Partimos de que a pesar de la desaparición del fervor por el proyecto chavista, los instrumentos y estructuras de gobierno controladas por el régimen revolucionario imponen un comportamiento en el que aún “existe” polarización. Se controla la información tan solo desde la perspectiva del acontecer rojo y se mantiene la atmósfera ruidosa de aquellos años (hoy inexistente en la cotidianidad) de amplio respaldo al comandante, ya con largo tiempo muerto y con las desdibujadas alegorías de las que se encargan la cartilla cubana y el señor Maduro.
Pero teniendo en cuenta este dato, lo otro que ocurre de manera evidente es la expresión de la solidaridad, juntar las manos en situaciones extremas con lo que las comunidades logran pasar los puentes de días amargos en temáticas de economía y salud. En coyunturas absurdas de discursos políticos vacuos y de inoperancia de la gestión pública, la gente ha logrado sobrevivir, no exenta de pérdidas y duelos, a la amenaza perenne del hambre y a la horrorosa pandemia de la COVID-19, prácticamente sin ningún recurso que le permita hacerse de alimentación “medianamente” completa o de los costosísimos precios de medicamentos contra el virus.
Observar una oposición ritual que no es democrática, más allá de las consignas, que no es alternativa en términos de ideas, propuestas e iniciativas novedosas, para el rescate del orden constitucional. Que no muestra coraje y grandeza, tras el palabrerío inútil o el permanente titubeo, cuando no, en las corruptelas y negocios. Esta condición estructural del alma venezolana que describimos es el mecanismo de fuerza y creatividad para derrotar los antivalores que han venido siendo impulsado por el socialismo del siglo XXI, y que a pesar de los incontables recursos y el desdén por la racionalidad, con el pretexto de combatir el capitalismo, la gente ha salido airosa y haciéndose cada vez imprescindible al momento de evaluar las fortalezas ciudadanas.
Ahora esa cultura de la resistencia tiene que contar como su gran aliciente y objetivo de lucha; el elemento de la familia: su integración, reunificación y vigor para que el planteamiento de la libertad y los derechos democráticos pueda tener pertenencia en el anhelo del habitante común.
Derrotar el populismo
No estoy seguro de si la región ha contemplado los numerosos grupos de caminantes que han atravesado el territorio guayanés rumbo a la frontera con Brasil. Verlos en los videos parece épico; contemplarlos en la realidad es lacerante. Las fronteras colombianas las ha copado la inmigración venezolana con sus miles de dramáticos episodios que con todas las trabas oficialistas han tenido enorme difusión. Se comprende por la actividad de aquellas fronteras “calientes”, en comparación con la línea brasileña, pasiva hasta hace pocos años. Ahora el éxodo ha sido vaporoso de venezolanos y guayaneses por este punto. En estos instantes en que parece han disminuido esos “caminantes”, el goteo migratorio no ha parado.
Ante esto, lo concreto es que el discurso político local no tiene en su ya inexistente contenido el elemento de la inmigración regional y por supuesto tampoco cuenta con la materia del núcleo familiar de eje en la reconstrucción del desarrollo de Bolívar. ¿Por qué? El mensaje populista exacerbado hasta el máximo por la revolución bolivariana ha sido seguido desde la tradición de los partidos políticos democráticos a pie juntillas. No hay revisión del lenguaje secuestrado por las vocerías del régimen. No existen los enfoques que “toquen” la condición humana, los derechos y la comprensión de condiciones del acontecer de quienes lo padecen. Hasta lo estrictamente material es donde con dificultad llega el discurso opositor, conociéndose al mismo tiempo existencia de irregularidades con fondos privados de la ayuda humanitaria. Allí está la importancia del rescate de la integración familiar como tema de fuerza para la normalidad institucional y económica en el quehacer de una diferente y útil manera de hacer la política en Guayana.
Venezuela, que hace aguas, es pieza de atención de los intríngulis del patio y de la geopolítica internacional: esto no puede desestimarse como pretenden algunas logias. Pero no puede dejarse de lado la amenaza sobre el futuro democrático sin dejar de anotar que por ahora el futuro ni de lejos se vislumbra en la región. Habrá que tomar en cuenta el rol determinante de la familia en formas de organización, actores e ideas, para impulsar la transformación de esta Venezuela en escombros. Más, luego del 21 de noviembre.