Quienes estudiamos literatura usualmente echamos mano de lógicas de investigación que se comparten con otras disciplinas científicas: describimos el objeto de estudio en sí mismo, desde sus cualidades intrínsecas, y luego establecemos relaciones con otros objetos de su misma clase o especie. Algo parecido hizo Charles Darwin cuando clasificó caracoles, o es la misma vía metodológica que empleó Mendeléyev al crear la tabla periódica de los elementos. Pareciera que la idea general es ordenar el mundo, hacer un mapa que nos haga inteligible el desorden que en esencia es la vida. Poner cada cosa en su sitio.
Los estudios literarios hacen lo mismo, y si me pidieran que describa y clasifique la obra de Carlos Yusti (Valencia, 1959) diría que es inusual, difícil de etiquetar y comparar. En una hipotética tabla periódica de la literatura venezolana, a Carlos Yusti lo ubicaría en el grupo de los metales raros. En una clasificación zoológica de nuestras letras, quizás no sabría dónde ubicar a Yusti, pues él es más un animal fantástico, de esos que abundan en los bestiarios medievales.
Si tuviese que caracterizar a Carlos Yusti diría, sin pensarlo mucho, que él es un raro.
Quiero explicar mejor ese término de raro para que Yusti no me malinterprete. Rubén Darío, el universal poeta nicaragüense, publicó en 1896 un libro que contenía veintiún semblanzas de escritores de su preferencia, entre los que incluyó a Verlaine, el Conde de Lautremont, Edgar Allan Poe, José Martí, entre otros. Todos esos escritores tenían en común, según Rubén Darío, el haber desarrollado una obra fuera de la norma, el compartir una curiosa relación con la escritura, a extramuros del canon, y aun así esas obras mantenían una suprema belleza y profundidad. Rubén Darío tituló ese libro de semblanzas como Los raros y ese es precisamente el sentido que encuentro en la obra literaria de Carlos Yusti.
¿Pero cuáles son específicamente las cualidades de la obra de Yusti que le hacen ser un raro?
En primer lugar, Yusti se ha dedicado exclusivamente al ensayo, género no muy popular ni entre lectores ni escritores de nuestro país. Sí, existe una larga tradición de ensayistas venezolanos, desde Andrés Bello, Ramón Isidro Montes o Cecilio Acosta, pero aún hoy el género no se siente como parte de la literatura y es visto más como una planta parásita que solo existe para la academia.
Yusti ha publicado varios libros: Pocaterra y su mundo (1991), Vírgenes necias (1994), Cuaderno de argonauta (1996, Premio de Ensayo Casa de la Cultura Miguel Ramón Utrera), De ciertos peces voladores (1997), Los sapos son príncipes y otras crónicas de ocasión (2006, Premio de Crónica IV Bienal de Literatura Antonio Arráiz), Dentro de la metáfora: absurdos y paradojas del universo literario (2007), Para evocar el olvido y otros ensayos inoportunos (2007) y Poéticas del ojo. Una mirada impertinente acerca de las artes visuales (1999-2008) (2011), además de innumerables textos dispersos por las prensa nacional e internacional, siempre desde el ensayo y la crónica. Sin embargo, el hecho de escribir ensayos no lo hace automáticamente un raro, así que hay que buscar más indicios de su rareza en otros niveles.
Si revisamos su estilo y los temas tratados, quizás demos mejor con la causa de su condición de autor inusual.
Yusti escribe con un estilo directo, no cargado de adjetivos inútiles, un autor de lengua lampiña que dice las cosas por su propio nombre, sin por ello perder la belleza de la frase o, como le gusta decir a él, la “angelación o enduendamiento”:
“Aunque debo reconocer que escribo porque soy un obstinado, un amargado, un aduendado que tiene fe ciega en las palabras y en la imaginación. Escribo para pasar en limpio mis olvidos, las tachaduras y borrones de mi vida aguijoneada de trivialidades, horarios, rutinas y objetos que nunca se ablandan”.
