miércoles, 22 enero 2025
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Evelio Lucero: “Siempre hubo un tema pendiente en esta ciudad, que la gente tomara las riendas de su destino”

Evelio Lucero acaricia los 79 años de vida con un marcado ineludible: la fotografía, el oficio que conoció en su periplo de bombero y que al llegar a Puerto Ordaz en 1964 le permitió instalarse en la ciudad, a cambio de una crónica gráfica sin la cual sería imposible repasar los “besos y las bofetadas” de una Ciudad Guayana que llora por el desastre actual y empuja desde sus entrañas un mejor porvenir.

@oscarfmurillo  

El inicio del viaje de Evelio Lucero (Magallanes de Catia, 1942) hasta su aterrizaje en Puerto Ordaz en 1964 evidencia el potente impulso de una sociedad que estaba, en ese entonces, a las puertas de la modernidad, en la que los venezolanos experimentaron una migración interna que cambió, radicalmente, sus estilos de vida y catapultó los sueños de quien aprendió el oficio de manejar una cámara fotográfica en el Cuerpo de Bomberos, en Caracas, para luego instalarse en una inhóspita Ciudad Guayana con la ayuda providencial de otros soñadores atraídos por el Dorado.

El tiempo va alimentando esa conciencia absoluta de lo frágil y efímero. Lucero domina la memoria y de tanto mirar, narrar y contar a través de la fotografía tiene fijados aquellos momentos que moldearon su existencia a partir del lente fotográfico.

“Nací un 11 de septiembre de 1942, lo que quiere decir que este 11 de septiembre estoy cumpliendo 79 años”, precisa con absoluta nitidez el hombre que no está dispuesto a olvidar detalles de una vida trajinada, llena de imprevistos y sorpresas que hoy le colman en nostalgia.

Sobre el aterrizaje en Guayana, está consciente que fue una remontada de eventos que “uno no está claro lo que va a suceder, pero va surfeando las olas como vienen”.

Tú aquí podías adquirir una casa con una facilidad de pago increíble, ibas al Banco Obrero y decías tengo mi esposa y mis hijos, y te daban una casa. Cuando yo llegué de Caracas no soñaba tener una casa propia, a los tres meses la tenía, a estrenar. Mira ahora, puros engaños, no se puede negar”.

En el sótano del Foto Studio Lucero, que en noviembre cumplirá 40 años, se siente seguro, firme y dispuesto a charlar por horas; pero sabe bien que “el negro” (el reportero gráfico William Urdaneta) debe hacer su mejor trabajo. No son pocas las horas de espera para capturar la imagen deseada, bien sea en el Parque Nacional Canaima o en la misa de primera comunión, por lo tanto, conoce el oficio.

De Caracas partió, por la fiebre del petróleo, a Lagunillas de la mano de un padrastro a quien recuerda con mucho cariño.

Las necesidades fueron muchas pero nada le amarga el cuento. “Mi hermano Alexis, que en paz descanse, decía que yo contaba esas cosas con gran facilidad, y yo le decía que no podía esconder nuestro pasado, nuestra infancia. Yo no puedo ocultar ese momento tan triste que vivimos pero que bien nos valió, nos valió porque nos armamos, estudiamos y nos hicimos hombres”.

Pero Lagunillas estaba lejos de convertirse en su residencia habitual. Otro viaje emprende de regreso a la capital, impulsado por la separación marital de su madre con el padrastro (Rafael Homero Volcanes Baroni). “Era un merideño que para mí fue el mejor papá del mundo”.

La formación académica de Lucero arranca en el estado Zulia, en el colegio Manuel Puchi Fonseca, donde sacó el sexto grado. Luego siguió estudios, ante la imposibilidad de continuar el liceo, en el Centro Vocacional Octavio Hernández, en la escuela Julio Arraga en donde cursó dibujo arquitectónico.

