
De la etnia aimara y líder de los cocaleros de El Chapare, Evo ha convertido el poder en una adicción, como si de la droga más dura se tratara.
Tienen el mismo tumbao y su oficio se parece mucho al de inspector de aires libres, aunque se apertrechen con la hoz y el martillo. Eso sí, son irreductibles en sus arraigadas convicciones.
Diana Gámez escribe que en 14 años se desarrolló, en formato gigantografía, “el ego de Evo”. “Tan grande, como para ordenar la edificación de su propio museo para honrarse a sí mismo y practicar el culto a su personalidad”.