@francescadiazm
“Los libros no son malos. No matan gente ni van a la cárcel. Depende del lector”. Esta fue la respuesta de una de mis compañeras durante un debate virtual para una clase de Periodismo. La discusión comenzó luego de que yo manifestara mi desdén por los libros malos. Aseguré que, de volver a mi adolescencia, no leería sagas ni libros de baja calidad a los que dediqué muchas horas de lectura y que, finalmente, no me sirvieron para nada. El debate, entonces, se extendió por horas. Todos compartían la opinión de esta chica: los libros no pueden ser malos, eso dependerá del lector. A mí me parece un disparate.
Si todos los libros fueran buenos y valiera la pena leerlos, los críticos estarían muriendo de hambre. No habría gente preparándose y estudiando la literatura para poder afirmar si un libro cuenta con un buen hilo narrativo o no. Si la calidad de los libros dependiera de cuántas personas los leen o a cuántos les entretiene, no existiría un Nobel de Literatura. Sería lo mismo un libro de Mario Vargas Llosa que uno de Stephanie Meyer. Hay estándares.
Primero, reconozcamos que hay lectores básicos. De esos que disfrutan a los personajes totalmente buenos o totalmente malos. Que no se fijan en los matices o en esas pequeñas frases que te dejan saber un movimiento de manos de un personaje. Cosas imperceptibles que a un gran autor no se le pasan. Esos lectores que no sienten una curiosidad y se hacen preguntas ante una narración tan peculiar como es la segunda persona perenne de Carlos Fuentes en Aura. En fin, ese tipo de personas que abren los libros en busca de entretenimiento rosa y consumen sagas adolescentes. No les gusta confundirse con palabras en desuso que los haga buscar el diccionario una y otra vez. Esas cualidades no las tienen todos los libros. Hay historias que son contadas repitiendo las mismas palabras una y otra vez; con personajes muy poco desarrollados o incoherentes con las realidades que viven.
Además, hay libros que no sirven para mucho. Gustos culposos tal vez. Historias que te hacen preguntarte quién pudo editar ese texto y publicarlo. Muy consumidos y con excelentes ventas. Pero que algo le guste a mucha gente o la conmueva no lo hace ser bueno.
Algunos blandirán una frase: “El arte no es bueno ni malo. Depende del gusto”. Esto es una falacia. Sí hay arte malo. Quizás muy sentido, esforzado, apasionado; pero malo. No es cuestión de gustos. Hay parámetros medianamente objetivos por los que se puede decir que un libro no es de alta calidad.
Los libros malos no van a desaparecer. De hecho, son necesarios. Si no has leído uno, no podrás diferenciarlos de los de mejor estructura. Los textos mal ejecutados, porque en este texto no hablo de gustos, sino de formas, se revelan para el lector. Todos reaccionan diferentemente ante una misma lectura; de hecho, hay historias cuya interpretación general es muy distinta a la que el escritor quiso plasmar. Existe el gusto, la preferencia y los libros que no son para ese momento tu vida. Todos son libres de leer lo que les plazca y disfruten, pero no se puede confundir el gusto personal con los cánones estéticos y de calidad que evolucionan, se transfiguran y cambian, pero siempre están presentes. No está mal disfrutar de una saga vampírica o perderse en una historia de Camus. Ambas son posturas respetables. Pero no es una subjetividad el que uno es algo de primera y del otro hay muchos parecidos e igual de llenos de lugares comunes. Eso es un hecho.
Me topé con el argumento de “lo importante es que la gente lea”. Para empezar a leer y disfrutarlo, sí. Es bueno empezar leyendo lo que entretenga y sea de fácil disfrute. Pero luego hay que evolucionar a otros géneros y crecer como lector. Allí es cuando se te revela el factor de la calidad. No basta con inculcar la lectura, también hay que desarrollar el criterio con el que se lee. Ese discernimiento que nos permite encontrar el saber práctico de la lectura.
Cuando una persona tiene conocimientos, es crítica y conoce de algo, puede criticarlo y puede sentenciar sobre su calidad. Como cualquier producto o artefacto. Así que estoy convencida de que sí: hubo, hay y habrá libros malos.