Jorge Bergoglio me ha golpeado la fe que he depositado en la representación divina en la tierra. Algo que Karol Jósef Wojtyla logró prender en mí, emponzoñada en otros tiempos por el ateísmo con que el comunismo ideologiza a su feligresía. Debía predicar con el ejemplo cuando repetía aquel mantra que nos hacía “superiores” a otros creyentes, según el cual “la religión es el opio del pueblo”. Hoy que soy una excomunista de la estricta observancia, puedo apreciar la perversión de esta ideología con la que se recluta a la juventud para domesticarla y fanatizarla. Mediante el uso de una doctrina que enceguece, ensordece y te convierte en una máquina repetidora de lemas, slogans, lugares comunes, tópicos y estupideces varias. Insidiosamente inoculados en los infumables e infinitos círculos de estudios, a los que someten a los bisoños recién ingresados a las filas del socialcomunismo.
Bergoglio no me hará volver al redil comunista, pero atenta contra mi teísmo, al convertirse en una suerte de vocero y hasta defensor de algunas de las peores personas con las que nos ha tocado transitar esta franja de la historia. En nueve años se ha dado sus viajecitos a 54 países, pero no ha pisado su Argentina natal, aunque estuvo en Chile. Pero sí fue a la Cuba de Fidel en 2015, el año anterior a la muerte del tirano más sanguinario de nuestro continente. De qué hablarían el representante de Dios en la tierra con el más conspicuo de los comunistas conocido por nosotros. Ateo hasta la médula, renegó de la religión católica, persiguió a sus creyentes y se decantó por la santería y la palería. Ambas instrumentalizadas por el abogado Castro para manipular a los habitantes de aquella isla caribeña, tal como hizo el médico François Duvalier con el vudú en Haití.
Acaso Bergoglio le habló a Castro de sus crímenes contra el pueblo cubano durante su infinita tiranía. Le recordaría los miles de inocentes asesinados y fusilados por su revolución, luego de juicios sumarísimos. Lo que sí ocurrió fue que ambos deben haber degustado exquisitos platillos. Preparados en los fogones del palacio presidencial, mientras la mayoría de los cubanos no tenían qué llevarse a la boca. ¿Sería ese un tema de la prolongada sobremesa que compartieron el rendido teólogo de la liberación con el admirado revolucionario -convertido en el peor déspota de la comarca- vetusto y enfermo, pero todavía fuerte como para disfrutar de la compañía del príncipe de la Iglesia Católica?
Este Papa que decidió llamarse Francisco no ha pisado su país, pero eso no le impide estar muy cerca de Cristina Fernández, del kirchnerismo y del peronismo. Quienes le conocieron como sacerdote jesuita saben de sus devaneos con el peronismo, ese movimiento populista que ha influido -para mal- en nuestras sociedades.
En 9 años de reinado Bergoglio ha acumulado un rosario de actuaciones y expresiones que han sorprendido a propios y extraños. El 3 de mayo -día de la Cruz- fue entrevistado por el Corriere della Serra, un periódico italiano de amplia y reconocida trayectoria. Allí culpó a la OTAN de la invasión a Ucrania. De acuerdo con su santificada y desprejuiciada lectura, Putin no tiene ninguna responsabilidad en los crímenes cometidos contra la población civil ucraniana. “Los ladridos de la OTAN en las puertas de Rusia indujeron a Putin a invadir”.
Eso significa que, según el primer Papa latinoamericano, la OTAN ladra como un perro rabioso y el bondadoso Vladimir Putin defiende a Rusia con una violenta irrupción en un país vecino. Cómo entender esta respuesta, que expone una vez más el eterno acertijo ruso: “envuelto en un misterio y dentro de un enigma”. Su santidad al justificar a Putin olvida el recurrente sufrimiento del pueblo ucraniano. Por ejemplo, con el holodomor perpetrado por Stalin, que en un año mató de hambre a unos 8 millones de habitantes.
Bergoglio busca darle un vuelco de 180 grados al hecho innegable de que Putin tiene en vilo la paz del planeta, amenaza con una III guerra mundial y de paso arrasa a un pueblo, mientras intenta hacer una demostración de fuerza, al desafiar a la Unión Europea y a la OTAN. En este contexto el Papa -nativo de esta aldea global- tiene el tupé de presentar al agresor como agredido, y a las víctimas, además de ignorarlas, las desprecia. “Más generoso con los verdugos que con las víctimas. Y siempre a la izquierda de la extrema izquierda”, como lo escribió Carmelo Jordá en Libertad Digital.
Agridulces
Los corruptos que ha parido el socialismo del siglo XXI tienen unas enormes agallas. No le caben en la ambición. Nervis Villalobos es sólo uno de ellos. Con sus -por ahora- 115 inmuebles de lujo en la madre patria.