Se trata de una prueba que no se puede ocultar. Se la puede ignorar, se la puede pasar por encima por las malas y las peores. Pero no se la puede ocultar.
Algunos llamados expertos sostienen que las “dificultades” están en las “estrategias prácticas”, como si la lucha política contra una hegemonía despótica, depredadora y corrupta, fuera una cuestión técnica, más o menos como de tecnología electoral. Craso error.
El sufrimiento del pueblo venezolano indigna. Indigna también que sus responsables se burlen malévolamente del sufrimiento popular.
Un país puede ser secuestrado poco a poco, sin que una buena parte del mismo tome conciencia al respecto, e incluso con la aceptación entusiasta de amplios sectores sociales. Lo clave es que se establezca un poder cuya finalidad sea despotizar, depredar, corromper, y hacer todo lo que sea posible para permanecer en el control del país.
El camino culebrero está en medio de una catástrofe humanitaria de tal magnitud, que la principal vía de escape, hasta ahora, son millones de emigrantes que ya no pueden sobrevivir en su patria.
Las referidas votaciones están configuradas por distorsiones fraudulentas que atienden los intereses del poder. Y los “procesos de diálogo” son inventos del oficialismo para ganar tiempo, y despejar dificultades políticas.
Venezuela pasó de ser un importante y respetado país productor y exportador de petróleo, a un país ex-petrolero. No post-petrolero. Sino ex-petrolero. Es decir, el poder establecido destruyó a la industria petrolera nacional. Esto bastaría para significar la magnitud de la catástrofe, pero es la misma o similar en casi todas las áreas económicas y sociales.
Venezuela es un santuario para el mundo de lo ilícito, y en ese contexto es imposible que exista un Estado, y mucho menos uno de derecho, como lo estructura la Constitución formalmente vigente. De nuevo, la cuadratura del círculo.
La hegemonía no sólo despotiza, o depreda, o corrompe y envilece, sino que también envenena. Lejos de tener la más mínima capacidad curativa o bienhechora, a pesar de la intensa y masiva propaganda al respecto, todo lo que toca lo envenena.
Las últimas hilachas que quedaban de una plataforma electoral han sido pulverizadas por el poder despótico. Nadie las reconoce, sino los que se benefician de ellas.