jueves, 28 marzo 2024
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Tiranías electorales

Las elecciones son para estos tiranos una fiesta periódica, que les permite montar su comedia de autor, donde se reservan el papel protagónico.

Algunos tiranos hacen de lo electoral un jolgorio, porque, además, es un mecanismo que activan para eternizarse en el poder. Se sienten encantados con cada uno de estos aquelarres que los sitúa en el centro mismo de la aldea global. Invitan a sus iguales con sus respectivos cortesanos, reciben a cofradías afines y también al club de gorreros del planeta de similar ideología, siempre dispuestos al chuleo y a refrendar con su presencia todo resultado que aterraje a su candidato. Se hacen acompañar por autoridades electorales que comulguen en la misma iglesia comunista, para que legitimen triunfos altamente dudosos y sospechosos, pues perder no es una opción. Allí siempre estará Tibisay Lucena con el socorro de Hernández, pues ellas sí saben de irreversibilidades cuando se trata de números decisivos, impepinablemente favorables al candidato anfitrión, quien usualmente busca ser reelecto.

Después de 20 años de tiranía en algunos países de nuestro continente, con el consabido deleite que proporcionan las mieles de un poder omnímodo, los sátrapas que llegaron para quedarse, no contemplan en sus agendas ser derrotados en elecciones: para ellos un simple proceso burocrático que tienen años controlando. De esa cabuya tenemos un rollo, pues todas las dudas siguen planeando sobre la pulcritud y transparencia de los comicios que se llevan a cabo en estos socialismos corruptos y despóticos.

En Venezuela -paradigma de estas tiranías en el continente- creo que las únicas elecciones confiables, en estos últimos 20 años, fueron las de 1998. Justo cuando se instaló esta petrotragedia, mediante una suerte de servidumbre voluntaria, que le entregó el poder absoluto a un paracaidista verborrágico y megalómano, que montó su dictadura corrupta, mientras el pueblo recibía mendrugos y limosnas en forma de misiones. Aquello fue acompañado con una sobredosis de cháchara mediática, en una interminable cadena nacional, con la voz y la cara del teniente coronel, taladrándonos el tímpano y obnubilando nuestro sentido de la vista.

Esa hegemonía comunicacional fue la primera evidencia de por dónde venían los tiros. Como en cualquier comunismo, lo primero fue acabar con la libertad de expresión, para lo cual resultaba imperativo adueñarse de los medios de comunicación. Cerrarlos, sacarlos del aire, perseguirlos judicialmente, hostigar a los propietarios, quitarles el papel, expulsar a los periodistas, entre otras demostraciones, que permitían barruntar que el militar elegido por los venezolanos no venía a gobernar democráticamente, sino a tomar posesión de sus feudos, a los que puso bajo su bota hasta que le llegó la hora suprema.

Todo aquello lo copiaron de los castros, dueños de la franquicia, cuyo éxito comercial estaba suficientemente demostrado en el mercado político. En la isla -adquirida por estos hermanos en 1959- sólo circulan dos periódicos, Granma y Juventud Rebelde, hay una televisora y las emisoras radiales también están bajo el dominio de los dueños de Cuba. Han pasado 60 años y en ese país solo cambia la intensidad y temporalidad del hambre, de la represión y de todas las otras privaciones que garantiza el socialismo.

El peronismo kirchnerista emuló aquella satrapía antillana y dejó su impronta en Argentina y amenaza con volver a partir del próximo 27 de octubre. Lula Da Silva y Dilma Rousseff hicieron lo propio en Brasil, Rafael Correa dominó en Ecuador con su estilo arrogante y su presunta superioridad, disfrazada con algunos símbolos indígenas en sus camisas de hilo y lino. El corrupto lujurioso, Daniel Ortega, sigue en Nicaragua sin planes de irse y Evo Morales demuestra que está sumergido en el pozo profundo del poder, de donde no piensa salir ni para respirar.

Evo sabe que ha consolidado su dictadura electoral y se declara ganador, aunque el tufo a fraude inunde a Bolivia. “Ni un paso atrás y no volverán” son dos de los lemas a los que se aferran estos tiranos socialistas, que instrumentalizan los recursos de la democracia para permanecer en y con el poder hasta que la muerte les diga basta. Las elecciones son para estos tiranos una fiesta periódica, que les permite montar su comedia de autor, donde se reservan el papel protagónico. Claro, gastan mucho para que se llene la galería, y se hacen acompañar de todo tipo de bufones, payasos, comparsas, retozones, trúhanes, copleros y otras subespecies del mismo género, que reciben viáticos, gratificaciones y propinas, cargadas al erario público.

Agridulces

Rodríguez Zapatero es un demócrata sin fisuras en España. Un justiciero del pasado que condena los crímenes del franquismo, para lo cual se aprobó en 2007 la ley de la memoria histórica, cuyo mayor logro ha sido el traslado de los restos del dictador Franco del Valle de los caídos hacia otro cementerio. En el presente es defensor -a ultranza- de tiranos que reprimen y asesinan a sus pueblos del otro lado del charco.

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