Poco después de la modesta toma de posesión del diputado Juan Guaidó como presidente de la Asamblea Nacional, alguien decía en Twitter algo como: “La fuerza que tenemos (la Asamblea Nacional) es la palabra (la constitución). La pregunta es ¿qué se puede hacer con ella y cuánto puede contribuir para el cambio?”, a lo que yo le respondí: “¡Mucho, sin duda! La palabra es el inicio y el final”.
Ese diálogo debe entenderse dentro de la incertidumbre que significó la usurpación del poder ocurrida el 10 de enero y la preocupación sobre cómo restituir la democracia y la autoridad de la constitución en el país. La pregunta del tuitero iba a la médula de la cultura política del venezolano, la de su apego a las leyes y sobre esa misma exigencia de cara al poder. Pero lo mejor de todo esto fue la pronta respuesta de la gente, en lo que en el extranjero llaman “la primavera venezolana”.
Ante ese entusiasmo, y siguiendo el hilo de esa pregunta inicial, publiqué este tuit: “Me encanta que no se trate de un HÉROE, UN NOMBRE, Guaidó esta vez, sino que haya sido a través de LA LEY, las instituciones. Que ya los venezolanos no esperen MÁS NUNCA al militar o a Rambo, a alguien que irrumpa con las armas, sino QUE CONFÍE Y AME LA LEY Y LAS PALABRAS SABIAS”.
Porque no se trata sólo de obtener el poder sino de cómo se llega a él. Si la fuente de esa toma de poder hubiese sido el asalto, mucha gente la hubiese comprado igual, sin embargo, la llaga de la ilegalidad hubiese estado tan viva, que hubiese traído desconfianza y suspicacias no sólo en el extranjero, sino también dentro del país. A esto hay que sumarle que la gente está visiblemente cansada de los atropellos. Como tantas otras acciones del régimen, lo de las instituciones paralelas nombradas a dedo entre “gallos y medianoche”, o los llamados a “elecciones” con total desapego a la constitución, comprensiblemente han traído frustración y hastío. La gente está extenuada de que no haya tribunales sino taguaras, de que este país haya descendido de la “hacienda” de Juan Vicente Gómez, a la “taguara” del castrochavismo. No somos parias.
Afortunadamente, la realidad reciente ha sido mucho más bondadosa con los venezolanos, quienes venimos pasando penurias para poder trabajar y comer en paz desde hace años. La ahora asunción de Juan Guaidó a la presidencia interina del país ha sido impecable, y el hilo hacia la restauración democrática se ha iniciado.
Ciertamente, hay una historia que contar sobre cómo se ha venido imponiendo la tendencia a la constitucionalidad, contraria a quienes preferían capitular y convivir con el autoritarismo castrochavista que les parecía conveniente o quizás “invencible”. O a quienes aseguran que este régimen sólo puede salir de manera violenta. Sin embargo, este no es el momento para odios ni recriminaciones, lo que interesa más es trabajar en el horizonte venidero y aprovechar esta oportunidad histórica de atornillar la mentalidad democrática y constitucional a través de la transición. Abonar a la idea de que el venezolano no espere ni acuda a asaltos para resolver sus crisis institucionales, sino que apueste a sus recursos legales y los defienda. Toca es retomar la mentalidad del cabildo del 19 de abril de 1810. Es una tarea titánica, pero hay algo a favor, un entusiasmo que no podemos dejárnoslo quitar. Vale alzar una oración: “De toda confusión, cizaña y de todo mal, Señor, protege mi entusiasmo. Amén”.