
Las ciudades tienen esquinas desde donde observarlas, unas luminosas, otras oscuras y otras perversas.
Soy de esa generación que acudía a la prensa como medio de enriquecimiento informativo del acontecer diario, pero también entendía que era un canal de la cultura ubicua de la que disfrutábamos antes de entrar en la vorágine de los sentimientos intensos que nos fracturaron la identidad y el norte de la solidaridad.
Mata Gil junto a Victoria de Stefano, Elisa Lerner, Antonia Palacios son nuestras narradoras más importantes del siglo XX e inicios del XXI.
Una de las últimas apariciones del icónico relacionista público fue en una actividad organizada por Buscadores de Libros en 2020, con el objetivo de fomentar la identidad, el sentido de pertenencia y el amor por la ciudad.
Nuestra moneda y sus cíclicas reconversiones han sido aparte de un estrepitoso fracaso, una burla de dimensiones cínicas.
Cuando un país tiene los campos de las artes saludables, tiene su memoria resguardada. Nuestro país posee una lectura creativa femenina vigorosa. Eso no lo van a destruir los bárbaros: eso está allí, en espera.
En cuestiones de Estado y de administración del poder es difícil hablar de moralidad y ética. Hay que tener en cuenta que para que los trámites de la vida pública funcionen no hay que hablar de honestidad de la boca para afuera.
Allí sigue vigente el pensamiento y la obra del gran Juan Liscano, quien me decía que a pesar de que los políticos nos subestimaban, por encima de todo la literatura es una relación tormentosa con la vida pero tiene que ser parte de la conciencia crítica.
Hay que buscar cómo vestirse, es el desespero de los partidos y los operadores de la oscuridad (son inevitables para el cambio). Hay que hacer una sola ruta y esa ruta nos llevará al final del camino.
Por esta ciudad ha pasado mucha estafa con nombre de alcalde o presidente del Concejo Municipal. Los tenemos para escoger, desde oficiantes del gameloteo hasta burgomaestres como el que ostentamos hoy.