viernes, 29 marzo 2024
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“Una sola vida es insuficiente y el periodismo te permite vivir otras”

En plena edición 2018 del Festival Gabo, de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), el cronista Sinar Alvarado concedió esta entrevista sobre historias, sobre Venezuela, sobre sus obras, sobre periodismo y, por supuesto, sobre el vaso comunicante de todo: escribir.

@MarcosDavidV

i fue en el día de sus 90 años ni quiso regalarse una noche de amor loco con una adolescente virgen, como el protagonista de Memoria de mis putas tristes (epílogo de la obra novelística de su venerado Gabriel García Márquez). Lo de Sinar Alvarado (bluyín, camisa azul, pulseras artesanales, cabello negro y ensortijado, apenas salpicado con algunas canas; las palabras pronunciadas con precisión, los énfasis constantes, los dedos entrecruzados) ocurrió el 16 de marzo de 2004, un día antes de cumplir 27 años: el día en el que se regaló la libertad.

       

Perfil

Puede narrar, por igual, sus vivencias como testigo del debut de una actriz porno o como infiltrado en una caravana de contrabando de gasolina: para Sinar Alvarado (Valledupar, Colombia. 1977) no hay escollos cuando se trata de vivir otras vidas a través del periodismo.

Siendo niño, se radicó con su familia en Maracaibo. Es egresado de La Universidad del Zulia (LUZ). Su carrera comenzó en diarios caraqueños, hasta que en 2004 decidió incursionar en el periodismo independiente mediante la crónica. Gatopardo, Soho, Semana, El Malpensante, Travesías, Esquire Latinoamérica, entre otros, han publicado sus escritos.

En 2006 salió de la imprenta su primer libro, Retrato de un caníbal, en el que relata los asesinatos de Dorancel Vargas Gómez, el antropófago tachirense que fue noticia en 1999. Alvarado también se ha dedicado a educar sobre escritura con su taller El arte de narrar.

Reside en Bogotá, Colombia, aunque con frecuencia pertinaz emprende viajes para encontrar historias, el insumo imprescindible de sus escritos.

Entonces tenía, según recuerda durante un alto de una hora en medio de la edición de 2018 del Festival Gabo, en Medellín, Colombia, “el veneno en el cuerpo” luego de haber participado en un taller sobre crónicas con la mexicana Alma Guillermoprieto. Salió de allí, sí, con el ego golpeado. Salió de allí, además, con el pensamiento martirizante del qué hago yo en esto, pues la escritora le dijo que así no se hacían las cosas, que así tampoco y que así menos. Pero de allí también salió salvado “porque en cinco días me ahorré cinco años de errores. Uno cuando está joven cree que sabe y no sabe un carajo”. Guillermoprieto, así, lo protegió de un sinfín de despropósitos y, más, lo encaminó hacia lo que quería ser: escritor.

Entonces, ese día de marzo de 2004 renunció a su cargo como reportero de El Mundo y dio “el salto al vacío” a otro mundo, el del periodismo independiente. Dejó Caracas, se instaló en Bogotá y comenzó a tocar puertas (algo que identifica como talento y de lo que se siente orgulloso) en revistas. Una de ellas, en el diciembre de aquel primer año de su libertad, le entregó un cheque por mil dólares con una advertencia: no podía cobrarlo. No todavía.

“Era como la riqueza posfechada”, dice, en el ocaso medellinense del viernes 5 de octubre. “Era dramática la ironía de decir: me estoy muriendo de hambre aunque tengo mil dólares en la mano. Son vainas que te pegan muy duro pero te curten el cuero”.

Así que en su primera navidad en libertad no hubo hallacas, pernil ni pan de jamón. Miró la nevera: había harina para arepas, mantequilla, queso y agua. Y en el menú estaba otro plato: soledad. Recién llegado al país en el que nació, no tenía amigos o, al menos, “alguien a quien decirle: mira, préstame para un mercado”.

¿Se escruta a sí mismo desde la retrospectiva de la lástima? Qué va. Recalca que la crudeza de esos días lo volvió más reportero: “Esas cosas son muy buenas. No desesperarte, tener paciencia, aguantar; enfrentar tu trabajo, tu carrera y tu vida con entereza. Con resistencia. Aprender a ser severo, a decir: a mí esta vaina no me va a joder. Y son cosas de las que luego te ríes”.

