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Si las obras literarias fueran peces, tendríamos solo dos formas de estudiarlas: fuera del agua, sin vida, inmóviles; o en su propio medio, nadando a sus anchas en el amplio océano de los lectores.
Un territorio puede ostentar obras literarias, pero aun así carecer de literatura. Y, aunque suene a paradoja, en esa diferencia está la nuez de los estudios literarios.