sábado, 20 abril 2024
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Redes y universidades

Las redes sociales de nuestros tiempos reproducen la dicotomía creada por R. L. Stevenson en El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde (1886).

Las redes han existido por esa acuciante necesidad de y del contacto que apremia al género humano y a sus instituciones. En este sentido las universidades y las academias fueron pioneras, porque sus miembros encontraron formas de establecer y mantener una suerte de vecindad con sus pares, a pesar de las distancias. Y, claro, los estudiantes concluidos sus estudios, también establecían relaciones mediante redes de correspondencia internacionales, a menudo en latín. Tal como quedó escrito en el libro de William J. Bouwsma El otoño del Renacimiento 1550-1640. Editorial Crítica. Los viajeros, igualmente, siguiendo las recomendaciones de Bacon, “no debían dejar atrás los países que habían visitado, sino que debían mantener correspondencia por carta con aquellos que habían conocido y eran personas de valía”.

Por supuesto que las universidades del Renacimiento son muy diferentes a las del siglo XIII, cuando está datado el origen de estas instituciones, que actuaban como corporaciones de origen local, estaban sujetas a la jurisdicción eclesiástica, monopolizaban el saber y se regían por reglamentos gremiales. Las de París (1150), Bolonia (1088) y Oxford (1170) eran las más sobresalientes, en cuyas aulas los alumnos se formaban -con el método escolástico- en teología, derecho y ciencias.

Con el Renacimiento y la Reforma las universidades se abrieron al humanismo y se desprendieron de su sentido ecuménico al aceptar otras religiones. Todo aquello se tradujo en una mayor apertura, lo que propició que los servicios de correo se organizaran desde las universidades, que se canjearan libros y otras cosas de interés para estas instituciones. Un buen ejemplo es el que tiene que ver con el historiador inglés William Canden, quien hizo llegar a su colega francés Jaques Auguste de Thou parte de su trabajo sobre el reinado de Isabel I (1615). Paolo Sarpi (1552-1623) -veneciano versado en todos los campos del saber- envió por correo semillas de melón y coliflor a un corresponsal francés.

En aquel mundo académico e intelectual de las universidades se crearon redes de correspondencia en muchas áreas del conocimiento y de los saberes en general. Han sobrevivido, por ejemplo, entre siete y ocho mil cartas escritas y recibidas por el jurista Hugo Grotius (1583-1645). Sarpi se carteó con eruditos franceses y protestantes flamencos, así como con juristas galicanos y científicos del círculo de los hermanos Dupuy. Hugo Blosius -bibliotecario de la corte de Viena- congregó a multitud de centroeuropeos en una nutrida comunidad epistolar. Hubo una red de correspondencia interconfesional que agrupó estudiosos españoles, flamencos, ingleses, suizos y franceses que discutían en torno a conocimientos bíblicos y sobre filología del oriente próximo.

Como anticipo de lo que serían las redes sociales en el tercer milenio, muchos renunciaron a la privacidad de sus epístolas para hacerlas circular profusamente. Aquello fue posible gracias a la valoración literaria de esas creaciones individuales, cuya tradición tiende un largo puente histórico que los conecta con Cicerón. También con Petrarca y Erasmo, quienes pulían sus misivas para que fueran publicadas.

Lo cierto es que es que a través de las relaciones en y con las universidades, de las incorporaciones y afiliaciones a las academias, del intercambio de libros o de la correspondencia, los pensadores, escritores, artistas e intelectuales europeos constituyeron una verdadera República Internacional de las Letras, como concluyó Bouwsma en el libro sobre el otoño del Renacimiento. Al interior de esa gran República hubo subgrupos basados en intereses comunes de tipo ocultista, erudito, científico, legal, histórico religioso, estético y hasta utópico.

El interés común motivó las redes de correspondencia del Renacimiento y es también un elemento esencial de las redes sociales en esta aldea global. Residencia permanente de la sociedad del conocimiento, pero también de la posverdad en comandita con las fake news. En este sentido, las redes sociales de nuestros tiempos reproducen la dicotomía creada por R. L. Stevenson en El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde (1886).

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