En 1985 un total de 50 aviones cayeron en el estado Bolívar debido, principalmente, a fallas humanas, a las características de la región: selvática, rocosa y con vientos huracanados que desviaba a las aeronaves de sus rutas y, la falta de sistemas de radioayuda, según reseñó Moreno Seijas en un artículo del mismo año para Correo del Caroní.
Los capitanes Víctor Rosales y Carlos Avenza, entrevistados por el periodista, explicaron en su momento que los equipos de radioayuda instalados en la región no funcionaban, o que en un mes estos operaban dos o tres días por las carencias de mantenimiento y personal especializado para manejarlos.
La radioayuda “es el conjunto de señales radioeléctricas, generadas en instalaciones terrestres y recibidas a bordo, que permiten a la aeronave guiarse. (…) es vital para la navegación aérea y sin la existencia de estos equipos la aviación no sería una actividad viable”, aclara la empresa de soporte aéreo Global Jet Aviation, en un artículo publicado en su web.
Aunado al conflicto de las radioayudas, estaba el riesgo natural de sobrevolar la región, especialmente en invierno por el aumento de los riesgos climáticos, con tempestades y vientos huracanados que sacaban a los aviones de sus rutas. La aviadora Jeanet Martínez afirmó en esa oportunidad que “(…) en Guayana los pilotos vuelan porque conocen las rutas, porque de lo contrario sería fatal, en virtud de que no se cuentan con los auxilios necesarios para una emergencia” siendo esos auxilios las radioayudas.
Entre los defectos en el funcionamiento de estas infraestructuras, las dificultades para navegar la región y las fallas humanas, de las que el capitán Francisco Contreras aseguró que eran la causa de más del 90% de las emergencias y accidentes aéreos, el peligro para las actividades aéreas al sur de Venezuela era grande.
En el artículo, Moreno Seijas también entrevistó al ingeniero Gonzalo Fernández, jefe de la Estación Aeronáutica del MTC, quien le informó que en el estado se instaló un subcentro de rescate que permitía descentralizar todas las actividades de seguridad aérea y Búsqueda y Salvamento que estaban en Maiquetía; y a su vez, comentó que en Santa Elena de Uairén estaban instalando una Torre de Control mientras se planificaban mejoras para las actividades aéreas en toda la región.
Siniestros indelebles actuales
La situación no vio mejora con el transcurso de las décadas, pues la región fue el escenario de diversos desastres de aviación, dos particularmente devastadores conocidos como el Vuelo 225 de Rutaca y el Vuelo 2350 de Conviasa.
El 25 de enero del 2001, el avión DC-3 de Rutaca Airlines despegó del Aeropuerto Nacional Tomas de Heres, Ciudad Bolívar, rumbo a la Isla de Margarita con 20 turistas y tres tripulantes. En el ascenso, uno de los motores del avión falló y cuando el piloto quiso girar para regresar al aeropuerto, perdió el control, cayendo desde 1500 metros de altura sobre un gran árbol a pocos kilómetros del aeropuerto.
Todos a bordo murieron, junto a una persona en tierra ubicada en las cercanías del suceso. El Instituto Nacional De Aeronáutica Civil Venezuela (INAC), ordenó la suspensión de todos los aviones DC-3 en Venezuela de forma definitiva.
Nueve años más adelante, el 13 de septiembre del 2010 un avión ATR 42-320 de Conviasa salió del Aeropuerto Internacional del Caribe Santiago Mariño, en la Isla de Margarita, hacia el Aeropuerto Internacional Manuel Piar, en Puerto Ordaz. Poco antes de llegar a su destino, el capitán comunicó a la torre de control que tenía problemas para controlar la aeronave y minutos más tarde, el avión se estrelló en un campo de desechos de las instalaciones de la Siderúrgica del Orinoco (Sidor), dejando 17 víctimas fatales de las 51 personas a bordo.
El Ministerio de Transporte Acuático y Aéreo publicó el 30 de diciembre del 2014 que la causa probable del siniestro fue “la activación del sistema de alerta de pérdida y el desacoplamiento de los elevadores de la aeronave”, aunado a debilidades en el conocimiento, la toma de decisiones y el manejo de vuelo de la tripulación.