El mundo sin solideces, ese que observamos y se expresa en las experiencias instantáneas y el narcisismo digital, negado a la estabilidad de los espacios y al ritmo de los tiempos, ha sido propicio para una ciudadanía de descarte e inmediatez y de suyo, incluso, para una religiosidad o moralidad al gusto, al detal.
Según el Papa emérito Joseph Ratzinger “la seguridad que necesitamos como presupuesto de nuestra libertad y dignidad no puede venir de sistemas técnicos de control, sino que sólo puede surgir de la fuerza moral del hombre”, de su vuelta a la razón práctica o iluminada, contenedora de lo animal e instintivo.