Tenía 17 años y ya había trabajado cargando agua, jardinería, lavando ropa, en una carpintería. “Hice mil cosas para ayudar en la economía de mi casa, y el negocio más rentable que encontré fue ponerme a vender cigarrillos de contrabando, haciendo algo ilegal, pero había que buscar cómo vivir”.

Regresa a Caracas, el primer trabajo y la cámara… 

En Caracas, luego del periplo marabino, llega a vivir en un apartamento, lo que para el futuro bombero y fotógrafo significó un cambio total.

Por la asesoría de un tío, engrosa la lista de empleados de la entonces pujante General Electric, cuya oficina estaba en Sabana Grande.

“Comienzo a trabajar en una oficina enfluzadito, en el departamento de Archivo, Correo y Reproducción. Ahí conozco una cantidad de amigos, habíamos 17 muchachos en el departamento, va cambiando mi vida en la forma social”. El futuro cronista gráfico de Puerto Ordaz fue conociendo ese sabroso mundo social que jamás desapareció en él, un ferviente seguidor de la música de Billo’s Caracas Boys, entre otros exponentes de la música popular venezolana.

Pero un día vio a un vendedor de General Electric –“un señor muy elegante, vestido de bombero”– y esto lo lleva a convertirse en bombero lo que a la postre le abre las puertas a la fotografía. 

Y más nunca abandonó la fotografía…

“Comienzo una nueva vida, a apagar fuego, a rescatar en ascensores, apartamentos. Allí se daban cursos de cualquier cosa, de buzo, pero yo era enemigo del agua, y de deporte, y daban cursos de matemática, física, para el mejoramiento”. Un día toca formación y dicen: “un paso al frente los interesados en un curso de fotografía” y salté yo.

Evelio Lucero, quien recibió en 2013 el título de Maestro de la Asociación Venezolana de la Comunidad Fotográfica y afines, guarda con especial afecto su primera cámara fotográfica

Evelio Lucero inició con otros 12 bomberos el curso de fotografía para lo que tuvieron que pedir un crédito para adquirir las cámaras. “La mía la pagué en seis meses, ahí la tengo, mi primera cámara. Los otros bomberos se fueron retirando y el único que quedó fui yo. Un día le digo al jefe de servicio: “mi teniente allá hay un cuartico que está vacío, usted me lo presta para un laboratorio de fotografía”, y me dijo “estás loco”, pero después de convencerlo me dice: “te voy a dar la llave, ten cuidado”.

Lo cierto es que el bombero Lucero logró montar en el cuartel su propio laboratorio fotográfico. “Bombero que necesitaba un carnet, bombero que se casaba, ahí estaba Evelio Lucero”, rememora.

El aterrizaje a Puerto Ordaz 

“Cuando Tirso, mi hermano, quien estaba en Guayana trabajando en el Banco Unión, va un día a Caracas, a la celebración del Día de las Madres, va al cuartel con mi mamá a visitarme. Resulta que cuando me van a visitar yo estoy arrestado, yo era mala conducta. Tirso me dice: “por qué no pruebas ir a Puerto Ordaz, a ver si te gusta y te vas” y le dije: “déjame ver, porque aquí estoy muy bien”.

En ese instante, comienza a tejerse el destino guayanés para Evelio, quien tan solo llegar a la joven Puerto Ordaz consigue un trabajo en el estudio de fotografía de Luciano Scamuzzi y su esposa Dina de Scamuzzi, cuyo negocio estaba ubicado, momentáneamente, en un huequito donde está el Key Club.

En noviembre de 2021, el Foto Studio Lucero cumplirá 40 años en una ciudad que tiene 69 años. “Mi deseo es que este negocio persista, le toca a Vicente (hijo) y Yasellys (esposa) reinventarse”

“Mi hermano Tirso vivía en Villa Brasil, tenía una vecina llamada María, la mamá de una muchachita que andaba brincando por allí en Villa Brasil que tiempo después se convirtió en periodista, Rosita Fernández. María me dice: “mira, ¿tú no andas buscando un trabajo? mete ahí, que allí hay un hombre llamado Luciano buscando un fotógrafo”.

