jueves, 28 marzo 2024
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La mujer en el infierno de la desigualdad

Este día de la mujer de 2020 nos encuentra hundidos “en el reino de la ternura” y su dulce y bondadosa cúpula podrida les habla a las hembras fértiles, para exigirles que le paran seis carajitos a la patria.

La Venezuela socialista nos sumerge en el infierno de la desigualdad, ese donde las mujeres se han llevado la peor parte, porque la involución revolucionaria cortó de cuajo el avance sostenido durante los cuarenta años de democracia, que le permitieron a las venezolanas equipararse -en logros- a los hombres de este país. Las décadas de los años 60 y los 70 le abrieron las puertas de las universidades a las mujeres, que se formaron en todas las áreas del conocimiento, y que luego se incorporaron al mundo laboral y del emprendimiento para contribuir, decididamente, con el crecimiento económico de este país. Valga el lugar común, que se trata de un hecho sin precedentes en nuestro continente, que le dio a los venezolanos la posibilidad de experimentar la mayor movilidad social ascendente conocida hasta ese momento.

Permítanme acudir a mi vida personal para ejemplificar aquel logro de la democracia, que comparto con miles de mujeres que vieron cambiar su vida de manera radical, solo porque nacimos en una franja de la historia que colocó a la educación en un sitial privilegiado. Vale decir, una embarcación con remolcador que nos convocó y convenció que la educación era el único camino para superar las privaciones que impone la pobreza. Nuestras abuelas y madres no tuvieron esas oportunidades en aquel país rural de las décadas precedentes, sumergido en el analfabetismo y las enfermedades. Afectado, igualmente, por las secuelas de las dictaduras patrias y las de la segunda guerra mundial, sin olvidar al poderoso machismo vernáculo: ese que se mostraba convencido que la mujer estaba condenada por la providencia y la biología a parir hasta la extenuación, y a ser ama de casa por siempre jamás.

Entre los sesenta y los ochenta la venezolana ingresó a las aulas de todos los niveles de la educación, desde la primaria hasta la educación superior. No hubo carrera universitaria que se le resistiese, ni siquiera la ingeniería o la medicina tradicionalmente coto cerrado del sexo masculino. Los estudios de postgrado -en Venezuela y en el exterior- permitieron que nuestras féminas continuaran su formación académica, siempre de manera exitosa. Los techos de cristal, en muchos casos, fueron rotos por el talento de las venezolanas, quienes sin complejo compitieron en buena lid con los hombres, y ganaron.

Aquellas universitarias ocuparon importantes cargos en instituciones públicas y privadas gracias a sus méritos. Dejaron su impronta allí donde trabajaron, al tiempo que su desempeño marcó un estilo particular en el ejercicio del poder. La fuerza armada fue una de las pocas organizaciones que retrasó el ingreso de la mujer a sus filas, y cuando lo permitió el llamado techo de cristal impidió su incorporación en la alta jerarquía militar. Hoy con toda la demagogia socialista y la laxitud en los procesos de ascensos, vemos cómo los altos mandos son un monipodio de machos alfas. La feminización lexical del escalafón militar -tenienta, coronela, generala- es el único éxito socialista que pueden exhibir.

Cualquier avance fue, revolucionariamente, detenido y caímos en el abismo del retroceso, del atraso, de la involución, del salto hacia la prehistoria. En veintiún años de socialismo las aulas se han vaciado, no solo de muchachas sino también de los jóvenes que han pasado a integrar esa enorme masa de excluidos que conforman la diáspora, dispersa en todo el mundo, arañando en cualquier resquicio que le permita sobrevivir. Lo que generaciones anteriores recibimos en bandeja de plata ha sido eliminado, succionado por este socialismo depredador, que le robó sus sueños e ilusiones a la muchachada: un crimen horrendo perpetrado contra nuestras mujeres, en medio de la más grande orgia de millones de dólares de la que se tenga información.

Este día de la mujer de 2020 nos encuentra hundidos “en el reino de la ternura” y su dulce y bondadosa cúpula podrida les habla a las hembras fértiles, para exigirles que le paran seis carajitos a la patria. Ese constructo socialista que solo garantiza hambre, miseria, privaciones, muerte prematura y violencia para niños y mujeres de todas las edades. 

Agridulces

Anne Hidalgo -la española, alcaldesa de París- por decisión personal le concedió el título de Ciudadano de Honor a Lula, el mismo que ha sido condenado y encarcelado por corrupción en Brasil. Es que a aquellos socialistas europeos les enloquecen los corruptos sudacas.

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