población no puede hacerse expectativas infundadas, pero la sociedad en su conjunto, visto el panorama de parálisis y profunda gravedad con que se cuenta, tienen aspiraciones de decisiones inmediatas. ¿Será esto posible?
Quizás lo más sobrio y saludable que podamos decir quienes nos abrogamos el seguimiento de los acontecimientos del país y la región sea lo manifestado por el secretario general de la OEA, Luis Almagro, en su mensaje de fin de año: «…La situación en Venezuela, lejos de irse resolviendo se encuentra cada vez más angustiante que nunca. El mundo está consciente de lo que están sufriendo los venezolanos… El Libertador Simón Bolívar nunca imaginaría semejante desmesura y barbarismo en la tierra que tanto amó… La lucha del pueblo venezolano es mi lucha y no pienso dejarlos solos… Este conflicto solo puede resolverse de dos formas, o los usurpadores del poder siguen en el ultraje a la Nación o en algún momento encontraremos el camino democrático…”.
Es decir, no son momentos para pronósticos, adivinaciones o aventureras predicciones y es ese el sentimiento de la mayoría de la población que si bien ha visto una luz pequeña de esperanzas con la coherencia opositora en la instalación de la directiva de la Asamblea Nacional, el pasado sábado 05 de enero, esa se hace insuficiente para la aspiración de poner a funcionar la Venezuela que se desmantela, se hunde y alerta de sufrimientos y panoramas aún mayores.
Gobernanza: el fantasma que aúlla
También, en el plano nacional, se han hecho referencias a la desaparición del gobierno, autoridades, medidas y acciones de gestión que vienen derivando en la atomización de problemáticas y al mayor hundimiento político, social y económico. Pero es en las regiones y aquí puntualizamos el caso concreto de nuestra Guayana extensa, donde se muestra el infierno grande de la pobreza, la miseria, el hampa, las distorsiones monetarias y el desmantelamiento de los servicios públicos (¡Qué viva el Golfo 7!), la situación espeluznante de los hospitales, la ausencia notoria y epiléptica del gobernador (Que tanto tejió las modificaciones de las actas para convertir su “victoria”) como de los alcaldes, cada vez más figuras disparatadas.
Diputados regionales, agazapados ante la crisis como en una caverna, y concejales electos por nadie, engañados militantes de la revolución, sin noción de instituciones, amputados para la lucha por calidad de vida de sus comunidades.
El estado Bolívar espera definiciones porque, como en toda Venezuela, ya no hay espacios para impulsar -con la sola voluntad- los caminos de vencer la estampida de los que se van a otras fronteras o detener el abismo inminente de horrores con enfermedades y muertes.
Los guayaneses sabemos que en esta hora, a medida que “no pase nada”, la precariedad será anarquía violenta por los cuatro costados. Serán las matanzas como en años precedentes, las incursiones militares en operativos públicos o encubiertos como en Canaima, la presencia guerrillera de los remanentes armados de Colombia, los cada vez más numerosos colectivos antisociales que ya están en todos los municipios y el hampa común que se detiene en las paradas y calles de las ciudades a quitarle la poca comida, sino la vida, a quienes transitan en lugares que se suponen nada violentos; inundados, eso sí, por años de malezas, basura desparramada, zamuros y alimañas.
El cuadro regional, por lo tanto, aun con el desmadre del país y sus angustias de entrar hacia el definitivo estado totalitario, obliga a preparar desde la sociedad civil la conformación de la resistencia, apertrechada para defender la sobrevivencia e ir poniendo ladrillos como gran contribución a las estrategias nacionales de libertad y democracia.
Buriles presentes y permanentes
El estado Bolívar necesita encontrar y edificar una dimensión diametralmente diferente para los actores responsables del futuro: Para resistir o para pensar en gobernar. Es menester seleccionar la capacidad demostrada que enrumbe la modernidad truncada, profundizando ese proyecto en todo el ancho territorio de Guayana.
Ese es en la presente circunstancia el papel de la sociedad guayanesa que ha estado batallando contra la tenaza revolucionaria. Esa lucha constante que por sobre la mediocridad y ausencias de lamentables organizaciones y dirigentes políticos, ha denunciado lo previsible en la actual condición del aparato económico, social e institucional de la región. Decirlo repetidamente es necesario para no perderse en respetables pero intrascendentes posturas testimoniales.
Hoy es momento del salto cualitativo, que enganche a las nuevas generaciones para afrontar los desafíos en el inmenso espectro bolivarense. Las imprescindibles nuevas y formadas generaciones que asuman los retos de gobernanza en una jurisdicción cada vez más compleja. Superar las propuestas gastadas y estridentes es un requisito que contribuye a encaminar sin temores todos los cambios que sean necesarios, dentro de la ética y la solidaridad.
En Guayana, los numerosos movimientos ciudadanos son la brújula: su hasta ahora endeble organización y la hasta el momento reducida capacidad para la acción queda puesta a prueba como en el conjunto de la sociedad nacional con las consecuencias del 10-E: ya no hay posibilidad de ensayos ante una dictadura que enfila rauda. Es momento en nuestra región de agrupar la concertación de voluntades de comunidades y municipios, dejando la obsesión por los flashes nacionales, cuyos actores ya tienen su función y, parece que ahora con más tino, están dispuestos a hacer la tarea. En Venezuela acaba de instalarse la usurpación; no es poca cosa.