jueves, 25 abril 2024
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Marie Kondo y las bibliotecas personales

Una biblioteca personal tiene mucho de taller mecánico pues cada libro, cual herramienta, no debe descartarse solo porque haya sido usado una vez.

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Hace poco una amiga me habló maravillas acerca de cómo su vida se había transformado gracias a Marie Kondo. Esta empresaria japonesa, autora del libro La magia del orden, ha alcanzado fama mundial gracias a sus consejos para aprovechar eficazmente los espacios y obtener, según ella, una nueva actitud ante la vida. Su libro ha vendido ya cuatro millones de ejemplares, se ha traducido a varias lenguas y ha puesto a medio mundo a reordenar y a limpiar sus hogares. Mi amiga me cuenta, cual relato de fantasía, cómo su clóset pasó de ser guarida impenetrable y enmarañada, donde daba pavor meter la mano, a impresionante estante donde ahora todo se consigue con facilidad.

Limpiar, disponer los objetos con criterios racionales de aprovechamiento del espacio y deshacerse de lo que nunca más se usará -luego de ofrecerles un agradecimiento reverencial por los servicios prestados- es lo que Marie Kondo propone en esa mezcla de feng shui y discurso inspiracional para alcanzar la tan anhelada felicidad por medio del orden.

Casi me convencí de ser un ferviente seguidor de la magia del orden hasta que mi amiga mencionó lo que Marie Kondo aconseja hacer con las bibliotecas personales: “Debes quedarte solo con 30 libros, los demás sobran y tienes que regalarlos”. Podrán imaginar la cara digna de meme que puse ante tamaña proposición. Mi biblioteca, cuyos atiborrados estantes ya no aceptan ni un flaco folleto, es un valioso tesoro que me ha acompañado durante varias décadas y desprenderme de alguno de mis libros es un acto de sacrilegio mortal.

Por respeto a mi amiga, le prometí pensarlo. Ya en casa imaginé la posibilidad de reducir el tamaño de mi biblioteca. Conté treinta libros, medí el espacio que ocupaban -solo la mitad de un triste y solitario anaquel- y la tarea se me hacía cada vez más cuesta arriba. Como el homeópata, intenté buscar la cura en la misma enfermedad y me puse a hojear el cuento de Augusto Monterroso titulado Cómo me deshice de quinientos libros para encontrar alguna solución al dilema. En el cuento, Monterroso relata su angustiosa necesidad de disminuir las dimensiones de su biblioteca pues ya los libros lo habían invadido todo, “quitándole el oxígeno a los niños”, y estaban a punto de desalojarlo de su propio hogar. Para darse algo de ánimo en la labor de expurgar su biblioteca, Monterroso cuenta que uno de sus amigos había logrado tal propósito, por lo que no parecía ser imposible: “Cuando en 1955 visité a Pablo Neruda en su casa de Santiago -dice Monterroso- me sorprendió ver que escasamente poseía treinta o cuarenta libros, entre novelas policiales y traducciones de sus propias obras a diversos idiomas. Acababa de donar a la universidad una cantidad enorme de verdaderos tesoros bibliográficos. El poeta se dio ese gusto en vida; único estado, viéndolo bien, en que uno se lo puede dar”.

Habiendo puesto manos a la obra, Monterroso no pudo sino deshacerse de algunos pocos ejemplares, no más de veinte, pues la nostalgia, el respeto por los libros, el no conocer a alguien que los apreciara como él lo hizo, terminó por hacerlo desistir.

Quedarse con solo treinta libros, como aconseja Marie Kondo, me recuerda aquella recurrente pregunta de cuáles serían los textos que nos llevaríamos a una isla desierta o los ejemplares que salvaríamos de ocurrir repentinamente un incendio voraz. Ser un Harold Bloom new age que elabore su propio canon occidental para conquistar la armonía espiritual es a lo que nos invita la autora japonesa.

Quizás lo que no sabe Marie Kondo es que una biblioteca personal es la paciente construcción de proyectos de lecturas. Es el resultado de una ciega fe en la vida y en el futuro.

Una biblioteca personal tiene mucho de taller mecánico pues cada libro, cual herramienta, no debe descartarse solo porque haya sido usado una vez. Así, en ese cúmulo de lecturas hechas y lecturas por realizar, la biblioteca es una cambiante mina de saberes de donde sacar ideas, valores, temas, sueños y angustias.

Mucho de azar, mucho de misterio, mucho de maravilla agazapada, que surte efecto sin estridencia ni efectos especiales, se esconde en la biblioteca que vamos edificando en nuestros hogares. La biblioteca personal es un orden en el caos, una selección creada a partir de los millones de títulos que circulan por el mundo. Por ello no existen dos bibliotecas iguales. Aun en el caso de que existan los mismos ejemplares en dos bibliotecas distintas, el solo hecho de alterar su orden ya hace una diferencia fundamental que varía el sentido. La biblioteca personal es nuestra huella de identidad, un mapa de nosotros mismos.

Lo siento por mi amiga y sus consejos de Marie Kondo. Mi biblioteca seguirá en su lugar, creciendo y disminuyendo a intervalos, hasta que sean los mismos libros los que decidan abandonarme.

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Buenos modales. Venezuela ha tenido una larga tradición en manuales de urbanidad y buena conducta. Uno de los primeros fue Lecciones de buena crianza, moral y mundo o educación popular, de Feliciano Montenegro y Colón, publicado en 1841. ¿Cómo no mencionar el manual de conducta más famoso de todos? El Manual de urbanidad y buenas maneras, editado en 1853 por Manuel Antonio Carreño (padre de Teresa Carreño). Pudiera sorprendernos el saber que esta tradición de manuales de conducta se mantuvo durante el siglo XX. El Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (Inciba) en 1967 encargó a la escritora Gloria Stolk la redacción de un Manual de los buenos modales para que sirviese de “asistencia contra la chabacanería y la vulgaridad”. Un curioso texto que merece la atención de los investigadores.

Alas cortadas. “Cada día nos entendemos peor… Parece que hay un porcentaje altísimo de gente que no comprende lo que lee… Nos entendemos peor por escrito. Resulta curioso que esto suceda en el momento histórico en el que más se practica la escritura… Están los mensajes de texto de los móviles, los blogs…, los chats, los foros…, la prensa escrita, folletos, libros… A mayores cantidades de escritura, menor comprensión lectora. Quizá sea una metáfora también de las dificultades para leer la realidad… Siempre hemos entendido que aprender a leer era un modo de aprender a leerse a sí mismo y al mundo. Pero el mundo viene cada día peor escrito… Puede darse el caso de que uno entienda a Sócrates y no entienda la realidad. Jamás habíamos alcanzado los grados de alfabetización actuales, pero jamás nos habían servido de tan poco. Aprendemos a leer, que es como si adquiriésemos unas alas, pero perdemos comprensión lectora, que es como si nos las cortaran”. Juan José Millás.

La charla continúa. Siempre he creído que todo texto es una invitación a la charla. Esa es la razón por la cual les dejo aquí mi correo electrónico ([email protected]) para que a través de ese medio podamos continuar esta conversación. Cualquier comentario, duda, ampliación bibliográfica acerca de algún tema tratado en esta columna semanal, o simplemente un saludo, les prometo que estaré aquí esperando para darles respuesta.

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