Alirio y su primo corrían descalzos alrededor de la churuata de palma. El canto de una parvada de pericos indicaba que el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte. Con la poca intensidad del viento, los mosquitos aprovechaban para buscar alimento en la piel de estos jóvenes uwöttüja, tan acostumbrada al escozor de aquellas marcas rosadas. De pronto, Alirio escuchó que alguien lo llamó.
— Venga nieto que usted tiene que escucharme— le dijo Roberto, su tío abuelo, sentado sobre un banquito de déyäka o madera (en idioma uwöttüja); mientras él y los otros jóvenes se acomodaron a su alrededor sobre una estera tejida de jäbä (en idioma uwöttüja).

El sabio movía las manos explicando la historia de sus orígenes, la importancia de sus territorios y de sus cultivos. Esa tarde, en los pensamientos de un Alirio de apenas 12 años revoloteaba mucha información, pero poco a poco fue entendiendo que aquella conversación se trataba de algunas tareas que los sabios les asignaban. Aquellas experiencias, transmitidas a través de la narración, quedaban en su mente y también en su corazón.
En el territorio ancestral uwöttüja está la comunidad de Caño Grulla, la tierra de Alirio López, rodeada por el caudal del río Orinoco, al oeste; por el río Sipapo, con su color turbio, al este; con la comunidad Capuana, al norte; y con la comunidad San Pedro del Orinoco; al sur. Cuando los primeros habitantes llegaron a este territorio, ubicado en el municipio Autana del estado Amazonas, notaron que muchas grullas bajaban desde el cerro hasta el caño, desde entonces la bautizaron como el Caño de las Grullas, haciéndole honor al nombre de esta ave, de cuello y pico largo, que sucumbe ante el jugoso alimento que provee el monte.
En Caño Grulla existe una diversidad de árboles frondosos y frutales, entre estos la manaca o neneä (en idioma uwöttüja), que puede crecer entre 15 a 20 metros de altura. Los uwöttüja sugieren que las primeras palmeras de la manaca silvestre (Euterpe precatoria) que nacieron en la orilla del río, tienen su origen en una decisión divina de sus antepasados, en la que posiblemente intervino Kuáwáyamu, hija del Dios creador Mereyä Änämäi, que representa a la madre naturaleza, a la siembra en tierra fértil y es la administradora de los árboles de frutas silvestres.
En los huertos familiares y en toda la zona, existen al menos dos tipos de manaca ya que las familias uwöttüja también suelen sembrar la manaca brasilera (Euterpe oleracea). Es por ello que Alirio, junto a un grupo de productores, han iniciado el proyecto de comercialización de la pulpa de la neneä o manaca, con miras a promocionar los beneficios de la producción autóctona y ampliar su visión de sostenibilidad.
Sin embargo, en el camino nada es lineal, y esta novedosa idea ha tenido que surfear algunos problemas relacionados con el cambio de periodicidad del ciclo de las cosechas, lo cual ha generado retrasos en la producción de la manaca, afectada posiblemente por variaciones en el clima, que los indígenas detectan a través de las características de la planta, la sequía o la lluvia en períodos diferentes.
El liderazgo, un sueño premonitorio
Los indígenas uwöttüja, también conocidos como los dueños de la selva, pertenecen al tronco lingüístico de los sáliva y tienen una población de 19.293 personas, según el censo indígena del año 2011; de ellos hay un grupo asentado en este lado de la selva donde vive Alirio.
Entre tanta diversidad, el poder de la palabra y liderazgo de este indígena ha servido para lograr consensos en el proyecto de producción de la manaca, lo cual se traduce en un bien común para toda la comunidad.

Alirio, de 56 años, estatura media y cabello canoso, perteneciente a un linaje de caciques uwöttüja, suspira cuando recuerda que siendo un adolescente recibió la orden de descansar y dormir temprano. En su confusión solo siguió las instrucciones, sin saber que los sabios lo estaban poniendo a prueba. Ese día recibió una indicación de su tío abuelo, quien, con un timbre de voz fuerte, le dijo que a partir de ese sueño definiría su trabajo final, y al despertar debía relatar solo a los sabios de qué se trataba su sueño; pues las leyes espirituales otorgadas por Mereyä Änämäi al pueblo uwöttüja se deben cumplir oralmente y deben ser respetadas y realizadas de manera estricta. Al amanecer el joven contó que había estado caminando rodeado de muchas personas que lo seguían, ese sueño premonitorio lo convirtió en un narrador de los sueños de los habitantes de Caño Grulla y en un líder entre sus compañeros.
