No nos rendimos. Y Maduro y su combo, como los Welser, se irán con sus maletas, quizás repletas, pero se irán. Y nosotros entonces podremos reconstruir el país que soñamos.
El dilema que hoy se le presenta a más de las tres cuartas partes del pueblo venezolano es si morirse de hambre, o morir de coronavirus. La primera, es casi una certeza. La segunda, una probabilidad. Las cuarentenas locas impuestas por el régimen de Nicolás Maduro no hacen sino empeorar la situación.
Lo que sí me queda meridianamente claro es que quienes -como Trump- se niegan a usar las mascarillas pudiéndolas usar, no están haciendo uso de su libertad. Están manifestando su estupidez y convirtiendo un estado de derecho en una anarquía total.
Demasiadas preguntas, ninguna respuesta, un hecho que le viene al régimen como anillo al dedo para distraer la opinión pública no sólo del coronavirus, o la gasolina, sino de la matanza en la cárcel de Portuguesa.
Ya está visto que sin el concurso del sector privado el país jamás va a arrancar. Pero Nicolás Maduro sigue en su obstinada carrera hacia el precipicio. El coronavirus y la falta de gasolina, sobre todo, lo salvaron por unos meses de esa caída estrepitosa.
Una gran periodista que se definía como una “simple reportera”, y nunca dejó de serlo. Nacida en Colombia, amó a Venezuela como pocos. Nunca dejó de estar pendiente y de militar en cualquier causa que sintiera como suya... y eran muchas.
El coronavirus es mucho más peligroso de lo que se pensó originalmente y en países como el nuestro, donde la información oficial es falsa y no existen las prevenciones que deberían tenerse en un caso así, el saldo puede ser muy trágico.
Para ese sifrinazgo pendejo el que Pizarro sea hijo de un guerrillero lo inhabilita de por vida. Muchos de quienes aupaban a esos chicos a enfrentar a las fuerzas de seguridad del Estado tienen a sus hijos fuera del país. Y tú, Miguel, sigue adelante con tus posiciones francas, claras y contundentes. Si los perros están ladrando, es porque avanzamos.