Y se ríe 14 años después. Sin olvidar, como se presentaba hace tiempo en su cuenta de Twitter, el estatus de escritor en calistenia. Ya cuando su firma ha revoloteado por las páginas de Gatopardo, de Soho, de Semana, de Letras Libres, de Squire Latinoamérica, de Travesía y, más recientemente, de New York Times en español; ya cuando un libro suyo, Retrato de un caníbal (perfil de Dorancel Vargas Gómez, el caníbal de los andes), se mueve entre el castellano y el francés; ya cuando es el rostro visible de los proyectos Pedalista y Liga contra el silencio. Se ríe y escribe.

– ¿Sigues en calistenia?

– Sí, creo que la calistenia nunca termina. Me gusta mucho hablar a través de analogías y de metáforas. Me surgen comparaciones que me ayudan a comunicarme mejor y con mucha frecuencia comparo cosas de la escritura con asuntos distintos, como la carpintería y el atletismo, porque creo que hay unos vasos comunicantes: el instinto narrativo y el instinto informativo suelen funcionar como un músculo que uno tiene que entrenar, calentar y enseñar, y los músculos y el cuerpo tienen cierta memoria. A medida que se hacen ejercicios muchas veces se acostumbran a ciertos movimientos y se adquieren ciertas destrezas y mejoras. Creo que en la narración y en la escritura eso funciona mejor. Así que uno tiene que mantenerse en un calentamiento permanente para no perder ciertas habilidades y para mejorar las destrezas del oficio narrativo, porque este es un oficio que se aprende haciéndolo. La observación, la mirada, la reflexión, la organización del material a partir de esa reflexión y la escritura y la narración, todo eso exige un entrenamiento. Y creo que sí, que la calistenia nunca termina. Donde me detenga y deje de leer, escribir, reflexionar y de pensar en cómo contar, me enfrío como un deportista, y cuando llegue el momento de actuar no doy la talla porque estoy frío.

– Y te has enfriado.

– He tenido épocas, sí. Uno no puede mantenerse todo el tiempo en un nivel óptimo de funcionamiento. Ha habido épocas en las que me desconcentro, me desencanto o me distraigo…

– ¡¿Te desencantas de escribir?!

– ¿De escribir…? Escribir siempre me ha costado. Tengo dudas pero creo que cuando uno logra cierto oficio hay un nivel del que no bajas. Lo ideal no es que te mantengas en tu nivel promedio sino que subas, que estés tratando de mantenerte en tu nivel más alto. Entonces son temporadas no de desencanto con la escritura sino como de cambios de ánimos que se traducen también en el trabajo: si no estás bien tú como persona o no te gusta el momento por el que pasas o estás estresado, eso termina afectando también tu capacidad de producir, pero el remedio suele ser muy rápido y muy fácil: leer cosas muy bien hechas, acudir a los maestros, encontrar algo que me estimule y que me excite. Eso es combustible.

– Estableciendo analogías: uno puede inspirarse en (el corredor jamaiquino Usain) Bolt, pero cuando se lanza a correr descubre que no es Bolt. ¿Cómo lidiar con eso en el contexto de la escritura?

– Bolt te sirve para enamorarte más del oficio y tratar de querer ser Bolt, y en la medida en que quieras acercarte a Bolt puedes ser la mejor versión de ti mismo, que nunca será Bolt pero será lo mejor que tú puedes hacer. Lo que hago es leer. Pero no solo son los textos, porque la narración está en todas partes: en la arquitectura, en la música, en el cine, en la televisión, en las series de Netflix… ¿por qué? Porque la narración es estructura, y la estructura está en casi todo en el mundo. La estructura está detrás del cuerpo humano. El cuerpo humano está diseñado de esta forma no por capricho sino por razones biológicas que llevaron a la naturaleza a construir esta estructura para que funcione de un modo determinado. Yo soy un enfermo de este asunto y por eso acudo a maestros, no solo de los que cuentan bien las historias escritas sino también a través de otros géneros.

Desde entonces hasta acá

       
“La narración está en todas partes: en la arquitectura, en la música, en el cine, en la televisión, en las series de Netflix… ¿por qué? Porque la narración es estructura” | Foto cortesía Fernando Olaya

– Han pasado 12 años desde la publicación de Retrato de un caníbal. Luego de ese lapso, ¿cómo ves ese libro?

– Yo sigo orgulloso sobre todo de la investigación y del diseño de la estructura. Ahora, el tono, la prosa, creo que han evolucionado. Creo que hoy en día soy mucho mejor escritor. Lo escribiría de otra forma. El estilo sería mucho más logrado pero son asuntos estéticos y de discurso. Creo que en reportería sigue siendo una investigación sólida.

