jueves, 28 marzo 2024
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No estar o no ser: el dilema de la Gran Bretaña

Lo de que el elector es alguien muchas veces egoísta que no ve más allá de sus narices, eso lo sabían los sofistas demasiado bien, y esa era su reserva respecto a las democracias.

Not to be in or not to be at all

En el libro Islas del Tesoro de Nicholas Shaxson, el autor describe y explica cómo funciona la evasión de impuestos en ciudades que han formado parte del imperio británico. En el centro de todos estos círculos que van desde Singapur, Bermudas, hasta Isle of Man, está la ciudad de Londres. Y ha sido en ese círculo de complicidades, sumadas a los de la banca suiza y otros paraísos fiscales, que se han realizado los mayores robos a las naciones y a los trabajadores.

Una vez leído ese libro en el 2011, supe del antagonismo creciente entre los intereses de corporaciones y sectores vinculados a la evasión fiscal en la ciudad de Londres, ante una legislación europea que le iba pisando los talones a los crímenes tributarios. Y es por saber de esas intrigas de poder que no me sorprendió el desespero del partido Conservador por ir a un referéndum sobre la permanencia de su país en la Unión Europea, ni las ingentes cantidades de dinero invertidos en la campaña, y mucho menos los resultados del brexit en el 2016.

Vale decir que los parlamentarios conservadores promotores de la salida de la Unión Europea pertenecen a una élite que añora los años imperiales cuando el Reino Unido tenía la hegemonía de las rutas marítimas que le daban la vuelta al planeta. Para estos políticos, soñar con sus otroras rutas mercantiles en Oceanía o el sureste asiático significa regresar a una historia a la que han llegado muy tarde. Han llegado tarde porque el país se está adaptando a los retos presentes y venideros de la convivencia humana, y aun así, esta élite arcaica tiene poder y persiste en regresar a “los jardines imperiales” de tiempos pasados. Racismo y segregación incluidos.

Casos como este han puesto en el tapete el llamado secuestro de las democracias por parte de grupos cuyo objetivo es someter al poder político. Sobre el brexit me referiré a dos factores, el primero sobre una de las causas de la embestida, y el segundo, sobre cómo se fue fraguando la aprobación de la salida.

El primero de ellos consiste en la rivalidad de poderosos sectores económicos contra el poder político de los Estados. En esas islas del tesoro a las que me referí al inicio, se esconden no sólo el dinero que muchas corporaciones les han robado a las naciones, sino también el proveniente de regímenes corruptos, del crimen organizado, del contrabando de minerales o de gente y, del terrorismo internacional. Es un trabajo de alta contraloría para los gobiernos cobrarles a estas corporaciones o descubrir los hechos criminales escondidos detrás de muchas fortunas. Sin embargo, ha sido la amenaza terrorista lo que le ha dado el músculo a los legisladores para poder someter a la banca secretista del planeta. Innegablemente, quienes se acostumbraron a esconder sus fortunas de leyes impositivas, no iban a aceptar la contraloría en bloque que significa permanecer en la Unión Europea.

El segundo factor es cómo estos grupos usaron el manual para debilitar a la democracia desde el sistema electoral. Ya sabemos por experiencia propia en este país, que la opinión pública puede ser movida no sólo con recursos financieros, sino por sectores con una voluntad inquebrantable de destruir un sistema de libertades. Normalmente estos grupos crean una historia tipo Caballo de Troya y a través de ella utilizan las preocupaciones de los electores, no para resolverlas, sino para montarse en ellas y tomar el poder, muchas veces de manera indefinida.

Los resultados del brexit y las particularidades regionales del Reino Unido crean situaciones problemáticas para la Ley Británica (British Law). Por esa razón, el filósofo A.C. Grayling dice que la primera idea de llamado a referéndum era una consulta sin las implicaciones de un mandato legal, sin embargo, el partido Conservador consiguió al final cambiar el status de la consulta. Como consecuencia de ello, ahora el país se encuentra atrapado entre una decisión de divorcio y la posibilidad de dejar de ser el Reino Unido. En vista del presente dilema, hay quienes abogan por una nueva consulta, porque muchos de quienes votaron por la salida (leave), ni siquiera sabían, por ejemplo, que la frontera irlandesa es clave para mantener la paz lograda después del Acuerdo de Viernes Santo (Good Friday Agreement). No sabían nada de la dinámica de regiones olvidadas (sobre ese tema del abandono escribí en mi artículo anterior) y muchos se han percatado de que al votar, no habían visto más allá de sus intereses. O lo que ya sabemos, que la ficción ganadora de la salida (leave) omitió o engañó todo lo que pudo para acomodar su historia y hacerla agradable al elector.

Lo de que el elector es alguien muchas veces egoísta que no ve más allá de sus narices, eso lo sabían los sofistas demasiado bien, y esa era su reserva respecto a las democracias. En un orden análogo decía Baruch Spinoza, que si los humanos fuésemos racionales, no necesitaríamos ni de la religión ni del Estado. Por eso los filósofos insisten tanto en desarrollar la ética en el ciudadano.

Pero hagamos el ejercicio de pensar que “leave” es una decisión comprensible y que cualquier país de la Unión Europea debe poder divorciarse si esa es su voluntad. Hay una solución para el dilema actual del Reino Unido. Ante la eventualidad de una Escocia que votó por permanecer (remain) en la UE y puede llamar a otro referéndum independentista; ante un posible rompimiento del Acuerdo de Viernes Santo que pone en jaque a Irlanda y a la Unión (Reino Unido), y ante un creciente consenso de que el señor Boris Johnson no tiene la legitimidad necesaria para tomar decisiones de tamaña encrucijada histórica, sólo se requiere llamar a elecciones generales. Con un poder relegitimado, si una población aún vuelve a votar por salir de la Unión Europea, posiblemente tendrá más claras las condiciones de la salida y de los sacrificios que le tocará superar. Pero no, para el momento en que escribo estas líneas, el señor Boris Johnson no ha llamado a elecciones.

La gente espera que la sólida oposición ayude a resolver el conflicto y el panorama se mueve diariamente. Quedan ya menos de tres meses.