La medida fue aprobada por el Instituto Nacional de Aeronáutica Civil y el Saime tras reunirse con las aerolíneas que aún operan en Venezuela.
La frontera sur de Venezuela, esa línea limítrofe amazónica entre el estado Bolívar y el brasileño Roraima, está siendo testigo de un flujo histórico de migrantes y refugiados.
Brasil ya es el tercer país de acogida de migrantes venezolanos en la región, después de Colombia y Perú, de acuerdo con los datos de R4V, la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela. Los venezolanos son desplazados por una crisis humanitaria compleja sin precedentes, que los ha obligado a intentar sobrevivir en el país vecino. Este flujo migratorio ha puesto a prueba y al límite al Sistema Único de Salud de Brasil, uno de los de mayor alcance en el mundo, pero con grandes limitaciones para absorber la demanda creciente. Solo en agosto de 2023, se documentó la mayor cifra de ingresos de venezolanos desde 2020 cuando inició la pandemia por covid-19.
80% de las unidades de hemodiálisis fallan en Venezuela; los trasplantes de riñón están suspendidos y los medicamentos inmunosupresores escasean, especialmente en el sur del país. El colapso de los servicios de salud, desde hace al menos cinco años, forzó a los pacientes renales a cruzar la frontera a Brasil como última alternativa para salvar sus vidas.
Caminar por las ciudades fronterizas brasileñas es tener la posibilidad de registrar miles de momentos de la diáspora venezolana. Con crudeza, los caminantes venezolanos enfrentan cada día vicisitudes que se condensan en historias y fotografías. Acá, apenas una pequeña muestra.
Autoridades sanitarias del país amazónico reportan que más de 700 venezolanos con VIH han cruzado la frontera entre 2018 y 2022. La sequía de antirretrovirales y reactivos para las pruebas de diagnóstico y control de la enfermedad, agravada en 2016, forzó a estos pacientes a buscar alternativas en medio de los más exigentes desafíos migratorios.
La masiva llegada de venezolanas al gigante amazónico es un nuevo patrón de estudio en el flujo migratorio entre Venezuela y Brasil. Llegan solas o con hijos. Son madres y abuelas cuidadoras. Cargan a cuestas lo justo en un par de morrales, pues su vida la han dejado atrás. Solo en 2022, los desplazamientos asistidos de mujeres por el gobierno brasileño crecieron 56% respecto al periodo pre pandemia.
Carlos Javier, un niño de ocho años con hidrocefalia y espina bífida, salió con su familia de Venezuela en agosto de 2023 con el propósito de encontrar asistencia médica y terapéutica en Brasil. La pandemia de la COVID-19 fue la guinda a la honda crisis venezolana que, en especial, deja desprotegidos a pacientes con necesidades especiales.
Las dificultades de salud y de alimentación impulsan el desplazamiento de los pueblos indígenas venezolanos hacia Brasil. En un gimnasio techado en el barrio Pintolandia, en Boa Vista, viven al menos 400 waraos. Las mismas dolencias que los hicieron dejar el territorio amenazan su existencia en la capital de Roraima.
Zenaida Jiménez y Freddy Báez, venezolanos ambos, migrantes en la ciudad brasileña de Boa Vista ambos, enfermos ambos, han atravesado rigores que parecen inamovibles: la tardanza del diagnóstico de su enfermedad, intervenciones tortuosas, tratamientos costosos y éxodos intempestivos: todo para salvar la vida, aunque uno de ellos no lo logró. Ambos relatos surgen sobre el telón de fondo de la emergencia humanitaria compleja en Venezuela y las formas letales en que la crisis se empecina en hospitales y otros centros de salud.