Alirio explica que salir de su comunidad para formarse como profesor en educación intercultural bilingüe le dio la oportunidad de ver varias perspectivas de crecimiento personal y comunitario, considera que la preparación debe ser constante, hoy en día maneja el inglés intermedio y continúa ejerciendo su labor docente en calidad de tutor de trabajos de grado.
Sus ojos brillan cada vez que habla de los pasos que en equipo han hecho para lograr unir a las familias, quienes han visto este emprendimiento como una estrategia para mantener el legado de protección de su territorio, inmerso en los daños de la minería ilegal, a pesar de que el decreto N° 269, dictado en el año 1989, prohíbe toda actividad minera en el estado Amazonas.
La falta de floración, una señal de alarma
Corría la brisa mañanera de diciembre en Caño Grulla, cuando Gerardo Infante, de 49 años, contextura delgada y espíritu hacendoso, se despertó muy temprano y descolgó su chinchorro para inspeccionar su sembradío familiar, ubicado en el patio de su casa.
Para este productor asociado al proyecto de la pulpa de la manaca, es una rutina asomarse y observar el crecimiento de la palma. Animado por su tío Alirio, cuatro años atrás, esparció varias semillas y al cabo de unos pocos días ya habían nacido varias planticas. “Ellas germinan muy rápido”, dice con una sonrisa que delata la alegría de haber dado aquel primer paso.
Como buen conocedor de su siembra, rememora que las flores son las encargadas de dar la señal de que se acerca la cosecha. “Vimos que de las palmas brotan unos racimos blanquecinos, a lo largo de cada línea que cuelga se van formando las flores con una mezcla de marrón y lila, y se van formando las semillas convertidas en pepas hasta obtener un color morado”, explica Infante.

Sin embargo, ese día notó que había muy pocas flores y que, en general, el crecimiento de la planta no había progresado como en años anteriores. El productor de manaca continuó examinando de forma minuciosa el ciclo de la palma, en el mes de febrero algunas bayas alcanzaron su punto de maduración, casi dos meses después de lo esperado.
Gerardo insiste que no domina los términos científicos, que solo cree que algo está sucediendo, basado en las cosechas en dos épocas del año durante los meses de enero, febrero y marzo y los meses de junio, julio y agosto.
De acuerdo con la información suministrada por el ingeniero agrónomo Jesús Infante, en el estado Amazonas está encaminado un estudio para conocer la variedad de manaca presente en la región. Indica que existen dos tipos de especie de manaca que son las más comunes: la Euterpe precatoria (la manaca de rebalse o manaca silvestre), cuya característica principal es que tiene un solo tallo; y la Euterpe oleracea, conocida comomanaca del Pará o brasilera, que le sobresale una macoya de muchos tallos y que abunda en los patios de Puerto Ayacucho.
Si bien, el ingeniero reconoce que no ha realizado un estudio sistemático sobre los efectos del cambio climático en la manaca, parte de su trabajo realizado en las comunidades indígenas, le ha permitido escuchar sobre las variaciones en la floración y fructificación de la manaca y otras especies. Por lo general destaca que la manaca se ha atrasado en florecer en los últimos años y la carga ya no es tan abundante como antes, argumento que permite sostener que los cambios en las cosechas están variando.
“Para asumir que existe un cambio climático sería necesario tener una data de monitoreo constante al menos de los últimos cinco años en Amazonas y por los momentos de mi parte, no tengo estudios avanzados en la materia, en este sentido podíamos hablar de la variación climática -lluvia, luz, temperatura, humedad-. El tiempo de observación juega un papel importante en la verificación del cambio, la diferencia entre ambos radica en el tiempo de medición, por un lado, el cambio climático se refiere a los cambios durante períodos largos, mientras que la variación climática a cambios en periodos cortos”, explica Infante, quien tiene 32 años de experiencia de trabajo en diferentes instituciones públicas y ha recorrido varios sectores del municipio Atures y del interior del estado.

El experto señala que donde si han analizado casos puntuales es sobre la variación de la floración, producto del aumento de la temperatura que ha sido global: “Está comprobado que afecta a la planta, a los animales y se dispara atendiendo las variables ambientales, tal vez si hay mucha humedad, la floración baja o aumenta dependiendo de la respuesta fisiológica de la planta”.
