sábado, 5 octubre 2024
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“Aquí no hay dónde sembrar”. La lucha de las madres Amorúa para alimentar a sus hijas e hijos

Un grupo de madres indígenas Amorúa batalla a diario por llevar alimento a sus hijas e hijos. Desplazadas junto a 18 familias de la Amazonía venezolana, viven en medio de la pobreza y la mendicidad en la capital del Vichada, en la Orinoquía colombiana.
Giovanni Salazar Castañeda

Esta historia narra cómo sobreviven las madres indígenas del pueblo Amorúa desplazadas de sus territorios de la Amazonía venezolana a la ciudad de Puerto Carreño, en la Orinoquía colombiana. En medio de la pobreza y la mendicidad, ellas batallan a diario por llevar alimentos a sus hijas e hijos. 

Transcripción de la pieza sonora | “Aquí no hay dónde sembrar”

Ficha técnica


Tipo de contenido: Sonoro.

Año de realización: 2023.

Título de la serie: Conuco de historias indígenas en resistencia. Un viaje sonoro por la Amazonía venezolana.

Equipo realizador: Gardenia Rebolledo, Zussanny Nazaret Jaimes Rebolledo y José Isaac Beltrán con el acompañamiento editorial de Edilma Prada Céspedes.

Lugar: Puerto Carreño, departamento de Vichada, Colombia.

Duración: 00:15:15.

Un grupo de madres indígenas Amorúa (como se le conoce en Colombia al pueblo Jivi) batalla a diario por llevar alimento a sus hijas e hijos. Desplazadas junto a 18 familias de la Amazonía venezolana, viven en medio de la pobreza y la mendicidad en la capital del Vichada, en la Orinoquía colombiana. Su sueño: tener tierra para sembrar.

En el asentamiento Bloquera Uno los indígenas armaron cambuches plásticos para vivir 📷 Zussanny Nazaret Jaimes Rebolledo

Desde hace casi una década, la zona fronteriza entre Colombia y Venezuela, Puerto Carreño, es uno de los lugares a donde han llegado indígenas de la Amazonía venezolana en busca de mejores condiciones de vida. Las comunidades han salido desplazadas de sus territorios debido a la crisis política y humanitaria que enfrenta ese país, y la presión de los grupos armados irregulares que, en los últimos cinco años, han llegado a explotar minas. 

Con 25 años, Yaritza Pulido es una de las madres indígenas que en 2014 salió desplazada de su comunidad de San Antonio, estado Bolívar (Venezuela). Actualmente vive junto con sus seis hijos en el asentamiento Bloquera Uno, creado por 18 familias Jivi, como se le conoce a su pueblo indígena en Venezuela. En Colombia se les llama Amorúa. 

El asentamiento queda ubicado en un área de sabana pedregosa que carece de servicios básicos y se encuentra en una zona de riesgo de inundación. Las familias indígenas viven en unos cambuches de plástico, en forma de casa, que levantaron para protegerse de la intemperie. En la actualidad, en la capital de Vichada hay 27 asentamientos en los que habitan más de 3.000 indígenas, según registros de las autoridades de los pueblos originarios.

De acuerdo con la Defensoría del Pueblo, citando información de la entidad estatal Migración Colombia, entre 2016 y abril de 2023 a esa ciudad han llegado 10.181 migrantes de Venezuela (datos sin discriminar por grupos étnicos). En respuesta a un derecho de petición enviado por Agenda Propia y el periódico El Morichal en desarrollo de esta historia, la misma entidad en su sede Regional Vichada reportó que, en ese periodo, al departamento habían migrado 1.933 personas indígenas. 

Para los Amorúa, el territorio no solo representa la esperanza de sembrar los alimentos para sus familias, el territorio significa todo en sus vidas y en su cosmovisión. “La tierra para nosotros es vida, como lo es el agua. La tierra nos da a nosotros el pan de cada día, la tierra nos da a nosotros fuerza, nos da el alimento y la salvación, nosotros vivimos en ella, el terreno para nosotros es vida”, expresa Richar Rodríguez, un líder del asentamiento Bloquera Uno. 

