@abgoscarsalama1
La elección de Pedro Castillo como presidente de la República de Perú es un ejercicio democrático marcado por el cansancio de la gente con los partidos políticos y las promesas electorales incumplidas al rigor de la temporada posfujimorista. El pueblo tiene el derecho de procurar sus propios cambios por la vía democrática y así lo quisieron los peruanos; pero en paz.
Estará en la cabeza del nuevo presidente la decisión de hacer los cambios como bien lo espera su pueblo o definitivamente escoger la senda de la destrucción republicana como método para afianzarse en el poder. Todos esperamos la primera. El pueblo quiere que se convierta en un gran presidente, que auspicie las bases para la profundización de la democracia y comience a cerrar las brechas sociales que, como la pobreza y la desigualdad social, son cada día más grandes y abonan el campo para la existencia a futuro de esquemas graves de ingobernabilidad.
Pedro Castillo cuenta con un respaldo electoral del 50% de la población y de un 42% de los curules en el Congreso de la República, incluyendo las alianzas proclives a sus ideales; sin embargo, eso aún sigue siendo muy frágil para ejercitar y fortalecer su propia legitimidad; pues, viene de un proceso muy cuestionado y su discurso sigue apuntando hacia la constituyente y nacionalización y expropiación de empresas, poniendo en riesgo su propia estabilidad como mandatario.
El detalle estaría en el pronunciamiento de Castillo al momento de su asunción, la conformación del gabinete ejecutivo y en la conducción y direccionalidad de su naciente gobierno. Seguir insistiendo en cambiar la Constitución y expropiar y nacionalizar empresas defenestraría su legitimidad, poniendo en riesgo su voto de investidura y dando paso a un proceso de convulsión política y social, nada conveniente para los peruanos; pues insistir en esa tesis de imposible ejecución fracturaría de manera importante la propia soberanía nacional, cosa no deseada por su impacto en el aumento de la conflictividad en general.
Si Pedro Castillo opta por ser un presidente reformador, indudablemente estaría enviando un mensaje positivo a todos; poniéndose como un auténtico estadista, capaz de profundizar y reforzar las iniciativas por las reformas en materia educativa, política, económica, laboral, etcétera, y de incluir a sectores populares, históricamente excluidos del bienestar social, en un plan de reivindicación sostenible y sostenido. En este sentido hay que apostar, para que el nuevo presidente tome el camino más adecuado para Perú, para que refuerce su legitimidad en razón a su buen desempeño, y para que los peruanos sigan gozando de paz social y del crecimiento económico, producto de su esfuerzo, trabajo, educación y cultura.