“Sólo los estúpidos no cambian” es una frase de Teodoro Petkoff que le viene como anillo al dedo a Carlos Andrés Pérez. Nada estúpido y cambió cuando fue necesario. Del ministro del Interior de Rómulo Betancourt al Pérez de su primera presidencia (1974-1979) y al de su segunda magistratura (1989-1993), existen marcadas diferencias que hasta el más aletargado de los mortales pudo apreciar. No fue de la generación del 28 porque nació en 1922, y cuando murió Gómez apenas entraba en su adolescencia, mientras Venezuela debutaba -poco triunfal y bastante retrasada- en las pasarelas del siglo XX.
CAP como primer director general del Ministerio del Interior y luego su titular desde 1962 tuvo la dura tarea de ser la cara visible que frenteaba a la guerrilla castrocomunista. Esa que tenía penetrada hasta los tuétanos a las universidades y a las fuerzas armadas. La década de los años sesenta fue terrible, como la calificó Américo Martín, quien estuvo en ambos frentes. Como militante de Acción Democrática y como una importante ficha de la guerrilla, mimado por el barbudo cubano.
En el umbral de aquella década, nuestra naciente democracia se ve sacudida por una violencia recurrente, como el alzamiento de Jesús María Castro León y el atentado con bomba contra el presidente Betancourt. Con la inconfundible firma de el Chivo, remoquete con el que se conocía al tirano Rafael Leónidas Trujillo. El asedio era nacional e internacional, y no le daban respiro a una muy joven democracia que luchaba contra tantos y tan variados enemigos: de izquierda y de derecha, civiles y militares, soldados y generales, nacionales y extranjeros, propios y extraños, cercanos y lejanos.
En junio del 61 los uniformados se alzan en el estado Anzoátegui. Esta insurrección conocida como el Barcelonazo fue controlada, rápidamente. El día de los santos inocentes de aquel año se concreta la segunda división de AD, y 1962 se inicia con violentos asaltos guerrilleros. El 4 de mayo la sublevación es en los cuarteles de Carúpano, derrotada por las fuerzas leales al gobierno, pero revienta otra vez en Puerto Cabello el 2 de junio. Es el Porteñazo, insurrección militar de mayores proporciones, que se salda con 400 muertos y 700 heridos.
Los primeros 5 años de la década de los años sesenta fue desafiante y brutal para quienes piloteaban un país, que se sacudía las recientes atrocidades de la dictadura de Pérez Jiménez. Vencer tantas traiciones y felonías debió ser todo un aprendizaje acerca de las veleidades de la versátil condición humana. Aquello, sin duda, constituyó un hito en lo que fue un cambio radical en la vida de CAP, que lo preparó para los retos que se avecinaban.
CAP vuelve al Poder Legislativo como jefe de la fracción parlamentaria de AD durante el gobierno de Raúl Leoni. Luego Rafael Caldera lo ve consolidarse como líder de talla nacional, que gana las elecciones el 9-12-1973. Sus primeras decisiones hablan de cambios contundentes al llevar adelante dos iniciativas de índole cultural: la Biblioteca Ayacucho y el programa de becas Gran Mariscal de Ayacucho, gracias al cual se formaron miles de venezolanos en las más prestigiosas universidades del mundo. En esta misma línea delegó en manos del Dr. Antonio Pasquali y de los mejores especialistas en el área comunicacional, lo que se conoció con el acrónimo de Ratelve, “un diseño para una nueva política de radiodifusión venezolana” que generó encarnizadas polémicas. Entre 1975 y 1976 nacionaliza la industria del hierro y del petróleo, en medio de una subida de los precios del crudo, que hicieron de esta tierra una “Venezuela saudita”.
Después de los gobiernos de Luis Herrera Campins y de Jaime Lusinchi, un CAP -casi septuagenario- se resiste a retirarse a sus cuarteles de invierno. Muy activo preparó, minuciosamente, su vuelta al poder con hombres como Reynaldo Figueredo en su equipo. Que trabajaron desde el bunker de Los Chorros para su regreso triunfal, que se inicia con su elección el 4 de diciembre de 1988. Otro cambio contundente se aprecia en el CAP de ese momento, que se rodea de jóvenes talentos, de académicos, investigadores e intelectuales unidos por un pensamiento liberal.
A el Caminante lo estaban esperando en la bajadita. Su llegada al poder desató una vorágine, parecida a la de la década de los años 60. El 27-2-89 fue el Caracazo. Hubo violencia en las calles y en los cuarteles, pero la descentralización siguió adelante. Enfrentó otra cascada de traiciones de gente de su propio partido y de feroces enemigos que no le daban tregua como J.V. Rangel, a quien le encargaron la denuncia mediática por los 250 millones de bolívares de la partida secreta. Lo demás fue pan comido para el fiscal Ramón Escobar Salom -el del fuego amigo- y para la presidenta de la Corte Suprema de Justicia, Cecilia Sosa Gómez, quien lo condenó a dos años y 4 meses de arresto domiciliario por malversación genérica agravada. ¡Él hubiese preferido otra muerte!
Agridulces
La radiodifusión ha sido sacrificada en el altar hegemónico de la comunicación. Sólo este año han sido cerradas unas 100 emisoras, un atentado contra la libertad de expresión que deja sin trabajo a miles de venezolanos y a millones sin información.