No supe más del restaurante L’Incanto desde la última vez que lo visité en el 2004. No sé si habrá sobrevivido a este régimen y sus políticas económicas, quizás las más infames de la historia de la humanidad. No sé cómo será su calidad ahora. Y a pesar de toda la apología que hasta ahora he hecho del lugar, debo decirles que no, no conozco ni al dueño, ni al remodelador. Sólo fui una clienta más.