El mundial “feliz año” de la media noche del 31 de diciembre es contradictorio, en el caso venezolano, con la trágica situación que se vive hoy en Venezuela.
Lo que he aprendido del covid-19 es que no había protocolo, por lo menos para ese momento. No es como un infarto que saben qué y cómo hacerlo. Ante la insuficiencia respiratoria: ventilador. La intubación causa estragos. Yo estoy viviendo las consecuencias de las acciones médicas que realizaron para salvarme.
Un cambio por sí mismo no tiene por qué ser para bien. Lo es si produce progreso. No lo es si produce retroceso, o como en la situación venezolana: salto al vacío.
Hoy que nuestros connacionales escapan de la miseria -cual cubanos en 60 años de comunismo- se encuentran con el rechazo de los habitantes de aquellos países adonde se ven obligados a refugiarse.
Ojalá y estemos cerca de una época distinta. Una en la cual dentro de las fronteras convencionales se recupere y se relance la soberanía en democracia, y una en la cual las fronteras ampliadas sean un reflejo de lo mejor de Venezuela.
Según los capitostes del oficialismo, no, no hay emigración masiva de venezolanos, y ni hablar, por tanto, de una crisis migratoria. Pero según todos los estándares para medir estos temas, en Venezuela hay una de las crisis migratorias más graves de la historia de América Latina.
Hay países del vecindario que tienen mecanismos válidos para restringir y hasta evitar el continuo flujo de la migración procedente de Venezuela. Pero se hace más complicado y quizás imposible si gran parte de esos migrantes ya tienen la nacionalidad del país a donde van, o por lo menos tienen el derecho a la misma.