Con 1984 fue un visionario que anticipó los excesos en materia de controles -sobre los individuos, las conciencias y hasta el lenguaje- perpetrados por el Estado totalitario. De su autoría es el omnipresente “Gran hermano”.
Como buen perro de la guerra, Putin pretende instrumentalizar la vacuna para rentabilizarla en su beneficio personal, porque lo único que tenemos claro es que a este individuo el bien de la humanidad le importa un mismísimo carajo.
La macolla, aunque tiene entre sus principios la lucha contra la propiedad privada, se adueña de todo lo que encuentra allí donde reina. Porque, ciertamente, más que gobernar, los comunistas se coronan.
Con esos anticuerpos antimperialistas clavados en una inestable psiquis los franquiciados del ñangarismo se convierten, muy rápida y fácilmente, en dueños de aquellos lábiles sujetos.
En estos 21 años de dictadura los cambios y saltos de talanquera de Claudio han sido notorios y frecuentes. Por eso con su cara de póker bien lavada, ha tenido presencia en la convulsa y tragicómica política venezolana.
La prevención -instrumentalizada para la vigilancia y el castigo- es el comodín de la cúpula para que la obediencia sea sumisamente asumida, como indispensable por parte de todos nosotros.
Para eso los pusieron allí con su toga y su birrete: sólo para complacer a los altos panas que le dieron la chamba en la que estarán, revolucionariamente, por doce años.
Después de 20 años de opresión y deshonra, la cúpula, consiguió su propósito de volver añicos nuestro patrimonio material e inmaterial.
El barranquillero-libanés se topó en su frenético ascenso con personajes clave, que lo llevaron a un petroestado, reino de una reencarnación revolucionaria de Alí Babá.
Esta nueva pesadilla que terminó de paralizar la escasa movilidad de los venezolanos, es una demostración más de hasta dónde llega la capacidad destructiva de esta tiranía corrupta.