
La educación venezolana realmente está en emergencia, son muchas las cruces que está cargando, pero todos podemos ser Cirineos o signos de resurrección, por el bien del país, y por el presente y el futuro de nuestros niños, adolescentes y jóvenes.
La escuela es un pacto, legal y legítimo, entre los ciudadanos. La escuela debe imponer la autoridad, los hábitos, valores y virtudes de toda cultura democrática. Suena pedante, pero educarse es aceptación y renuncia.
Vecinos del barrio 5 de Julio piden solución urgente ante una cloaca ubicada cerca de la escuela Raúl Leoni y el comedor popular de la zona.
Urge una pedagogía práctica de la amistad, que devenga eje transversal de la vida. Que los maestros y maestras abandonen sus islas, sus dominios balcánicos.
Planificar, desarrollar, dar una clase debe ser organizar el tiempo y el espacio para la conversación, contextualización, recreación y reflexión crítica de las ideas, conceptos y definiciones
Ocurrió un quiebre en la sintonía entre el hogar y la escuela. Ocurrió un cansancio, una resignación, una renuncia a lo que funcionaba. Ahora lo armónico, lo civilizado, lo amable, lo admirable es una rareza, una excepción.
En Venezuela, las condiciones de trabajo de los educadores no son las adecuadas. No nos pueden sorprender las renuncias de tantos docentes y que haya escuelas de Educación vacías.
El error es un terreno fértil lleno de caminos diferentes. Es el lugar donde surgen las intersubjetividades, lo crítico, las rupturas, las redefiniciones, los saltos, las convergencias y divergencias de los saberes.
Cuando muere el criterio, nacen la dispersión y la ausencia de horizontes cambiables. La escuela se desvincula de la comunidad y comienza lo obsoleto a vestirse de criterio racional y razonable.
Un país civilizado y democrático no sucede por generación espontánea. Su esplendor no viene de la labor de las moscas, sino de la de los castores. Exige duración, educación, sentido y claridad de horizontes.