A la pregunta del lema militar, por lo menos en Guayana, un amigo, evocando sus años de servicio, siempre responde marcialmente: “El sol sale por el Esequibo”. Un vecino sencillo y común, que gusta seguir del curso de los aconteceres, apostando por las salidas más institucionales posibles e incluso románticas al escabroso panorama de crisis venezolana. Es tal su espontánea revisión (como todos los criollos, probablemente) que ha devenido en convertirse ante las menciones de la revolución en contra del “imperio”, en un avezado aprendiz de la historia de EE UU, al punto de admirar su recorrido libertario.
Cosas de los tiempos y de las burdas manipulaciones de la política que terminan convirtiéndose en bumerán favorable frente a los extremismos de todos colores y el uso de argumentaciones grotescas. El asunto enfila a destacar, en la dirección de la narrativa revolucionaria, cómo los códigos de la épica cubana, tutora de gestión política del patio, palidecen hasta convertirse (para los adeptos aquí) en episodios tenebrosos y macabros donde se inserta el crimen, corrupción y faltas de escrúpulos de todo orden; irrumpiendo en la opinión pública como otro capítulo sórdido de la revolución bolivariana. La “Bahía de Cochinos” pudiera titularse en la actual Venezuela, a manera de remedo de aquel trance de “gloria” de la isla de la felicidad. La crónica de sucesos doblemente roja no esconde los niveles de descomposición de los estamentos del poder, denotando su ausencia cada vez mayor en las precariedades de la vida de la población que llevan los funcionarios rojos altos y medios. Este hecho con conductas de ocultamientos y maniobras (referimos solo el desdén ante la pobreza material de las mayorías, sin señalar el cinismo ante lo moral) que se repite de miles de maneras en las regiones y pueblos distantes, es profundamente desestimado por la generalidad de quienes enarbolan la acción de alternativa democrática: “Mala sombra del espanto cruza por el terraplén”, que igual que Florentino tiene que pensarse, cuando desde unos buenos años, los venezolanos se encuentran atrapados por el secuestro del orden constitucional y que en los últimos largos meses producto de las apetencias, corrupción, burocratismo e indefiniciones de las dirigencias de los partidos opositores, el descrédito y el escepticismo han llegado en la gente a niveles casi de no retorno.
Los tiempos indican con sus dramas mayúsculos de la situación económica, la inmigración y la atrofia del estado de derecho, que la fórmula de cambios, plenamente libertaria y democrática, ha de contar en esencia con la impugnación, la firmeza de principios éticos, que no son una condición adicional o abstracta en la etapa donde estamos. Si no se tiene suficiente coraje, inteligencia y compromiso para entender esto -y no se trata de los puros o impuros- se está inhabilitado para representar la irritación social y en consecuencia las simpatías mayoritarias.
Bahía de piratas
Venezuela, teniendo de contexto episodios lacerantes y perturbadores que represan la creatividad y el voluntarismo de la sociedad civil que hace su mejor esfuerzo por el optimismo, presenciará en los días entrantes las “operaciones” de la “política” que por los vientos que soplan no serán, lamentablemente, otra cosa que un barniz a las duras condiciones de falta de libertad, atropellos y hundimiento del aparato económico.
La política alejada de las mayorías tiene de explicación haberse convertido en espectáculo burlesco e indiferente a la gente. A eso ha contribuido toda la clase política venezolana que con sus privadas, errores, silencios y falta de autocrítica, todos sin excepción, incluyendo a quienes no pueden achacárseles los males de la nación (caso Guaidó), son metidos en un mismo saco sin distinción alguna. Son culpables de actuaciones que se han interpretado como de negociados al costo que sea; de traiciones y de pretender engañar con estratagemas acordadas con el régimen. Pero también son responsables de una narrativa pobre, mecánica, sin determinación; anclada en supuestos casi religiosos como la unidad, alianzas con actores -organizaciones e individualidades- cuestionados por su falta de ejemplaridad y actuaciones bochornosas. En esas condiciones, sin ni siquiera asomar los compromisos con la Venezuela que espera, son imposibles las transformaciones, como las que hoy reclama el país al chavismo, para volver a la Constitución y a las bases de una sociedad que algo ha aprendido de la lección del desastre. “Bahía de Piratas”, es ese espacio de la sociedad que se llenó de cómplices, ídolos de barros, de la sargentería política devaluada, de publicistas de la “normalidad” y cuentadantes de los que no se representan, ni les importa la dignidad y los principios.
Mi amigo seguirá soñando, escuchando los cuentos de la mitología revolucionaria que ahora narra sobre haciendas porcinas a donde llega el asesinato; descubriendo, seguramente por contraste, el empedrado camino civilista de la “despreciada” nación del norte, que es algo que por cuenta propia debemos reencontrar nosotros para darle valía a las decisiones ciudadanas.