Madres e hijos indígenas en la mendicidad 

Cada mañana, los Amorúa que viven en Bloquera Uno se levantan acompañados de la voz de su lideresa, la capitana Yaritza Pulido. Ella fue elegida por su pueblo para organizarlos y ayudarlos a mantener sus costumbres, como la lengua homónima amorúa y los tejidos. Yaritza y una docena de madres luchan diariamente, en medio de la escasez, por llevarles alimento a sus hijos e hijas. Ante la imposibilidad de cultivar, las familias se ven forzadas a la mendicidad y en las calles de la capital vichadense buscan su sustento a diario. 

Con voz suave y en lengua propia, Yaritza Pulido relata lo que dejó del otro lado de la frontera ribereña, en las selvas de la Amazonía venezolana (su tío Richard Rodríguez le traduce al castellano): “Ella dice que hubiera terreno como en Venezuela, ella trabajaba. Ella podría producir, sembrar yuca, plátano, todo lo que se podía sembrar allá, y que aquí no lo hace, como no tiene terreno dónde sembrar”. 

Interior de un cambuche del asentamiento Bloquera Uno 📷 Zussanny Nazaret Jaimes Rebolledo

De acuerdo con Yaritza, las madres indígenas se ven obligadas a conseguir los frutos de los árboles de mango para alimentar a sus descendientes, a pedir comida empaquetada en los supermercados -que muchas veces les entregan vencida- y a recibir huesos de res que les obsequian como sobras de las carnicerías, huesos sin carnes que logran llevar a sus fogones para asar en su comunidad y calmar su hambre y la de sus hijos. 

Otras madres, con más suerte, venden artesanías, desconchan cebollas en los supermercados y recogen plásticos como reciclaje. Es común, sin embargo, ver por las calles de Puerto Carreño a madres, muy jóvenes, y a niñas y niños pidiendo comida y limosna. 

Pese a que estas tierras pertenecen a sus antepasados, según relatan los abuelos y sabedores indígenas de los Amorúa, hoy, son tratados como extraños. 

Ubicado en el oriente de Colombia, el departamento de Vichada está conformado por cuatro municipios en los que habitan 77.000 personas, según el censo poblacional de 2018 realizado por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE). De este número, el 57 por ciento es indígena de los pueblos Sikuani, Piaroa, Piapoco, Puinave, Amorúa y Saliva, entre otros, y habitan mayoritariamente los municipios de Cumaribo y Puerto Carreño. 

Mery Medina es otra de las madres Amorúa que vive en Bloquera Uno desde enero de 2023, cuando llegó de Venezuela. A ella, junto a sus seis hijos, también les ha tocado enfrentar la cruda realidad social de Puerto Carreño. Juntos han aguantado hambre y Mery siente tristeza debido a que la calle ha sido su principal escenario de supervivencia.

“Nosotros no conseguimos trabajo, nada. Vendemos aluminio, recogemos aluminio a veces, a veces vendemos y conseguimos comidita, arroz, una libra para dárselo a los carajitos”, dice Mery y cuenta que “a veces comen, a veces no comen los carajitos, buscamos a veces manguitos, otras veces pedimos huesos de res para medio comer, asamos y comemos huesos asados”.

El hambre de los carajitos, como les llaman a las niñas y a los niños en Venezuela, muchas veces se traduce en llanto.

Niños indígenas mueren de hambre 

Entre 2022 y abril de 2023, dice la capitana Yaritza, dos niños del asentamiento Bloquera Uno han fallecido a causa del hambre. Uno de esos casos fue confirmado en respuesta a un derecho de petición enviado en desarrollo de este trabajo por la Secretaría de Salud Departamental de Vichada. 

“Los niños salen desnutridos porque no se halla comida y se enferman, una vez el niño que se murió lo llevamos pa’l hospital, la enfermera dijo que ese niño no tiene nada, o sea no más normal, diarrea, después vinimos (al asentamiento), después el niño lo llevamos pa’l hospital y se murió. Tenía un añito. Él no estaba comiendo bien. Cuando come, le pega diarrea todos los días. Ya dos niños se han muerto, de seis años y un añito”, manifestó la Capitana. 

Las tradiciones culturales de los Amorúa a veces les hacen creer que estas muertes se tratan de brujería, como cuenta Leydi Ana Correa Rodríguez, madre del niño fallecido en marzo de 2023: “Sí, por brujería, no sé qué es, estaba flaco de recién nacido, ‘taba enfermo él, le dejaron hospitalizado allá mismo, después me dejó salir y después volvimos allá, en el hospital tenía diarrea, de eso se murió ese niño”. 

