jueves, 25 abril 2024
Search
Close this search box.
Search
Close this search box.

Canto a la arepa

Existen varios poemas a la arepa y, para nuestra sorpresa, el más antiguo de todos quizás sea uno escrito en la Ciudad Bolívar del siglo XIX. | Foto cortesía

@diegorojasajmad

Si en algo nos hemos puesto de acuerdo la mayoría de los venezolanos es en el amor y defensa a la arepa. Sean grandes, pequeñas, asadas, fritas, con carne mechada, diablitos, queso o apenas untadas con mantequilla, las arepas han sido un alimento esencial que nos ha acompañado por siglos y se ha convertido, quizás debido a esa longeva relación, en signo y redondo estandarte de nuestra identidad.

Tan importante ha sido, es y será la arepa que algunos escritores le han cantado sin complejo ni rubor. ¿Quiénes han hecho literatura con el famoso alimento caribe y patrio? Por los momentos se me vienen a la mente los nombres de tres escritores.

Uno es Aquiles Nazoa (1920-1976), quien en su Nocturno del poeta y la arepa cuenta la historia de un bardo que recorre las calles de la ciudad, ya de noche, para buscar una arepa que calme el hambre de su amada. El poeta no logra encontrar abierto ningún establecimiento y, sentado en la acera, medio dormido, sin saber qué hacer, comienza a soñar:

“y ya al sueño entregado

viendo va mientras sueña

que el cielo es un budare,

la luna es una arepa

y un gran plato de queso

rallado, las estrellas,

en tanto que las nubes

evocan de tan tiernas,

lambetazos de fina

mantequilla danesa”

El otro escritor venezolano que ha usado la arepa como motivo es Francisco Pimentel (1889-1942), mejor conocido como Job Pim. En su poema La arepa destaca la versatilidad de este alimento que puede rellenarse con casi todo lo imaginable. A una arepa le cabe todo:

“¡Qué señor extranjero que no sepa

cómo hablamos aquí, podrá creer

que dentro de una arepa

cabe cómodamente una mujer?

Pues cabe, y no ella sola,

sino una casa, un radio, una victrola,

la cesta del mercado

con lo que traiga adentro, el alumbrado,

las ropas, dos o tres barrigoncitos,

y muchas veces hasta los ‘palitos”

Pero hay otro poema a la arepa anterior a los de Nazoa y de Pimentel y este quizás sea uno de los primeros que se hayan hecho en nuestro país. Decimos que quizás sea uno de los primeros pues seguramente entre los archivos de la prensa venezolana del siglo XIX se esconde algún otro poema anterior que aún no conocemos.

Este poema fue publicado en 1865, en Ciudad Bolívar, y su autor fue Ramón Isidro Montes (1826-1889), el más destacado intelectual de la Guayana del siglo XIX. Su Canto a la arepa, una octava real de rima consonante, fue publicado en El Boletín Comercial, número 452, y Montes lo hizo como respuesta a otro poema escrito por un tal Cacaseno, publicado en el mismo boletín pero en números anteriores (Nº 428). En el poema de Cacaseno se elogia al sancocho y, al no nombrarse la arepa, Montes replica con argumentos que parecieran no tener discusión:

Canto a la arepa

¡Válgate Dios! nos sale El Boletín

Con una producción de Cacaseno,

Con octavas que tienen retintín

¡Y con un plato de sancocho lleno!

Al cantar al sancocho aquel ruin,

No podemos decirle “santo y bueno”;

Porque es preciso que ese Caca sepa

Que no vale el sancocho sin la arepa.

¿Hase visto una cosa menos vista

Que con “solo un pedazo de biscocho”

Comerse de una olla bien provista

“Un suculento plato de sancocho”?

A Cacaseno he de seguir la pista;

Eso no lo hace ni un vejete chocho:

En caso tal, testigo Doña Crepa,

Lo primero que todo… ¿qué es? –¡la arepa!

Es del sancocho tierna compañera,

La dulce, fiel, inseparable amiga,

Como lo es de la miel la blanda cera;

Es con quien ella más y más se liga:

Si a veces con los huevos adultera,

Hace con el sancocho mejor miga:

Yo siempre he visto cual la vid en cepa,

Al sancocho casado con la arepa.

“Es bueno de sancocho un rico plato,

Bien surtido de presas de gallina,

Con plátano y verduras por ornato,

Al que no falten lonjas ni cecina”:

Es lo que tiene gorda a Serafina,

Es lo que cura histéricos y flato;

Mas según la opinión de Doña Pepa,

No hace ningún efecto sin la arepa.

Y Doña Arepa influye en la política,

Y hace mover al hombre más apático,

Y hace a la lengua maldecir satírica,

Y hace variar al hombre, más dogmático:

¿Pues qué dice mordaz la gente crítica,

Al observar a un zorronglón linfático,

Y ver como se afana y suda y trepa?

Que el pobrecillo anda tras la arepa.

En esas prolongadas discusiones

De Juntas, Asambleas y Congresos,

En que cada uno expone sus razones,

Y cada cual devánase los sesos,

Espero, buen lector, que me perdones

Si al contemplar los oradores esos,

Y que éste se defiende, aquél increpa,

Yo no veo más que una cuestión de arepa.

Canten pues, otros el amor y el vino,

Y celebren sus glorias noche y día;

Canten de Troya el mísero destino,

De Aquiles la pujanza y bizarría:

Yo cantaré tal vez con mejor tino

El blanco pan, sostén de pobrecía:

Quiero, lector, que “a mí la gloria quepa”

De sostener los fueros de la arepa

Estos tres poemas a la arepa, el de Nazoa, el de Pimentel y el de Montes, rinden homenaje a ese redondo tótem del compartir, del trabajo y del reconocimiento que contribuye a que seamos una verdadera comunidad. 

Otras páginas

– La realidad es hija de la literatura: “Toda la literatura consiste en un esfuerzo para hacer real la vida. Como todos saben, incluso cuando actúan sin saber, la vida es absolutamente irreal, en su realidad directa; los campos, la ciudades, las ideas, son cosas absolutamente ficticias, hijas de nuestra compleja sensación de nosotros mismos. Son intrasmisibles todas las impresiones salvo si las hacemos literarias”. Fernando Pessoa