jueves, 28 marzo 2024
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Consulta nacional o superación de los laberintos

Son momentos de mucha oscuridad en los que la saña del poder está presente, lo que ha de repercutir en circunstancias de añadidos padecimientos a este país, circunstancia donde la lucha política tiene su esencia en la agreste confrontación hacia definiciones.

@OttoJansen

Si existe una exigencia -o urgencia- generalizada en esta hora, ya prácticamente cercana a otro fin de año con el padecimiento del hundimiento nacional, son las miles de preguntas acerca del destino del país en cuanto a posibilidad inmediata de vencer o si, por el contario, se está cerrando definitivamente la tenaza totalitaria de la revolución bolivariana. En ese sentido una consulta amplia, legítima e impecable técnicamente por parte de la Asamblea Nacional, último espacio institucional que les queda a los venezolanos, resulta claramente pertinente para responder gran parte de esas dudas. El asunto es la desconfianza y la intolerancia que se ha apoderado de la población con los protagonistas del cambio (organizaciones políticas, dirigentes, diputados de la AN y presidencia encargada), y con los más consecuentes aliados internacionales. Es un cuadro casi patético cuando en un proceso de desgastes y sacrificios enormes para la gente, la percepción mayoritaria es que los pasos y las acciones para las soluciones concretas (no de solapadas medias tintas, para que los cubanos sigan teniendo control de la institucionalidad nacional, por ejemplo, o para que las maniobras de las misiones secretas de la Alta representación para Asuntos Exteriores de la UE ensaye acuerdos, por su parte, con factores sin representación, en afán que participen en elecciones hartamente cuestionadas) ya han tardado demasiado.

Esto lo reconoció hace unos días el jefe del Comando Sur de EE UU, el almirante Faller, en unas declaraciones que se entienden busca reiterar el apoyo de ese país para con Venezuela: por si avanzan las dudas, puede pensarse. Pero la situación tiene aristas múltiples que no solo explican lo obvio de lo que los venezolanos hemos visto en este inédito año de pandemia, si no que el camuflaje dictatorial institucional en la armazón democrática durante 20 años, es de tal talante, que en ese transcurrir hemos visto, como ocurrió recientemente, “patinar” hasta la voz y el pulso atinado de la jerarquía eclesiástica católica. Hemos visto hacer movimientos incomprensibles enfrentando a la unidad opositora a una personalidad tan estimada como Henrique Capriles, y se contemplan con estupor las cabriolas que han mostrado la falta de autenticidad y convicciones de dirigentes partidistas, feamente expuestos a la opinión pública los precios de su venta a la usurpación. Y se proyectan conductas similares en otros, aun escondidos en los cálculos personales y grupales. ¿Quién, de esta manera, puede tener confianza total o no mostrar un lógico escepticismo ante las nuevas propuestas de iniciativas u objetivos opositores?

El asunto es que a estas alturas del drama social, económico e institucional; con las distorsiones de todo orden que tenemos en nuestras regiones y pueblos por razones derivadas de la podredumbre inocultable, la gente quiere que el gobierno de transición sea un hecho y la comunidad internacional requiere las piezas solidas que lo hagan posible, sin más dilación. De este modo, Juan Guaidó, desde la figura de presidente interino cercado por el régimen y acompañado de una unidad política que calla en demasía y que no tiene conexión estructural con la sociedad hastiada de los sufrimientos, tiene y está obligado a atender todas las consultas (por “cursis” o jurídicamente inocuas, que les parezcan a algunas bienintencionadas almas) e hilvanar esfuerzos de construcción para concretar el triunfo ante el cuadro nada fácil de la violencia totalitaria. Por eso, esta nueva consulta nacional anunciada (y a diferencia de la del 16J, con tinte de colorido evento electoral) ha de estar signada en la formalidad del sí o sí para agrupar las fuerzas ciudadanas hacia lo que puede ser el mayor intento coherente de los factores nacionales y externos, de quebrar -finalmente- la maldición de la revolución socialista del siglo XXI.

Apartar la paja del trigo

La hora es compleja porque es momento evidente de todas las debilidades y desesperaciones que el régimen, aun cuando pretenda parecer indiferente, encabeza. Pero son momentos de mucha oscuridad donde la saña del poder está presente, lo que ha de repercutir en circunstancias de añadidos padecimientos a este país (desasistido en sus mínimos niveles de calidad de vida, con derechos humanos conculcados e indefenso por la pandemia), circunstancia clara donde la filigrana de la lucha política en los días que corren tiene su esencia en la agreste confrontación hacia definiciones contundentes.

 Vistas así las cosas, hay que puntualizar como aspecto notorio que aquí cada venezolano levanta la voz -con pleno derecho- en lo que considera su mejor opinión. Es natural en tiempos de redes sociales; ahora la eficacia política (conocidas las emboscadas, los brujos que no conocen la hierba y los estafadores declarados) tiene que despejar las poses, radicalismos de marketing, ataques de romanticismos o los manager de galería, de las decisiones estratégicas y de actividades trascendentes. Para que no pase lo de otros momentos en que las decisiones terminan siendo debates de pasiones. De allí que la consulta de la Asamblea Nacional sea pertinente, deba hacerse con el rigor técnico y de ley, y deba ser estrictamente cumplida con la compañía de los venezolanos. Las regiones y el estado Bolívar en particular, como lo muestran las protestas, están preparadas para vencer la práctica dictatorial y también la motivada desconfianza a la falsedad política.