Lucero habla de Luciano y su esposa como los “ángeles que le puso Dios para quedarse en Ciudad Guayana”. “Luciano era un hombre muy inteligente, hablaba varios idiomas, un gran maestro y una gran persona. Un fotógrafo adelantado a su época. Ellos no tenían hijos, pero ellos me quisieron como un hijo y yo los quise como unos padres porque me dieron todo lo que yo necesitaba”.

Pasaron otros eventos que lo hicieron convertirse en socio del estudio de fotografía hasta que llegó el momento de independizarse y es cuando decide abrir Foto Studio Lucero, en el Paseo Rotario de Puerto Ordaz.

“Ya no veía retorno. Qué me iba a imaginar cuando llegué a Puerto Ordaz que iba a tener casa propia, y a estrenar. Me costó 17.500 mil bolívares, un crédito por el Banco Obrero”.

Las reflexiones del cronista fotógrafo

Lucero puede hablar todo un día, sin parar, de los muchos cuentos y anécdotas que conforman el álbum de su vida, el cual coincide en muchos eventos con el álbum de Puerto Ordaz. No es un hombre de preguntas y respuestas, más bien es de charlar sin formatos de por medio. Denota angustia y preocupación por el porvenir, es crítico con los exalcaldes del municipio Caroní, le duele y debe dolerle en correspondencia con el título que ostenta: Portador del Patrimonio Cultural Intangible del municipio Caroní.

El cronista Evelio Lucero ostenta el título de Portador del Patrimonio Cultural Intangible del municipio Caroní

Con 78 años a cuestas, cientos de fotografías que resumen el auge y los claroscuros de una ciudad erigida como modelo de desarrollo y los sueños inacabados de quien siempre espera algo más, Lucero toma su asiento. Antes, se había arreglado la camisa y colgado una chaqueta para la foto.

“Vamos a darle”, dice.

¿Tú conoces a Juan Manuel Serrat?, él habla de los besos y las bofetadas que la vida te va repartiendo. ¿Cuáles son esos besos y esas bofetadas que están impresas en la memoria de Evelio Lucero y que de alguna forma determina su aprendizaje?

Las bofetadas son necesarias para tu ver quién es quién. Yo llegué a un momento en que decía: “Dios mío, tengo muchos amigos”, y yo decía: “yo quisiera caer en las malas para ver cómo es esta vaina”, y caí en las malas y me quedaron los amigos contados con las manos, uno por aquí, uno por allá, bueno, goteaditos.

Los besos y los cariños… yo fui muy mujerero, hasta que Beatriz se cansó de mí y cuando me plantó el divorcio yo le dije: “Beatriz perdóname”. Y tenía una novia, y Yeseli era la alcahueta de la novia, era la chaperona mía, y yo no sabía que la felicidad la tenía a mi lado, que era Yasellis, después que la novia también me bota pal’ carajo me quedo sin novia, me quedo sin nada, yo le dejé todo a Beatriz y a mis hijos. Comencé a vivir arrimado en una casa por el Campo B de la Ferrominera. Y tenía a Yasellis a mi lado, que no sabía que era mi salvadora.

Desde el carácter cívico, desde las artes, la fotografía, la comunicación, ¿qué se pudo hacer que no se hizo para contener devastación de la que hoy todos somos víctimas?

Mira, Murillo, lógicamente toda la culpa la tiene un solo ente y lo voy a decir sin pelos en la lengua, la presidencia, es decir, el Poder Ejecutivo. La finalidad fue destruir el país, hizo falta la conducción coherente para revertir el daño a la democracia y tenemos mucha culpa.

Por lo menos, el Centro Cívico, el lugar donde nació la ciudad, ves las aceras levantadas y no hay nadie que haga algo por eso. No es culpa de nadie, es culpa de la naturaleza, se lo dije a dos exalcaldes (Clemente Scotto y Antonio Briceño) pues con el resto no he hablado y menos hoy en día. Nadie hizo nada.