Los ancianos indígenas también identifican estas características relacionadas con la alteración de los patrones de precipitaciones o sequías y argumentan que los ciclos están cambiando de fecha. Siguiendo sus criterios ancestrales, cartografían, organizan y actualizan, a través de dibujos, sus calendarios productivos durante cada mes. En cada plano incluyen la siembra y cosecha de frutos, también sus modos de vida como rituales, caza y pesca. A partir de esta guía es que han logrado hacer las comparaciones de los cambios que perciben diariamente en sus conucos. Por su parte, los uwöttüja y otros pueblos están realizando sus calendarios por sectores, ya que cada territorio tiene características propias.
Los pueblos indígenas han construido una profunda relación con la naturaleza, entienden que sus vidas están alineadas al cuidado de ella. Wilson Rojas, indígena piapoco y coordinador de cambio climático de la Organización Regional de los Pueblos Indígenas del estado Amazonas (Orpia), precisó que desde el año 2017 han participado en actividades relacionadas con el cambio climático; desde su punto de vista, en el lado de la Amazonía venezolana, existen algunos indicios de los cambios climáticos en los estados Amazonas y Bolívar. Afirma que una de las principales causas ha sido la deforestación acelerada por la minería ilegal y los incendios forestales, efectos que también se pueden notar en las cuencas hidrográficas del río Atabapo y Orinoco.
De la información suministrada por los indígenas, sostiene que perciben un aumento de la temperatura, afectando actividades agrícolas, así como el cambio del ciclo de las plantas que perjudica la alimentación y costumbres. Rojas agrega que el cambio climático ha impactado significativamente a los adultos mayores que han vivido un ciclo de vida que está comenzando a cambiar. Sin embargo, los indígenas amazónicos han desarrollado una gran capacidad pluriactiva, es decir, el conocimiento de un conjunto variado de habilidades que les permiten adaptarse a los cambios de su entorno.
En un segmento de la publicación Diálogo de saberes y conocimientos asociados a la diversidad biológica, se señala que de forma milenaria en la Amazonía se han generado conocimientos en los pueblos indígenas sobre las especies de los bosques, con posibilidad de uso en su alimentación. Las especies de la Amazonía que adquirieron importancia han sido variadas, entre estas la Euterpe precatoria y la Euterpe oleracea, protagonistas del proyecto que actualmente desarrollan los uwöttüja en Venezuela. Al obtener estos conocimientos los indígenas pueden reconocer sus aspectos fisiológicos y fenológicos relacionados con las estaciones, el clima, épocas de floración, fructificación, madurez y recolección.
La manaca, tesoro natural
El biólogo y ecólogo Iñígo Narvaiza, oriundo de Distrito Capital, aterrizó a suelo amazonense en el año 1982, con el propósito de presenciar la inauguración del Servicio Autónomo Centro Amazónico de Investigación de Enfermedades Tropicales (Sacaicet), su experiencia le permitió estar inmerso en varios proyectos que le permitieron residenciarse en Amazonas. “Cuando yo llegué al estado aquí nadie hablaba de las manacas, ofrecían el ceje, otra fruta autóctona de la región. A finales de los años 90 e inicios del 2000 se conoció el boom de la manaca o asaí como se les conoce fuera de nuestras fronteras, me preguntaba cómo lo estaban importando desde Estados Unidos, si ellos no lo producen, ‘las potencialidades de la planta’, era la respuesta, desde ese momento probablemente la gente comenzó a despertar”, asegura el biólogo.
Según algunas consultas realizadas con Narvaiza, las semillas entraron por Brasil al municipio Río Negro. De igual manera un hombre de nacionalidad brasilera fundó una parcela en el municipio Atabapo y habló de su fácil reproducción, paralelamente la entregó a unos lugareños y en menos de un santiamén ya estaba en otros sitios.


Iñígo Narvaiza y Jesús Infante coinciden en que la manaca tiene numerosos beneficios. “El color morado de la manaca permite reconocer que tiene unos metabolitos o sustancias llamadas flavonoides que son los que le dan esa coloración rojiza, en este sentido la manaca posee una gran utilidad terapéutica. De igual manera, la baya contiene antioxidantes que permiten mejorar la circulación sanguínea y tiene mucha incidencia sobre la oxigenación del cuerpo”, indica el ingeniero agrónomo Infante.
