martes, 14 enero 2025
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A las valientes mujeres venezolanas

Con temple y coraje, allí están de cara al sol: las maestras y profesionales en todas las especialidades, las madres de familia, las pensionadas, las jubiladas, las defensoras de los derechos humanos, e incluso las que están injustamente encarceladas.

Es un día para exaltar y enaltecer a la mujer venezolana que ha llevado sobre sus hombros cargas muy pesadas en estos últimos 25 años. Esa mujer que ha visto cómo su país ha sido destruido en su totalidad. Desde sus instituciones -esas que creíamos de probada solidez- hasta el proyecto de vida de la mayoría de quienes sobrevivimos en este ex país. Esa madre que ha vivido en carne propia cómo sus hijos son expulsados de su patria -atenazados por las privaciones y precariedades que han marcado su existencia- para buscar alguna oportunidad que les permita seguir adelante con su vida, para materializar los sueños que cualquier joven acaricia.

Toda mujer venezolana sabe que la educación es una puerta que se abre, para ofrendar las oportunidades que garantizan una movilidad social ascendente. Esa que benefició a varias generaciones de compatriotas, quienes accedieron no sólo al conocimiento y a la formación universitaria sino a una mejor calidad de vida. Un logro de la democracia, por cierto, que tiene pocos precedentes en la región. Muchas mujeres nos beneficiamos de aquellas oportunidades.

Oportunidades que les han arrancado a la juventud que ha nacido en esa franja de la historia, iniciada en 1998. Hoy las mujeres son espectadoras del desmantelamiento de la educación, desde el prescolar hasta la universitaria. Antes una mujer sin estudios entendía -con meridiana claridad- la importancia de la educación. En estos tiempos mujeres profesionales deben aceptar que sus hijos renuncien a su formación. Tanto porque el joven no le ve sentido a la educación, como también porque los escasos ingresos familiares sólo alcanzan para mal comer.

Todo esto configura una movilidad social descendente. Una estrategia de control de una zurda estatocracia, cuyo norte quedó signado por las palabras de aquel ministro de planificación de nombre Jorge Giordani, dichas al general Guaicaipuro Lameda. El primero dijo con todas sus letras “sin pobres no hay socialismo”. Dos décadas y media después el éxito del socialismo del siglo XXI ha sido rutilante, pues la pobreza supera el 90%.

Esta pobreza socialcomunista es integral, endógena y colectiva, social, cultural, política y, claro, económica. Esta pobreza ha calado en el tejido social, porque es consecuencia de un modelo de dominación y avasallamiento. Una copia de la tiranía cubana que supera los 65 años, de la norcoreana y hasta del nefasto imperio chino. A lo que es menester añadir la protervia de la teocracia iraní, que también ha sido copiada por la élite vernácula. En fin, una cofradía donde converge lo peor de las tiranías de izquierda.

En todos aquellos países reina la más absoluta opacidad, son inexpugnables y occidente y la comunidad internacional no cuentan con las fortalezas requeridas para enfrentar a estas oprobiosas satrapías. Pues bien, en todos esos países las mujeres sufren las más terribles adversidades, de las que poco se conoce más allá de sus fronteras.

En Venezuela la involución ha sido dramática y traumática, pues las mujeres hemos perdido derechos en todos los espacios de nuestra vida. En el hogar -asaltado por los tentáculos de la pobreza- se ha enseñoreado la violencia intrafamiliar, cuyas víctimas son las propias mujeres, los ancianos y los niños -hembras y varones- que son objeto de todo tipo de atropello.  No hay día que esto no sea noticia en los pocos medios que la hegemonía comunicacional permite que existan.

Los femicidios se producen a diario, con particular virulencia en los sectores más depauperados de la sociedad. A la miseria en la que sobreviven las mujeres se les añade la más cruel y salvaje vulneración de sus vidas, atrapadas por múltiples carencias e incontables privaciones. Cuántas mujeres son asesinadas en este socialismo, que se autodefine como feminista. Una palabra que pierde sentido cuando sale de la boca de los verdugos, misóginos en toda la extensión de la palabra, que han convertido la vida de las mujeres en un infierno.

A pesar de este panorama tan sombrío, las valientes mujeres venezolanas desafían las fuerzas oscuras de una de las más violentas dictaduras de este continente. Con temple y coraje, allí están de cara al sol: las maestras y profesionales en todas las especialidades, las madres de familia, las pensionadas, las jubiladas, las defensoras de los derechos humanos, e incluso las que están injustamente encarceladas.

Agridulces   

Lula y Pedro Sánchez, excelsos miembros del Grupo de Puebla y del Foro de Sao Paulo, se permiten dar órdenes y directrices a la oposición venezolana. Pero no dicen ni pio sobre el desastre perpetrado por sus camaradas en Venezuela. No se enteran del hambre del pueblo, ni de la represión, ni de la tortura. Ambos están engringolados y sufren sordera selectiva.