Lógicamente toda la culpa la tiene un solo ente y lo voy a decir sin pelos en la lengua, la presidencia, es decir, el Poder Ejecutivo. La finalidad fue destruir el país, hizo falta la conducción coherente para revertir el daño a la democracia y tenemos mucha culpa”

Es culpa de nosotros mismos. Hoy, en estos momentos, el Rotary Club está haciendo una labor en el Paseo Rotario limpiando las calles, una caminata por la ciudad recogiendo basurita. Hoy, tal vez, este sector va a quedar limpio, pero después va a volver a llenarse de basura. Nos falta mucha cultura y tenemos una enorme responsabilidad, en parte, porque siempre hubo un tema pendiente en esta ciudad moldeada por el Estado: que la gente tomara las riendas de su destino.

La basura por decir algo. Eso que han hecho hoy día los militares, cuándo tú habías visto un general vendiendo gasolina, eso da entender que hay tantos generales que no hay dónde colocarlos. Es un reflejo de lo mal que estamos como país.

Hay un escritor catalán, Joseph Pla, que decía que solo en los provincianos se puede encontrar lo internacional y tú, el viaje que hiciste, de alguna forma te llevó al interior del país, a una zona inexplorada. De esa experiencia, te hiciste provinciano, te hiciste guayanés ¿qué conseguiste? 

Todo aquel que llegó a Guayana en aquella época llegó con esa finalidad, cambiar su vida. Había trabajo, había lugares donde conseguir alimentos y medicinas, y había dinero. Todo eso pasó a la historia. Mira, era una tierra de oportunidades, de sueño, de echar a volar tus imaginaciones y permitirte crear, emprender. Eso fue lo que hice, pude hacerlo, el desarrollo de la ciudad, muy pujante, me lo permitió, así como a cientos de personas que como yo vinieron de otros lugares del país.

Hubo un titular de Correo del Caroní donde dijiste una frase que “a Ciudad Guayana no es tanto lo que le falta sino lo que le han quitado”. De eso al 2021, te retractas o mantienes la frase. 

Se ha multiplicado lo que le han quitado. Cuando tú aquí podías adquirir una casa con una facilidad de pago increíble, ibas al Banco Obrero y decías tengo mi esposa y mis hijos, y te daban una casa. Cuando yo llegué de Caracas no soñaba tener una casa propia, a los tres meses la tenía, a estrenar. Mira ahora, puros engaños, no se puede negar. 

Más allá del tema ambiental y cumplir con los deberes ciudadanos, faltó algo en cuanto a responder al desastre del sector público que arrastró el privado… 

Tenemos mucha culpa, porque anteriormente éramos ricos y pobres, ahora somos todos pobres igualitos, pero hay una generación que está cerca del poder y que tiene todo. Ahora las diferencias son más marcadas. La prestación del servicio público está más enredada que nunca. Es decir, hay un grupo pequeño de privilegiados, digamos que de “primera categoría” por prebendas, y luego estamos todos los demás.

¿Qué debe hacer el arte y la fotografía en este momento? 

Sobre la fotografía siempre ha habido un debate si es un arte, una ciencia o hasta un deporte. La fotografía realmente es una forma de comunicación, pero no deja de ser un arte, una profesión en donde se involucra desde la física y la química. Hoy en día, en el mundo digital hay cosas que se han olvidado, pero sigue siendo un arte.

Cuando yo hacía mis exposiciones era una forma de mostrar al país, hoy en día muy pocas exposiciones se hacen. Hace 21 años que traje la primera convención de fotografía y venían fotógrafos de cualquier parte del país. Hacíamos un trabajo bueno. Volviendo a tu pregunta, pues la fotografía es verdad, permite acercarnos a la verdad, permite mirar el mundo tal como es.

Antes, un estudio de fotografía era un agente de socialización, un lugar de encuentro, hoy día la digitalización hizo que ese espacio se difuminara, está en todos lados, la tecnología hizo que se masificara el uso. Cuando vino ese momento, que fue brusco, ¿cómo te sentiste? 

