jueves, 28 marzo 2024
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Desastre educativo online

Con toda la carga de un fracaso rotundo que se pretende encubrir con un palabrerío absurdo, la pandemia le impuso nuevos códigos al desastre educativo.

La educación presencial de las últimas dos décadas involucionó hacia una mediocridad planificada y una acentuada exclusión. La creciente pobreza de la población hacía cuesta arriba que los niños y jóvenes dijeran presente en las aulas de clase, los sueldos miserables de los maestros los alejaba de la escuela, y el deterioro de las instalaciones escolares unido a la violencia y a la inseguridad, convirtieron la presencialidad en un peligro del que educadores y educandos debían protegerse.

Añadamos que los socialistas hicieron un dogma de la frase de Louis Althusser, que reza: “La educación es el aparato ideológico del Estado”. Actuaron en consecuencia en el adoctrinamiento de los docentes, mediante la imposición de los programas copiados del modelo cubano, editaron millones de libros para apuntalar sus objetivos, y se ciñeron a las precisas instrucciones de sus asesores castristas, colonizadores de la educación venezolana. Ni las canaimitas escaparon de la ideologización socialcomunista, que no deja un resquicio de libertad para el proceso de enseñanza-aprendizaje.

El objetivo central de toda aquella intrusión no es otro que esa utopía comunista que tiene que ver con el hombre nuevo. Se trata un sujeto entrenado para subsistir en socialismo, que debe ser sumiso y obediente, dispuesto a sacrificarse por su benefactor. Es imperativo que prepare su cuerpo para las privaciones que le esperan, como un faquir que se ejercita en mortificaciones físicas y espirituales. Debe entrenar, como un asceta, la resignación, la mansedumbre y la docilidad para afrontar todo tipo de carencias y precariedades, que es lo único que el socialismo dispensa y garantiza en cantidades industriales.

Su gozosa alegría no tendrá límites cuando vea que sus dueños disfrutan de todos los opulentos placeres que el poder les concede. Para lo cual ese hombre nuevo está obligado a vivir en la inopia, en la indigencia y en la más absoluta miseria. En este sentido, es menester educar -cubanamente- a ese pueblo, que es muy feliz al saber que los amos comen opíparamente, visten como emperadores, se desplazan en los más modernos y seguros medios de transporte, tienen acceso a la más costosa y puntera medicina, y su vida está resguardada por cientos de anillos de seguridad. Para el hombre nuevo esa debe ser su mayor felicidad: como el niño pobre frente al juguete caro, tipo Panchito Mandefuá.

En la Venezuela socialista el hombre nuevo renuncia, voluntariamente, hasta al más mínimo beneficio del que pudiera disfrutar, como por ejemplo salir a la calle cuando le plazca. Ya no puede hacerlo porque, también, llegó COVID-19 y mandó parar. La orden es el confinamiento total y la obediencia absoluta a la autoridad militar: justo esa que nos cuida y protege a punta de amenazas, con el látigo en la mano, toques de queda, detenciones y encarcelamientos a quienes considere transgresores.

Encerrados, recluidos y temerosos somos presas fáciles de esta tiranía, que impone un tipo “educación” para seguir adoctrinado al hombre nuevo. Ya la cosa no es presencial sino online. Imagínense si asistir a clases, como tradicionalmente se hizo, era cuesta arriba, cómo será educar a través de internet. Es cien mil veces más excluyente en este expaís ruinoso, en medio de una pandemia que ha sido manejada de la manera más irresponsable e improvisada, y que tiene en la mentira oficial un recurso verbal que se renueva a diario.

La educación pública presencial era una hecatombe socialista consolidada. Con los maestros peores pagados del continente y un alumnado sumido en la miseria más castrante y desoladora, fingiendo que educan y son educados en ambientes que no reúnen las condiciones mínimas para la realización de un proceso complejo, que, por lo demás, debe contar con el ejercicio pleno de la libertad, respeto y el apoyo de la sociedad en su conjunto.

Con toda la carga de un fracaso rotundo que se pretende encubrir con un palabrerío absurdo, la pandemia le impuso nuevos códigos al desastre educativo. Su nueva “normalidad” es, forzosamente, virtual. Lo que obliga a docentes y alumnos a tener en sus hogares una línea telefónica, conexión a internet, un plan prepago de datos móviles, una computadora, un router, y de ser posible, una impresora básica. Pregunta elemental ¿cuántos padres de familia y educadores tienen recursos para acceder a estos servicios y equipos? Sólo muy pocos, por lo que la conclusión es que la educación pública online es una farsa, una trampa y una tramoya socialcomunista.

Agridulces

La polémica fiscal de la CPI, Fatou Bensouda, se vio obligada a ratificarle a Tarek William Saab y a un tal Alfredo Ruiz, que existen “motivos razonables” para creer que en Venezuela se violan los derechos humanos. La gambiana ñangarosa descubrió el agua tibia, mientras la persecución y la tortura son rutina en nuestra cotidianidad.

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