Esta característica de su estilo lo asemeja a Henry Miller, a Bukowsky, a Vonnegut, o en el contexto venezolano, a Miguel Eduardo Pardo, Pocaterra, Blanco Fombona, Argenis Rodríguez, Salvador Garmendia… Ese es su árbol genealógico, su familia de raros.
Pero Yusti no solo es raro por el género que cultiva y por su estilo; lo es además por las temáticas que desarrolla en sus trabajos. Sus temas siempre están al margen de lo que usualmente se encuentra en los ensayos de corte académico o literario. Yusti escribe sobre escritores fracasados, sobre autores que plagian, sobre bibliografías de libros que nunca se han escrito, sobre libros prohibidos y mágicos, sobre revistas de literatura hechas por pacientes de hospitales psiquiátricos, sobre el libro como objeto de la cultura y su impacto en nuestras vidas (tema que ha relacionado con otra de sus facetas, la de artista plástico, al replantearse las formas tradicionales de los libros y hacer con ellos el soporte de nuevas obras de arte)… es decir, la temática de su escritura se sitúa en los márgenes que separan la realidad de la ficción y que pueden llevarnos a la locura. Es, como él dice, hablar de “la vida traspapelada con la literatura”.
Hay otro tema recurrente en los ensayos de Yusti, además de los mencionados, y es el que se refiere a la situación del escritor en la sociedad. Sobre ello hay una constante queja y denuncia y ello resulta un excelente material para comprender la sociología de la creación literaria en este contexto:
“Luego, con los ninguneos editoriales y los empeñones que te dan las roscas literarias va uno descubriendo que este oficio de las letras es una cabronada, que este es un oficio de egos enfrentados, de zancadillas y hambre garantizada. Que uno tiene que ejercer otros trabajos para verle la costra al pan, que muchas veces debe hacerla de puta de las letras, de ‘negro’ tarifado para comprender de qué coño va la realidad y dónde empieza la ficción de las palabras y las metáforas”.
Con Yusti aprendemos que una cosa es la obra literaria, creada con la sangre y sudor del escritor, y otra muy distinta la literatura, con sus pequeñeces de envidia, venganzas, zancadillas y silencios. En los ensayos de Yusti se ve aquel albatros de Baudelaire trastabillando sobre las páginas.
Por todas estas razones afirmo que Yusti es un raro. Pero si me pidieran una evidencia más les diría que hay una que ninguno de nosotros podrá refutar: Yusti no usa teléfono celular ni maneja redes sociales. ¿No creen que eso es algo muy raro en estos tiempos?
Ese no es un dato superfluo y nos puede servir para conocer mejor a Yusti y su relación con la escritura. El teléfono móvil, la computadora portátil de estos tiempos, ha modificado muchas de nuestras actitudes y valores. Sí, ha acortado las distancias y los tiempos de respuesta. Nos mantiene informados con mayor rapidez. Sin embargo, también ha fomentado las noticias falsas, la descontextualización, ha disminuido los tiempos de atención y ha aupado la pugna estéril. Además, le ha borrado a la idea de éxito el trabajo constante, sin aspavientos, y ahora lo que no es instantáneo o no tiene likes o retuits resulta siendo un fracaso.
Yusti, al contrario, trabaja desde la otra orilla, sin angustiarse por la visibilidad inmediata o por los fuegos fatuos de la fama. Escribe y lee sin parar, solo para alimentar a la literatura misma. Como él mismo dice:
“Si me preguntan por qué escribo, por qué sigo en esta ‘escribidera’, como me recriminaba mi madre, me valdría de lo escrito por George Mikes: ‘Creo que no soy otra cosa que el eterno autor que no crea nada perdurable, y cuyo mérito exclusivo consiste en que él (junto con otros pocos centenares de miles) mantiene viva a la literatura. Un hombre que nada tiene que decir, pero que experimenta un irresistible impulso de decirlo”.
Su obra de seguro será estudiada dentro de algunos años. Será motivo de trabajos de grado, de artículos de investigación, de ponencias, y aquellos investigadores del futuro se preguntarán, asombrados, cómo los lectores de hoy no logramos ver semejante maravilla, maravilla…