Me sentí mal, no aceptaba ser fotógrafo digital. No aceptábamos la realidad, no solo yo, hubo más fotógrafos que rechazábamos lo digital. Tuvimos que entrar y prepararnos, comenzar en cero.

Hoy en día cualquier niño, los niños nacen ya con el chip, te agarran un teléfono y lo manejan de la manera más fácil, cosa que a uno el adulto le cuesta aprender.

“Nací un 11 de septiembre de 1942, lo que quiere decir que este 11 de septiembre estoy cumpliendo 79 años”, cuenta Lucero

También hay cosas que se hacían antes y se siguen haciendo. El retoque manual, el montaje, reproducir negativos de blanco y negro a color, hoy en día se sigue haciendo y los jóvenes los ven y se sorprenden, pero siempre se hizo, la diferencia que hoy en día se hace en una computadora.

Lo importante es socializar, es comunicar, es narrar. Me gusta mucho que haya espacios donde puedan intercambiarse pareceres acerca de la foto. Echo de menos cuando el foto estudio, en cualquier parte de Venezuela, era la extensión de la conversa del café. 

¿Y qué fue lo que hizo que pasado ese momento, que fue duro, repensaras lo que era tu vida, lo que te dijo que tenías que salir adelante? 

La necesidad era obligatoria. Cuando yo compré mi primera cámara digital le digo al que me la vendió, me va a dar 12 tarjetas y me dice: ¿para qué?, yo pensaba que las tarjetas de memorias se usaban una sola vez.

Yo traje a Carlos Márquez a dar una charla sobre la fotografía digital, él la conocía, pero no sabía explicarla. Nos enseñaba lo que hacía y nos sorprendía. Ahí teníamos que entrar todos. Cuando empezamos con el Photoshop, una maravilla. Hay un fotógrafo, Roberto Mata, que dice: hay fotógrafos de cámara y hay fotógrafos de computadora, y es verdad.

Pero hay que estar actualizando, cada día salen nuevas cámaras y la fotografía va avanzando. 

La fotografía te llevó a la actividad gremial, porque después tuviste que hacer esfuerzos para reunir a colegas. 

Yo nunca pertenecí a ningún sindicato, pero siempre me gustó ayudar a las personas a aprender lo que yo sabía. En el año 73, el Ministerio de Educación me llama a dar cursos de fotografía, para mí fue una novedad, en tres liceos.

Yo verme con aquellos muchachos me indicó que yo seguiría en ese mundo. Tuve los tres años dando clase y me retiré porque ya el tiempo no me daba, pero luego fundé la Asociación de Fotógrafos de Guayana (Asofog). También fui miembro del Rotary Club de San Félix, en la Cámara de Comercio…

“¿Cuándo tú habías visto un general vendiendo gasolina, eso da entender que hay tantos generales que no hay dónde colocarlos?”

Las empresas no se van a recuperar de la noche a la mañana, esta ciudad se tiene que transformar, ¿cuáles son los caminos que tú visualizas? 

Vendrá gente nueva, gente joven que tiene que trabajar por esta ciudad. Esta urbe tiene un potencial infinito, quizás lo que vimos ya no será así. Vendrán otras maneras de producir, de encontrar paz y sosiego en un territorio que es hoy muy violento y lleno de necesidades. Apuesto a esta ciudad que me dio todo, que me recibió para nunca más dejarme ir. 

La nueva vocación económica de Guayana 

El turismo. En el estado Bolívar, cuando Chávez asume el gobierno yo le mando una carta, y le digo que el estado Bolívar es un estado privilegiado para el turismo. Aquí tenemos de todo, eso pudiese ser.

Si te tocara mañana liderar una cacería fotográfica aquí en la ciudad, ¿qué tema sugerirías para tomar fotografías? 

El desastre de las empresas básicas, mostrarle al mundo cómo están de destruidas. Claro, el detalle es que dejen pasar a los fotógrafos. Lo más seguro es que no. Pero esa sería la muestra que yo propondría.