jueves, 28 marzo 2024
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El caudal de lluvias de agosto

Con las crecidas de los ríos, las inundaciones, las alcantarillas desbordadas, ocasionadas por las lluvias y el abandono de muchos años, se enloda todavía más la esperanza que pende de un hilo en el rescate del orden constitucional. | Foto cortesía

@OttoJansen 

Alguien me dijo hace mucho tiempo /Que hay una calma antes de la tormenta
Lo sé, ha estado viniendo por algún tiempo/ Entonces dicen que cuando se termine/ Lloverá en un día soleado/ Lo sé, brillando como agua/ Quiero saber, ¿alguna vez has visto la lluvia?/ Quiero saber, ¿alguna vez has visto la lluvia /Cayendo en un día soleado?
 

El texto pertenece a la letra de una vieja canción de los años 70 de la banda de rock estadounidense Creedence Clearwater Revival. Nada tendría que ver con el tiempo y el espacio de la extensa Guayana en coyuntura de increíbles penurias y de atrofiada cotidianidad; difícil de describir por la constante repetición de hechos dolorosos, del colapso institucional, el hondo marasmo social y la limitada producción económica, precedida de bancarrota, acrobacias de supervivencia que se acompañan, por si fuera poco, de oleadas de COVID-19. Pero citar la calma y la tormenta es lo característico nacional del tobogán de emociones que suscitan las horas recientes con esos esfuerzos deportivos,  desde el pundonor venezolano, allá en Tokio, pero que al transcurrir las realidades inmediatas no cesa la intensidad del sufrimiento y el agobio con sus secuelas de más hambre e inmigración.

La indiferencia del régimen socialista a cuanto sucede a su alrededor es su mejor pose, a la vez que construye sus protagonistas hacia su normalidad revolucionaria (factores políticos y empresariales le acompañan), impulsando las competencias prefabricadas (electorales y de burbujas comerciales) que solo profundizan las zanjas de desigualdad y de injusticias. En estos días llueve copiosamente en el estado Bolívar. Esto significa que con las crecidas de los ríos grandes y pequeños, las inundaciones, las alcantarillas desbordadas, las vialidades hechas cárcavas, ocasionadas por la cantidad de lluvias y el abandono de muchos años de las ciudades y de los municipios, se enloda todavía más la esperanza que pende de un hilo en la lucha que por el rescate del orden constitucional, en firme resistencia de la mano de Guaidó y de la Asamblea Nacional electa en 2015.

Esfuerzos puntuales del contacto directo con la gente pero plagados de incertidumbres con ataques permanentes del régimen como también por parte de la “oposición” construida por la revolución roja con varias caras conocidas. El agua que cae de las nubes arrincona hasta apagar los discursos monótonos de lo que se pretende aconteceres políticos regionales: todas esas tramoyas de los partidos haciendo campañas de utilería con presencia de escasos pobladores en concentraciones transportadas (aun sin surtido regular de gasolina). Nada en estos días de agosto permite presagiar ningún otro accionar que la humedad, considerando la posibilidad del levantamiento de las ideas civilistas, en salto récord de  hacer valer el sueño de libertad y democracia, tal como lo hacen los atletas olímpicos nacionales que pueden ver la lluvia del optimismo, en los rayos límpidos del sol, tras su performance. 

Coherencia y definiciones 

Entonces tenemos, al igual que un limbo regional con la mecanización o la rutina política en tiempos de crueldad dictatorial, la conducta “deportiva”, ligera y banal con la que actúan las organizaciones llamadas a ser los arquitectos del porvenir de la República y el Estado democrático, de bienestar y de derecho. Con tristeza se aprecian en esa misma dirección las voces agoreras de comentaristas de cafetín y hasta las sesudas interpretaciones de personalidades que no tocan sino la música del conservadurismo y las etiquetas repetidas.

De allí que con todo el dolor que las fracturas pueden imponer, o que las a veces rudas definiciones ocasionan, es la coherencia lo que se impone de prioridad -con acento particular en el estado Bolívar- para el recorrido largo o corto de la recuperación de la democracia, que potencie el desarrollo económico de la modernidad desmantelada. Hay que bajar del “olimpo” en que muchos pretenden estar con veleidades de frivolidad; cielos buenos para las fantasías, los cantos de sirenas y las grandes estafas como la que originó la tragedia del país que ahora vivimos, desde la mitología revolucionaria en estado vegetativo y vuelta añicos, pero que tiene recursos para disfrazar el horror con los trucos tiránicos de calificar de dementes a quienes gritan la humillación colectiva. Suben las aguas del soberbio Orinoco, del Caroní, del Yocoima. Ya los caudales han de ser grandes en el Caura, Aro, Yuruari. Ante esto, lo que se percibe es la contemplación distante. Las autoridades desaparecidas u ocupadas de pelear con los dientes sus cargos asignados por la estructura del poder revolucionario, a partir del 21-N no implementan medidas ni prevén las consecuencias de las aguas desbordadas que vendrán. Es fácil pensar que si las lluvias del mes de agosto potencian los sufrimientos, la combatividad democrática (extinguida o burocratizada) tiene que empezar, donde quiera que pueda reaccionar en Bolívar su ciclo de creatividad y diseño de formas de organización que hilvanen los impulsos para detener la caída libre rumbo al Estado totalitario. Sonarán a abstracciones, pero los hechos continuarán siendo agrestes; lo que si no puede esperar más es la firmeza de la coherencia: son las claras definiciones de la razón libertaria (que ni se compran, ni se venden) por molestas e infundadas que estas puedan parecer.