viernes, 29 marzo 2024
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Ángel Romero, el cronista de Upata

 

Ángel Romero Cabrera venía del banco, donde pasó muchas horas para recibir un porcentaje de la pensión por un trabajo que nunca abandonó, desde que se convirtió en Cronista de Upata. Estaba acompañado de su esposa y de algunos amigos cuando se desvaneció. Lo llevaron a un centro de salud, pero todo fue en vano. Una inesperada y violenta hipoglicemia truncó la vida de un ser humano excepcional, a quien tirios y troyanos querían, valoraban y apreciaban.

Resulta pertinente lo de tirios y troyanos porque gobiernos locales del bipartidismo lo acreditaron en sus funciones, también los de la Causa R y hasta los de este régimen –nada respetuoso de la meritocracia- lo mantuvieron en el cargo. Si alguna persona resultaba irremplazable en ese ámbito ese era Romerito Toda una referencia en la Asociación de Cronistas de Venezuela, fundada en 1945 y que tiene a Enrique Bernardo Núñez –primer cronista oficial de Caracas-como abanderado, guía e inspiración de este gremio.

Romerito tenía exacta conciencia del valor del documento, de la palabra escrita, de lo impreso, del testimonio oral vertido en negro sobre blanco para paliar la devastación del olvido. De lo que, personalmente, dejo constancia porque tuve en mis manos la materialización de su esfuerzo, transcrito en una máquina de escribir portátil, que impidió la destrucción de documentos oficiales debido a una inundación. Esto es sólo una anécdota de lo que el genuino funcionario público, el amigo de todos, el intelectual comprometido hizo por preservar la memoria del pueblo que eligió para vivir durante más de 50 años.

Fui amiga y admiradora de Romerito. Como tal disfruté de su compañía en innumerables oportunidades, las que me permitieron conocer el alcance de su sabiduría, de sus conocimientos y de esa infinita curiosidad, que lo hacía asomarse a la vida con los ojos de asombro de la primera vez.  Un “siempre” cabe en la manera como Romerito vivió su pasión por el oficio de cronista, que es una forma de acometer los desafíos de la existencia. Con él los temas de conversación eran interminables, algo muy importante para quienes les ha tocado sobrevivir en tiempos de áfonos autismos, inducidos por las redes sociales, artilugios tecnológicos de toda ralea y teléfonos inteligentes que impiden y restringen capacidades –inherentes a nuestra humana condición- que tienen que ver con la creatividad de la lengua hablada y la necesidad de la comunicación entre los homo sapiens que habitan este planeta.

Todos los sinónimos de cronista –historiador, analista, comentarista, investigador, articulista-son válidos cuando se trata de aquilatar la valía de este entrañable caraqueño que paseó las calles de la Villa del Yocoima, no como el caminante distraído sino como al que nada se le escapa de su ojo avizor: pues observa, escruta, analiza, pregunta, indaga, examina, averigua, verifica, sondea, computa. Nunca fue el burócrata arrellanado en una butaca, que atendía a los ciudadanos con el desgano propio de quien pasa por taquilla quince y último, no señor, Romerito era el solícito intelectual, que compartía sus inquietudes con todos aquellos que lo requerían. Siempre tenía un proyecto en mente y otro en ejecución.

A propósito de la genuina admiración que desde siempre le profesé a Ángel Romero escribí una reseña sobre él, que fue publicada en “Pensar la Ciudad” un trabajo especial del Centro de Investigaciones y Estudios en Literatura y Arte (CIELA) de la Universidad Nacional Experimental de Guayana, con motivo de la celebración de los 250 años de Upata en 2012. En esa publicación el propio Romerito fue uno de los colaboradores y nos ofreció una “Historia del Periodismo y del Teatro en Upata”, que recomiendo a aquellos que quieran conocer en torno a la importancia de este pueblo y porque se le conoce como la Atenas de Sur. Allí dejó dicho:   Que el primer periódico “El Guaica” llegó de la mano de Pedro Cova en 1858, quien trajo de Cumaná una imprenta. “un instrumento civilizador y el vínculo informativo entre la comunidad y los procesos de cambio que se operaban en la refundación de Upata…centro de una vasta geografía que culminaba frente al Esequibo…A lomo de caballo llegaba este semanario por todos los caminos, informando y orientando a las familias que llegaban desde los lugares más remotos del mundo…” (Pensar la Ciudad, p.53)

En ese mismo trabajo delinea la personalidad de mujeres upatenses de relevancia como Concepción Acevedo de Taylhardat, primera mujer periodista de Venezuela, honor que comparte con Polita de Lima nacida en Falcón. También destaca la figura de Anita Acevedo Castro, sobrina de doña Concepción, quien fundó la revista “El Alba” en 1922, de la que se pueden consultar los ejemplares que reposan en la Biblioteca Nacional. De acuerdo con la investigación realizada por el cronista de la Rosa de la Montaña, hubo hasta los primeros años de la década de los noventa del pasado siglo 32 medios impresos en mi pueblo.

En la reseña que le dedico a Ángel Romero en esa misma publicación hablo de su inagotable inquietud intelectual que lo llevó a viajar por Europa, hasta llegar al Archivo General de Indias, para explorar el legado de los Cronistas. Entonces, fue él el descubridor de esos tesoros documentales, que abonaron el camino para el entendimiento y comprensión de nuestro continente. Heredero de una tradición que se remonta a los clásicos, fue igualmente un hombre de estos tiempos, por lo que no dudó en usar los recursos que la tecnología puso a su disposición. Llevó en su bolsillo una memoria de 16 gigas, donde dejó grabados miles de documentos que aspiraba convertir en la base del Archivo Histórico, Gráfico y Fonético del Municipio Piar, para lo cual fundó la Escuela de Cronistas Escolares y Comunitarios.

Desde el 11 de septiembre no está entre nosotros, pero donde se encuentre seguro tendrá largas e infinitas conversaciones con sus admirados colegas: Bernal Díaz del Castillo, Juan de Castellanos, el Inca Garcilaso de la Vega y el propio Enrique Bernardo Núñez y les pondrá al tanto de sus asombros, estupores, fascinaciones, congojas y angustias por lo que dejó sobre la faz de la tierra en este siglo XXI.

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