Narvaiza, quien actualmente forma parte de un equipo de asesores en un emprendimiento parecido al de Caño Grulla, mencionó que al efectuar los análisis del registro sanitario se realizaron los estudios generales de sus propiedades; la manaca del Brasil o del Pará contiene más proteínas y más grasa saludable, al procesarla es más difícil que mantenga el color, mientras que la manaca silvestre tiene menos grasa y mejor sabor. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (Onuaa), o más conocida como FAO, la considera uno de los mejores alimentos y tesoros del mundo y reitera que su capacidad de oxidación es superior al arándano.
La recolección de la manaca suele ser bien laboriosa. Los indígenas expertos en trepar las palmas, con ayuda de un mecate cruzado entre las piernas, llegan hasta los racimos más altos. En otros lugares como en Brasil, donde la producción e inversión es más grande, utilizan herramientas un poco más sofisticadas, como el arnés que les permite subir y bajar con seguridad; abajo los esperan las mujeres con las cestas para llenarlas de las semillas, aunque éstas también pueden ejercer dicha labor.
El emprendimiento de la pulpa de la manaca de los uwöttüja se basa en un sistema artesanal; una vez desprenden las bayas de los racimos comienzan a llenar las cestas, las cantidades oscilan entre 80 y 90 kilos despendiendo de la cosecha. En este proceso les ayuda Narcisa Pereira, indígena yeral o ñengatú, quien apoya las diferentes etapas: “Comienza con el lavado y secado de la semilla. Seguidamente calientan el agua en una olla y proceden a verter la manaca. El tiempo de cocción es de media hora, hasta que la semilla se ablande. Posteriormente se procede a pilar la semilla para proceder a extraer la pulpa, las medidas del agua dependen de la cantidad de manaca”, explica.
El extractivismo, un duro golpe a la naturaleza
Alirio choca contra la realidad cuando habla del extractivismo que rodea a la comunidad indígena a la que pertenece. “Nosotros somos cuidadores de nuestro territorio, nuestro planteamiento es ofrecer una fuente de empleo permanente que permita contrarrestar una economía extractivista manejada por grupos extranjeros, no estamos a favor de acciones que atentan en contra de nuestro propio entorno”, expresa con el ceño fruncido.
El emprendedor y profesor intercultural bilingüe asegura que esta práctica lejos de ayudar a la gente, contribuye a la destrucción de sitios sagrados, fractura la estabilidad y convivencia comunitaria, pero quizás el punto más álgido del asunto es que se han perdido vidas defendiendo el territorio uwöttüja. Entre estas muertes destaca el caso de Virgilio Trujillo Arana, indígena uwöttüja y coordinador de la guardia territorial indígena de Pendare, asesinado hace tres años en Puerto Ayacucho, capital del estado Amazonas.
En el camino de consolidar el empoderamiento comunitario, Caño Grulla es el centro de producción. Con ayuda de las familias de Caño Guaca y Puerto Esperanza, firmes aliados, se reúnen para hacer el traslado de las pulpas de manaca.
Alirio y Gerardo sudan tratando de resolver, especialmente con la energía eléctrica, ya que las pulpas deben ser congeladas inmediatamente. Corren, revisan el tablero eléctrico, se encomiendan a sus ancestros. El transporte fluvial es costoso. “Con este panorama a veces nos sentimos con desánimo, pero cierro los ojos y volvemos a arrancar”, comenta Gerardo, quien además menciona que buscan alternativas para mejorar la calidad del servicio eléctrico en el sector. El camino no ha sido fácil, pero a pesar de las adversidades estos hombres continúan uniendo sus esfuerzos y mantienen la convicción de que las familias seguirán siendo un modelo trabajador y motivador para las nuevas generaciones.
Cuarenta y cuatro años después, Alirio sigue recordando detalles de aquel sueño premonitorio que tuvo cuando era apenas un muchacho, pero del que ahora tiene una interpretación más clara: “A medida que levantaba los pies iban apareciendo las matas, era una señal de protección de la vegetación, la facultad de preservar el ambiente, pero al mismo tiempo de que iba a proporcionar alimentos a mi gente”, dice Alirio y es como si su sueño se continuara reactualizando con cada paso que avanza.

Esta historia ha sido producida con el apoyo de la Red de Periodistas de la Amazonía Venezolana, un espacio para la formación, trabajo en red e investigación periodística