Llamar “libertadores y libertadoras” a un pueblo esclavizado por el hambre y el miedo sólo puede calificarse como una burla que escarnece a más del 90% de quienes habitan esta colonia cubana, china, rusa y, últimamente, iraní. Pero una befa de este tenor es algo que los venezolanos hemos soportado durante más de dos décadas, en cadena nacional de radio y televisión. También a través de medios escritos, nacionales e internacionales, y en eso que llaman campañas institucionales, que hacen rotar en todas las emisoras radiales y televisivas del país.
En una de estas campañas aparece un minpopo leyendo en telepronter una mofa, una mojiganga, una guasa con la que pretenden convencernos de algunas de sus delirantes cursilerías patriotéricas, pintadas de verde oliva. El ministro se presenta con una dulzura que sólo conocen sus nietos. No levanta la voz ni insulta, pues busca que ese nariceado y dócil pueblo les defienda su patria de los peligros del -siempre amenazante- imperio norteamericano.
¿Cómo una población macilenta y desnutrida va a ser convocada a luchar por una patria que es propiedad de quienes han hecho su mejor esfuerzo para que los venezolanos estemos sumidos en la más absoluta miseria? Llaman a la juventud entre 18 y 30 años para que entregue su vida por la patria de la macolla más corrupta, inhumana e insolidaria, engendrada -también- en el interior de la institución armada.
Van tras el “lomito” del raquítico cuerpo social de su patria para que se ALISTE POR VENEZUELA. Pero esa cúpula militar sabe, perfectamente, que esa juventud ha salido por fronteras, trochas, puentes y alcabalas custodiados y extorsionados por ellos mismos. Estos venezolanos se van caminando, sin pasaporte y hasta sin cédula de identidad en busca de un plato de comida. No quieren morir ni ver morir a los suyos, y por eso salen “mochileando”. Huyen casi descalzos, en sandalias o con zapatos deportivos en las últimas. Sólo cuentan con su fortaleza personal y con la generosidad de los nacionales de otros países, para sobrevivir a la adversidad de la exclusión de y en su tierra natal. En esta última no tienen ningún tipo de oportunidad para alcanzar la estabilidad que proporciona una carrera, un emprendimiento o un trabajo decente y honesto.
Los tipos de verde oliva con armamento putinesco o putiniano no pueden ignorar lo que ven con sus propios ojos. Saben mejor que nadie que los muchachos -unos seis millones- huyeron, escaparon, se fugaron, se piraron, se escabulleron y exponen sus vidas mientras salen de Venezuela, llegan a algún poblado fronterizo, cruzan los países por las zonas más peligrosas y arriban al destino que tienen en mente. Es un milagro que lleguen en buen estado después de semejante aventura, pero muchos lo logran.
Esa estampida sin precedentes en la historia de Venezuela tiene al hambre como causa principal, pero también al miedo que todos tenemos en el cuerpo y en el alma. Son 22 años de represión, persecución, hostigamiento, perdida de nuestras libertades básicas y de los derechos más elementales. De todo aquello el brazo ejecutor siempre tiene un arma de reglamento, el verde oliva viste su represora humanidad, los tribunales que consuman la violencia institucional son militares y los torturadores no esconden sus charreteras.
Ninguna originalidad, por cierto, en todo aquello. Es la más ostensible demostración del tipo de dictadura instaurada en esta colonia: militarista, comunista, socialista y convertida en la enemiga más despiadada, malvada y feroz de los nacidos en esta tierra. Si las cosas son así, ¿cómo le pides a los muchachos que se alisten en una organización, cuya performance es de un terror que sólo inspira rechazo? Ni la carnada de los tres golpes es suficiente motivación para alistarse.
Este multiprotectorado -cubano, ruso, chino e iraní- expulsó a su juventud. Mucha huyó y otra sigue cruzando fronteras por trochas y caminos verdes. Un gran número está en la cárcel o en las minas, y la que está en la calle -que no es estar libre- está presa en las garras del delito: esto es violencia y muerte en estado puro. Así que me temo que esta campaña multimedia, con la voz dulcita del minpopo de la defensa, tiene escasos receptores en esta Venezuela sometida y extorsionada por la arbitraria y represiva bota militar.
Agridulces
El incendio del Ministerio de Educación en la esquina de Salas es una suerte de metáfora de la capacidad destructiva -la única que tienen- de quienes han arrasado con todo lo que encontraron hace 22 años. La sede no podía quedar en pie, dígalo ahí, Aristóbulo.