Ahmed Abulgueit consideró que la creación de un Estado palestino “es cuestión de tiempo”, pero advirtió que “su implementación debe acelerarse”.
La cuestión es que las potencias mundiales garantes del orden jurídico mundial y los grupos terroristas se han olvidado del hombre, varón o mujer. Lo relativizan, lo ven como “producto” a discreción.
El presidente Volodimir Zelenski envió un mensaje a un año del inicio de la invasión por parte de Rusia en sus redes al resaltar que “ha sido un año de dolor, tristeza, fe y unidad. Y este año nos hemos mantenido invencibles. ¡Sabemos que 2023 será el año de nuestra victoria!”.
Occidente, pues, se debate confundido en Davos. Casi que se dice culpable del deterioro económico ruso, la crisis alimentaria europea, el no haber frenado “responsablemente” la guerra en Ucrania, cuya reconstrucción pesará sobre todas las economías.
Occidente, que vivió el Holocausto ha perdido la memoria. Mientras rompe con sus raíces milenarias que le cantan a la vida se ceba con la destrucción de sus íconos, quema iglesias, no mira los genocidios en cámara lenta que tienen lugar a su alrededor, en Nicaragua, Cuba y Venezuela. Le escandalizan las víctimas ucranianas. ¿Por qué?
La Asamblea General de la ONU, ante la parálisis del Consejo de Seguridad dada la cuestión de la guerra contra Ucrania igualmente ha abandonado su abulia. 141 sobre 193 de sus Estados miembros han condenado la ruptura de la paz. Sólo eso.
A quienes están comprometidos con las libertades en Occidente y quienes se sienten orgullosos de su patrimonio intelectual, no dudo que estén viviendo un dilema real y de presente, de orden existencial, primordialmente antropológico.
Los chinos están haciendo un esfuerzo por convertirse en un poder del discurso. Pero no sé si alguna vez su periodismo podrá producir un debate abierto.
La estatocracia socialcomunista ha elegido aliarse con transgresores y facinerosos, sus socios preferentes, sancionados y cuestionados por la comunidad internacional.
El quehacer en política tiene sus momentos útiles, sus oportunidades, sus instantes de pertinencia que no se repiten y contrastan con la impertinencia, la imprudencia, la inoportunidad, la importunidad de quienes no calzan como líderes, y acaso sirven como candidatos sempiternos. El tiempo dilapidado, que es el tiempo de la ciudad, no del político, en efecto, deja a la vera buenas intenciones y “cadáveres insepultos”.