– Del Sinar de 28 años a este de 41, ¿cuál ha sido el cambio?

– Madurez, mucha más lectura, mucha reflexión, mucha más escritura… es decir, ¿cuántas crónicas he escrito yo para periódicos y revistas en los últimos 10 años? Muchas. Entonces uno va ganando oficio, ganando destrezas y buscando cosas nuevas. Siempre me ha interesado buscar la claridad, la limpieza… no solo en la escritura. En la vida diaria soy muy maniático, a veces insoportable para mi esposa (la periodista y fotógrafa María Gabriela Méndez) que vive conmigo y tiene que tolerarlo porque me gusta mucho el orden, la limpieza. Soy obsesivo con que las cosas tiene que estar en su lugar: ¡si yo pongo esto aquí, no puede estar acá: tiene que estar siempre aquí! Me saca de quicio cuando se me pierden cosas porque las cosas siempre están en el mismo sitio. También soy obsesivo con la economía. Me he vuelto más acumulador desde que estoy casado y tengo un hijo, pero si fuera soltero viviría en un lugar con muy pocas cosas. Siempre fui medio espartano, con lo necesario: una cama, un escritorio, un computador, un televisor, muy poca ropa (me gusta tener poca ropa pero buena: tres pantalones y cinco camisas). Esa economía, ese orden, ese minimalismo se traducen también al texto: necesito que sea limpio, claro, diáfano, verlo con una pureza que no tiene que ver con el contenido sino con la forma, que se lea con claridad.

– Cero ornamentos.

– Sí. Trato de que eso sea lo más efectivo y ligero posible: el puro hueso. Quitarle lo accesorio y lo demás sobra.

– ¿Llegaste a tener un estilo impostado?

– No creo, pero sí era un estilo menos económico que el de hoy. Uno cuando es joven, como es inseguro, busca apoyarse en recursos que suplan esa inseguridad…

– Adjetivos…

– Sí. Uno dice: tal vez no quedó claro y tengo que insistir. Allí es donde comienzan los excesos.

– Decía (el escritor argentino Jorge Luis) Borges que todo escritor comienza con un estilo barroco. ¿Fuiste barroco?

– No. No creo. Podía ser más económico, pero leo cosas mías viejas que no tenían mayor riesgo estilístico ni mayor riesgo en la estructura ni mayor juego. Creo que incluso en esa época era bastante limpio porque era mi estilo. No me gustaba lo pesado y lo enrevesado. Es una estética y casi una ética mía la de la concisión.

– Tu estilo con las cosas extrapolado a la escritura.

– Exacto. Desde los objetos hasta la ropa y la gente. No me gusta la gordura: detesto la gordura. Soy alérgico al ruido, a las multitudes. En los talleres uso mucho otra analogía: digo que un texto, una página o una pieza narrativa son como una fiesta muy exclusiva donde solo pueden estar los que tienen que estar. A eso me refiero con fuentes, datos, herramientas narrativas y recursos. Descarto prosa que no me seduce. Prefiero autores directos y económicos.

– ¿Quiénes están en ese saco?

– Leo mucha no ficción. Es el 90 por ciento de lo que leo. Comencé como gran lector de ficción. Leía cuentos y novelas. Me enfermé de palabras leyendo ficción, todo el Boom latinoamericano, cubanos, rusos, norteamericanos, etcétera. Yo pensé que podía ser escritor de ficción pero descubrí que mi camino era el periodismo pero mirado desde el ojo del escritor de ficción. Por eso cultivo la crónica sobre todo. Nunca me sentí buen escritor de diarismo ni de ficción, entonces encontré en la crónica esa cosa a medio camino entre periodismo y literatura, que fue mi camino y mi refugio. El género que más se parece a mi vocación.

– ¿Por qué?

– Porque tiene tanto de periodismo en la medida en que cuenta la realidad, y a mí la realidad me interesa y me apasiona. No podría ser un escritor de ficción metido por allá en una casa investigando ciertas cosas pero alejado del mundo real. Me gusta viajar, conocer y vivo en una sed insaciable de experiencia de vida. Quiero ver y vivir muchas cosas y siento que la ficción no me da esa posibilidad. El periodismo sí me da esa posibilidad de viajar y vivir vidas más allá de la mía. Una sola vida es muy poca y es insuficiente y el periodismo te permite vivir otras, conocer gente y lugares.

– Para la crónica tienes que enlodarte. Para la ficción, no.

