
De aquella CVG sólo queda el recuerdo de quienes todavía respiran en este socialismo del siglo XXI. El polo de desarrollo, creado en democracia, fue empujado hacia su más absoluta destrucción, llevándose por delante la producción de materias primas y lo avanzado en su industrialización.
En las distancias cortas los libros son minas de placer. Y lo son desde que los vemos en una vitrina con sus portadas coloridas, que nos invitan para que los tomemos en nuestras manos, los acariciemos, los abramos y sintamos la suavidad de sus páginas, con la promesa de su contenido.
Para la piel de algodón del cogollo feral en el poder, cualquier palabra o expresión representa un delito, un peligro, una amenaza que debe ser castigada.
Hay un grupete ominoso y atroz, pero existe una pandilla aborrecible y repugnante. Algunos siguen aterrajados, otros cambian de enchufe en ese enroque de los mismos en diferentes minpopos.
Su socialcomunismo es más profundo en la medida en que se adueñan de todas las riquezas de este país, del erario público, canonjías, privilegios, prebendas y prerrogativas de toda índole.
El patriota de los negocios ascendió al espacio sideral de las Grandes Ligas, gracias a la descomunal cantidad de dólares que le entregaba el socialcomunismo venezolano.
La dictadura la gozan los cogollos, mientras el proletariado está obligado a conformarse con todas las privaciones y precariedades, que traen consigo los regímenes con la marca de fábrica del marxismo.
Pretendieron eliminar la noción de “individuo” que nos legó el renacimiento, pues el pueblo renunció a su libertad, para entregarse a una servidumbre voluntaria con tintes colectivistas.
Los cadáveres flotaron para que el mundo los viera, y se convirtieron en testimonio de cómo mueren los venezolanos en estos tiempos de socialcomunismo.
En estas satrapías el poder también se mide por el número y relevancia de los espiados, perseguidos y presos que se puedan acumular.