
La ONU ha sido incapaz de asistir a la humanidad en la plenitud de nuestra 1ª. Guerra Global en curso, la de la pandemia, que deja casi un millón de muertos y 32 millones de contaminados por el COVID-19 chino. Si no abandona el plano de su abulia diplomática seguirá siendo un club de patólogos forenses, o el patio de celestinaje de los mayores violadores de derechos humanos en el planeta.
En el caso de Venezuela, un país que agoniza y resiste bajo el liderazgo de Juan Guaidó, ocurre una verdadera paradoja. Su Constitución autoriza la injerencia militar humanitaria extranjera, pero quienes pueden proporcionarla ahora dudan, resbalan, cambian el discurso, mientras el paciente agoniza.