– No necesariamente. Hay escritores de ficción que dicen: nosotros también investigamos. Pero difícilmente un escritor de ficción va a tener que investigar tanto como un periodista. El periodista necesita conseguir personajes de verdad, verdad. Y constatar realidades.

– ¿Estás denostando de los escritores de ficción?

– En lo absoluto, sino que es un oficio que no exige tanta realidad como yo necesito. Y al mismo tiempo, la crónica me da ambición de escritura de calidad que no suele estar en el periodismo diario. Haciendo ese libro del caníbal me sentí incapaz y sin la formación necesaria para escribir. Así que dije: tengo que educarme. Y me diseñé un curso intensivo de periodismo de no ficción: todo (Gay) Talese, (Ernest) Hemingway, (Martín) Caparrós, (Juan) Villoro, García Márquez (quien me enseñó mucho ritmo). También (Truman) Capote. Leí de nuevo A sangre fría, pero subrayando y estudiándolo.

– ¿Y qué encontraste?

– Estructura, cómo atribuían los diálogos, cómo ambientaban, cómo recreaban, cómo describían, cómo administraban la información. Porque, volviendo a las analogías, si te acostumbras a escribir noticias, eres un corredor de 100 metros planos y se te mete en el cuerpo ese ritmo y llega un momento en el que lo practicas muy bien. Si te sacan de allí y te ponen a correr un maratón, no sabes cómo correrlo. Tu primera reacción va a ser salir corriendo a toda velocidad 100 metros pero te faltan 41 kilómetros 900. No lo logras y entonces hay que administrar fuerzas e información.

Venezuela: nostalgia y propósito

– ¿El diarismo en un mal necesario?

– Es necesario. No sé si malo. Forma parte del entrenamiento, de la calistenia. Yo hice diarismo como tres años y me di cuenta de que no era lo mío. Había cosas que me gustaban pero no lo suficiente para dedicarle mi vida y mi carrera a ese tipo de periodismo. Pero aprendí mucho. Resolver una historia todos los días, encontrarla, investigarla, conocerla, administrarla… contar una historia todos los días es, sin duda, un gran entrenamiento. Pero para mí fue suficiente.

– ¿Cómo ves el diarismo venezolano?

       
Alvarado, en pos de historias | Foto Felipe Abondano | Tomada de la cuenta de Instagram @sinaralvarado

– Creo que el periodismo venezolano es el gremio que mejor ha respondido a la crisis del chavismo. En una época vi que los músicos estaban muy organizados, que los cocineros también. En este momento, (cuando) los periodistas y estos medios nuevos han surgido después de la crisis de los medios tradicionales, el periodismo es el medio que mejor ha reaccionado. Se está haciendo periodismo de calidad y ambicioso en condiciones muy duras. Afortunadamente, no matan periodistas en Venezuela. No te matan, pero hacen todo para que seas casi tan inútil como un periodista muerto. El periodismo venezolano está narrando el momento histórico, que es su principal responsabilidad: que quede un registro. Hay una frase que dice más o menos: “el periodismo es la historia hecha ahora”. Ese registro creo que lo hace muy bien el periodismo venezolano.

– ¿Hay que sortear los riesgos o decirles: ven acá?

– Hay que sortearlos. No provocarlos y enfrentarlos con periodismo. De tú a tú, estos tipos tienen el poder legal, tienen las armas. Y tú no puedes enfrentarte a eso. Pero puedes enfrentarlo con el periodismo.

– ¿Qué hay en ti cuando miras, piensas o escuchas Venezuela?

– Mucho dolor porque le debo mucho a ese país. Todavía hoy me siento 60 por ciento venezolano y 40 por ciento colombiano. Me hice adulto, hombre y periodista en Venezuela. Me duele muchísimo. Me hace mucha falta ir. Quiero ir a trabajar, a contar historias que no se hayan contado. A mí me gustaría vivir en Venezuela, en Caracas. Caracas es una ciudad donde fui feliz. Donde me hice como individuo en realidad fue en Caracas.

– ¿Cómo se aprende a escribir?

– Escribiendo. Y leyendo toneladas. Hay cosas que puedes ahorrarte: la universidad, un taller, un curso de escritura creativa, una maestría en literatura latinoamericana. Lo que no puedes ahorrarte, definitivamente, es: toneladas de libros leídos y miles de cuartillas escritas. Si te garantizas esa doble ración, es casi seguro que te vas a convertir en un escritor más o menos competente.

– ¿Tiene que doler?

– Igual que en el ciclismo: si no duele, no estás trabajando lo suficiente.