Fallecer en medio de una pandemia originada en tierras maoístas, atosigado por una narrativa socialcomunista cuyos presuntos logros cabalgan olas gigantes de mentiras y engaños, mientras el tsunami hiperinflacionario transversaliza la precaria existencia de la gente de este expaís, es morir dos veces. Américo Martín -quien orbitó en torno al imperio soviético y se enguerrilló para imponer el castrocomunismo en Venezuela- estuvo a un tris de ser espectador del afán expansionista de un zar megalómano y criminal, que invade -cual Stalin- para tomar por la fuerza de las armas un territorio del que se cree propietario. La muerte de seres humanos es irrelevante para Vladimir Putin.
Martín murió el 16 de febrero y la invasión a Ucrania se perpetró el 24 de ese mismo mes. Ocho días separan esos dos acontecimientos: la ausencia definitiva de un hombre excepcional y una acción bélica que desnuda -para siempre- a un individuo de muy alta peligrosidad, convertido en una verdadera amenaza para la humanidad.
No exagero cuando hablo de un ser humano fuera de serie. En especial porque tuvo la capacidad y la valentía de rectificar, después de haber estado sumergido en el pozo sin fondo de la izquierda jurásica latinoamericana, en la que se cae con mucha facilidad, pero de la que es casi imposible salir. Sus ataduras invisibles son gruesas cadenas ideológicas -casi irrompibles- que fanatizan al joven, objeto de lavados de cerebro un día sí y otro también.
Américo nació en 1938, lo que significa que en los sesenta tenía 22 años y venía de participar en la lucha contra el tirano Marcos Pérez Jiménez. Militaba en Acción Democrática desde que estudiaba bachillerato en el Liceo Andrés Bello. Estuvo preso en las ergástulas administradas, eficientemente, por Pedro Estrada y Miguel Silvio Sanz, los más conspicuos torturadores de la dictadura perezjimenista.
El 13 de febrero de 1959 tomó posesión el primer presidente de la democracia venezolana, Rómulo Betancourt. Ese mismo año se inicia la más prolongada, cruel y brutal dictadura comunista del continente: la de Cuba. Esa que sedujo y obnubiló a millones de jóvenes e intelectuales de todo el mundo. El barbudo y vicioso fumador de habanos fue el influencer de aquellos tiempos: imitado, emulado y seguido, porque era el tipo de moda, con su barba, su uniforme militar y su estilo pendenciero. Américo fue uno de los muchachos que cayó bajo el influjo de aquel histriónico, delirante y mefistofélico individuo, auto destinado a salvar a la humanidad del malvado capitalismo. Encarnación del comunismo e interesadamente alineado -y al parecer también alienado- con la URSS.
El segundo año de Betancourt en la presidencia -el más difícil y asediado de todos los gobiernos de la democracia- es también el de la primera división de AD. Américo Martín aparece en primera línea a pesar de ser un mozalbete. Reclutado por el castrocomunismo tomó las armas y es llevado a Cuba para hacer estudios “post doctorales” en guerra de guerrillas. En tanto la incipiente democracia es objeto de conspiraciones militares, civiles y de gobiernos extranjeros como el de Rafael Leónidas Trujillo.
Los restantes años de este primer quinquenio democrático resultaron todavía más complicados. En los cuarteles la subversión se hizo cotidiana entre los militares. El barcelonazo, el carupanazo y el porteñazo fueron las insurrecciones más mediáticas. Claro, los uniformados tenían su corazoncito más escorado a la izquierda y el PCV hacía su trabajo ideológico sin prisa, pero sin pausa.
El segundo tomo de las memorias de Américo Martín Estaba lleva por título La terrible década de los sesenta (2013). Leí el primero, Ahora es cuando, publicado también en 2013. Este último es un recorrido por la historia familiar que le permite mostrar que es un maestro de la narrativa, incluso en el género de la autobiografía. Es autor de unos 20 libros, esenciales para entender la historia de la segunda mitad del siglo XX y las primeras dos décadas del XXI. Se destacó como columnista en TalCual. Sus trabajos dominicales nutrían la reflexión, enriquecían el pensamiento y ampliaban la perspectiva histórica con su sabiduría y su novedosa y lúcida visión de los hechos del pasado. Su calidad escritural y su talento literario desafiaban al lector más exigente. Me siento triste porque cuando muere un columnista se apaga una voz y una luz única e irrepetible: esa que grita y alumbra hasta en la más oscura noche de las tiranías.
Agridulces
Con una sorprendente velocidad fue inaugurada la universidad internacional de las comunicaciones. En un acto de magia académica, la ministra Lucena revisó y aprobó todo lo que se requiere para poner en funcionamiento una casa de estudios superiores. Sede: el edificio despojado a El Nacional.