El 15 de mayo de 2010 el entonces presidente Hugo Chávez juramentó la primera camada de los “presidentes-trabajadores” con los que, formalmente, iniciaba al control obrero en las empresas básicas de Guayana. La idea era que los trabajadores asumieran la conducción de las fábricas en respuesta a un viejo reclamo de irrespeto a la meritocracia, al conocimiento productivo de las bases y a la necesidad de transparentar la producción para una mejor distribución de las riquezas. Léase: contratos colectivos.
En la práctica resultó la estocada final a la productividad, a la meritocracia con la que Guayana logró construir una industria fuerte, con presencia en el mercado internacional, capacidad de aportar al producto interno bruto (PIB), promover el ascenso social y tecnificar a miles de trabajadores. En las empresas en las que se intentó promover espacios democráticos, bajo la figura del control obrero como Sidor, Venalum y Alcasa, las elecciones directas fueron boicoteadas para imponer a los intereses económicos del buró oficial.
El Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), electoralmente fuerte para la época, y cuyos líderes peleaban la conducción de la industria, hicieron de las gerencias una ficha más de poderes económicos y políticos de las unidades de comercialización y finanzas. Las constantes pugnas a lo interno se hicieron norma y prácticamente inviables cualquier intento de conducción en un entorno de fuerte conflictividad laboral, pero sobre todo política.
En ese período el forcejo entre el gobernador del estado Bolívar, Francisco Rangel Gómez, y los caudillos de turno enviados a la conquista de las gerencias, hicieron cada vez más inviable cualquier gestión. Las mesas de trabajo del Plan Guayana Socialista 2009-2019, con la que se entregaron miles de comisiones de servicio, profundizaron el relajo productivo en unas nóminas que ya entonces eran financiadas por Petróleos de Venezuela (Pdvsa) y poderes locales a cambio de favores comerciales y políticos en el mercado de las materias primas.
En conmemoración a ese período invitamos a reflexionar a quienes, desde distintas aceras, han seguido y estudiado el costoso invento de Hugo Chávez, cuyo mayor reflejo son los hornos y celdas apagadas en la industria del acero y aluminio.