                           Una madre Amorúa sirve sopa para repartir a su familia 📷 Zussanny Nazaret Jaimes Rebolledo

En respuesta a un derecho de petición enviado por Agenda Propia y el periódico El Morichal, el Instituto Nacional de Salud de Colombia aseguró no tener reportes de muertes por desnutrición de personas menores de cinco años indígenas en Vichada entre los años 2016 y abril de 2023. Por su parte, la Defensoría del Pueblo de Colombia informó que en ese mismo periodo han sido “notificadas 71 muertes por causas asociadas a desnutrición en menores de cinco años. La información presentada por el Instituto Nacional de Salud en los boletines epidemiológicos no cuenta con información de enfoque interseccional y diferencial por grupo étnico”.  

Los datos de la Secretaría de Salud Departamental suman a este panorama, al indicar que entre 2022 y abril de 2023 se reportaron 437 casos de desnutrición entre aguda a moderada y severa en todo el departamento de Vichada, con mayor incidencia en los municipios de Puerto Carreño y Cumaribo. 

Esta crisis la ha atendido el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, ICBF, y también se han sumado algunas organizaciones no gubernamentales llevando alimentos a los asentamientos. Sin embargo, las autoridades indígenas han manifestado que esta respuesta es insuficiente. 

Necesitan tierra 

Henny Gutiérrez, perteneciente al pueblo Saliva y actual lideresa del cabildo indígena de Puerto Carreño, lleva más de cinco años denunciando que sus comunidades mueren de hambre sin que las autoridades colombianas hagan algo al respecto. 

“La problemática de desnutrición de los pueblos indígenas va ligada a la alimentación, porque no cuentan con una alimentación apta, no tienen el día a día. Si bien hay programas, no garantizan nuestra cosmovisión. En nuestra cosmovisión desde los seis meses ya nosotros estamos dando caldito de pescado a un niño, sopita con mañoco, ellos están comiendo todo eso, es totalmente diferente a lo que nos están metiendo a nosotros”, declaró Henny.

Henny Gutiérrez, indígena del pueblo Saliva, principal lideresa del cabildo indígena en Puerto Carreño (Vichada) 📷 Edilma Prada Céspedes

Sumado a esta situación, en el asentamiento Bloquera Uno también existe un canal de agua contaminada en donde se bañan niños y niñas. En el recorrido realizado en desarrollo de esta historia, se pudo corroborar que de allí emana mal olor y sus aguas se ven sucias. “Hay un cañito en donde ellos se bañan y ahí le cae toda la alcantarilla del pueblo, donde hacen sus necesidades, y ellos aun así se bañan. Se presentan erupción en la piel y mucha diarrea. En ese asentamiento presentan mucha diarrea los niños”, afirmó la lideresa.

Pese a que se contactó vía telefónica a la oficina de Corporinoquia como autoridad ambiental presente en Vichada para conocer de los controles de sanidad a este afluente hídrico, no fue posible obtener respuesta sobre si este se encuentra contaminado o no. De la misma forma se consultó a la administración municipal de Puerto Carreño, sin obtener respuesta al cierre de esta historia.

Para Henny no hay armonía en sus territorios, pues los pueblos indígenas ubicados en la ciudad de Puerto Carreño no cuentan con lo necesario para tener una vida digna. 

“No hay armonía porque no tenemos territorio, nosotros vivimos en diferentes puntos de la ciudad, en piedras, en sitios no aptos, para mí no hay armonía, porque armonía es donde hay un río, un caño sano donde nos podamos bañar, podamos pescar y aquí no lo hay”, recalcó. 

Aún en medio del drama que viven las madres indígenas Amorúa para alimentar a sus hijas e hijos en Puerto Carreño, ellas aseguran que no volverán a Venezuela y seguirán elevando sus voces para exigirle al Gobierno colombiano que les dé tierras, las que consideran son de sus ancestros. En comunidad confían que sus seres espirituales y la Madre Tierra podrán garantizarles un futuro mejor a sus hijos e hijas. 

Nota: La serie documental Conuco de historias indígenas en resistencia. Un viaje sonoro por la Amazonía venezolana nació de un proceso de cocreación de periodistas y comunicadores indígenas y no indígenas de Venezuela y Colombia, parte de la Red Tejiendo Historias. La coordinación editorial estuvo a cargo del medio independiente Agenda propia.