El que no haya gasolina en un país que llegó a ser uno de los países petroleros más importantes del mundo, no tiene nada que ver con el COVID-19, sino con la hegemonía que lo ha devastado en el siglo XXI, y que continuará llevándose por delante lo que pueda, mientras pueda.
Los recientes zapateos de Zapatero no pueden traerle nada bueno al país. Se nota que el descrédito aprieta, sobre todo en círculos internacionales, y la hegemonía, una vez más, apela a sus aliados para intentar lavarse la cara.
Maduro y los suyos no merecen el beneficio de la duda. Merecen la necesidad de una condena. Lo que han hecho y están haciendo para destruir a Venezuela así lo confirma.
Según los capitostes del oficialismo, no, no hay emigración masiva de venezolanos, y ni hablar, por tanto, de una crisis migratoria. Pero según todos los estándares para medir estos temas, en Venezuela hay una de las crisis migratorias más graves de la historia de América Latina.
Ni Trump ni López Obrador son mandatarios caracterizados por la sindéresis. La mesa está servida para que los conflictos viejos se refuercen y para que aparezcan conflictos nuevos.
¿Se puede transigir? Siempre se puede, aunque la escena tenga decorados tan sugerentes como falsos. ¿Se debe transigir? Rotundamente no.
China es la segunda potencia económica del mundo, y eso no se puede subestimar. Rusia tiene una importancia menor. Pero es necesario que sus autoridades sepan que cuando la hegemonía roja sea superada, esas relaciones tendrán que ser examinadas cuidadosamente.
La hegemonía roja acabó con el sistema eléctrico nacional, al igual que acabó con Pdvsa, con la economía productiva, con la democracia, y con todo lo que se le pusiera por delante.